Capítulo 9

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Yo era muy dormilona. El buen sueño era puro éxtasis, un manantial placentero del que nunca me saciaba. Me encantaba dormir y desde que había descubierto que el sueño y las fantasías deliciosas acompañada de la ninfa canaria Margarita corales con la lujuria secreta, el erotismo solitario eran mi vía de escape de la sórdida y tediosa vida real, mi pasaporte para la huida y la ensoñación más desbocadas, mi frontera a los campos magnéticos de la imaginación telúrica y exacerbada, mi umbral al gusto fanático por los paraísos interiores que creaba yo con absoluta libertad, me había convertido en una Houdini de los sueños y del onanismo perfeccionado por la plenitud del práctico clímax. Mis sueños eran mi única realidad.

Adoraba la evasión, rendía devoción al escapismo, amaba los paraísos artificiales, bebía vino a escondidas de mis padres, fumaba cigarrillos Dunhill robados a mis progenitores, ausentes de mente y presencia, en secreto, me tragaba con fruición películas en el vídeo VHS gris metalizado, con ritmo, sin pausa: Xanadú, Gente corriente, Vestida para matar, Mad Max I, Mad Max II, Fama, Las aventuras de Sherlock Holmes y el doctor Watson, El lago azul, Cómo matar a su jefe.

Mi amiga Mónica, que también era gata madrileña como yo, a su padre el Banco Hispanoamericano le había trasladado a Málaga, estaba obsesionada con Vestida para matar de Brian de Palma.

-El final es alucinante. No te lo esperas ni de coña. Es tan...Aaaagh- dijo estrangulándose con sus propias manos mientras esperábamos bajo el soportal del restaurante Antonio Martín en el Paseo Marítimo. De repente el portero -que se creía macho alfa, masculinidad tipo tengo que demostrar que mando como sea porque en mi casa la parienta me mea encima- se acercó a Mónica y a mí y nos dijo que nos apartáramos del restaurante, que dábamos mal efecto a los clientes. Nos quedamos conmocionadas pero dóciles, como conejas deslumbradas por los faros de un todoterreno, nos acercamos a los gigantescos cubos de basura negros del local, que hacían chaflán con la playa.

-Te cagas, Sara.

-¿A qué hora pasa la ruta?

-Tú has visto lo que nos ha llamado ese cabrón?

-Tú pasa.

-Nos ha llamado putas.

-No creo.

-Sí creo. En nuestra cara, joder. Voy a volver allí y le voy a decir las cuatro verdades del barquero...

-Espera...

-No me da la gana, ese gilipollas impresentable, voy a ir para decirle que esto es la calle pública, no su propiedad privada. ¿Me entiendes?

Mire al gorila, con su uniforme y su gorra de plato. Podría estar puesto de coca hasta las cejas, podría tener un mal día, podría ser un descerebrado integral y atacarnos. Me imaginé a Mónica con su pelo electrificado, sus pantalones Levi's pesqueros, su plumas rojo, sus hombreras, su jersey azul de Amarras, su mandíbula afilada, su cuerpo desmadejado sobre un gran charco de sangre. Traumatismo craneoencefálico. Me imaginé a mi misma con la cabeza abierta. Nunca escribiría mis novelas, mis obras maestras. Coño, ¡qué gran pérdida para la humanidad! Cuando una tiene 15 años, no quiere morir. Me hubiera perdido muchas cosas: ser europea, la expo de Sevilla, Barcelona 92, el nacimiento de mi hijo, la publicación de mi primera novela, mi historia de amor con G aunque, yo, en ese momento no lo sabía porque el futuro nos está vedado. También me hubiese ahorrado trabajar en un trabajo que odiaba, aguantar a un jefe tóxico, Daniel Renduelles, aguantar muchas mierdas que no tendría que haber aguantado.

-Ya viene la ruta.

-Es el 15.

-Hay mucha gente gilipollas por ahí. ¿Te vas a pelear con todos? Déjalo. Tú eres mejor que él.

-Mira Sara, tú eres políglota pero de la calle no tienes ni puta idea.

Miré al horizonte, y el morro policromado de chapa y cristal de la ruta del Burro emergió en el horizonte de la calle descendente de Cánovas del Castillo. Un increíble alivio licuó mis piernas.

MÁLAGA 82Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang