Capítulo 49

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Margarita abrió la puerta de su casa. Entramos en la penumbra de su apartamento, oscuro y pobretón, donde reinaba un olor a puchero. En el salón, había fotos gigantes de la comunión de su hermano y ella. Llamó a Martín, el hermano pequeño, al que quería presentarme. Pero nadie contestó.

Un silencio oscuro y tenso se podía cortar con un cuchillo. Me di cuenta de que Margarita se inquietaba como si alguien hubiera metido su cabeza en una bolsa de plástico.

-Martín...

-Martín, cariñito, donde estas. Ven que quiero que conozcas a una amiga.

Pero el chico no aparecía por ningún lado, lo cual, empática que es una, también me agobió a mí. Tuve un presentimiento de que algo muy malo iba a pasar. Intuí que se avecinaba una desgracia. Y no, no me rondaba mi vieja amiga, la depresión.

La puerta del baño estaba cerrada. Silencio absoluto.

De repente, oí unos sollozos quedos, unos lloros muy tristes que me helaron el corazón.

Margarita había desaparecido por un pasillo oscuro. Un grito de negra desesperación rasgó el aire. Un lamento de honda pena empapó el apartamento.

-No, mamá.

Corrí al fondo del pasillo, de dónde procedía la llantina. Entré en la habitación de los padres de Margarita. La vi agarrada a su madre, que yacía inerme en sus brazos. Margarita lloraba como una magdalena, con un desconsuelo tan grande, que me hizo temblar por dentro.

La realidad tenía ese aspecto irreal que tienen las tragedias en la vida.

La abracé. Temblaba como una hoja. Toqué el brazo de su madre. Estaba frío como el hielo. Tenía los labios cianóticos. Un hilo de sangre le desbordaba la boca abierta.

Era una visión aterradora.  

Estaba muerta. ¿Y su hermano?

Desanduve mis pasos, dándome golpes contra las paredescomo si estuviera borracha. Fui al salón buscando por los muebles y las mesillas, un teléfono. ¿Dónde estaba el jodido teléfono? No lo veía. Había un aparador con la colección completa en VHS de las películas de "Sissy, emperatriz", interpretada por una joven y guapísima Romy Schneider, una enciclopedia sobre el saber universal, encuadernada en tapas duras color verde esmeralda.

El rumor de los sollozos me taladró la cabeza. Tragué una bola de angustia que me tensó la tripa.

Esto no estaba pasando. Era una pesadilla de la que pronto me despertaría. 


MÁLAGA 82Where stories live. Discover now