37.- El álbum del bebé

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Juls

―¿Seguro que no te vale como intento que haya llegado hasta aquí? Siempre puedo mudarme contigo, para que veas que no bebo... ―me pide Harry, sujetando mis manos.

―Por favor. Sé que podrías hacerlo solo, pero a veces tener ayuda es la diferencia entre fracasar y conseguirlo. ―Le doy una caricia en la mejilla y él deja ir un suspiro muy largo.

―Lo hago por ti, espero que lo sepas.

Me da un beso en la frente y luego se acerca a Riley, que tiene a Ellie en brazos. Da una caricia tierna a la niña y un golpecito en el hombro a su amigo. Después sujeta su mochila y se despide de nosotros con la mano. Una enfermera le acompaña dentro de la clínica. Según Riley, es a la que van los famosos, para que pueda entretenerse con los cotilleos.

Nos quedamos mucho rato mirando la puerta cerrada. Riley es el primero en moverse, deja de nuevo a la niña en el coche y me abre la puerta del asiento del copiloto. Subo y me giro para comprobar que la niña esté bien antes de que Riley arranque. El camino de vuelta se me hace muy largo en el absoluto silencio del coche. A la ida hemos ido charlando con Harry y tratando de relajarle, pero ahora el silencio se hace pesado.

Hace tres días desde la noche que fui a buscarle a la discoteca. Riley y yo no hemos vuelto a hablar, salvo de Harry, para preguntarme si quería venir a acompañarle y eso. Sé que tengo que dar el paso, ofrecerle quedarse con la niña, ceder un poco. Parece que el mundo se va aclarando ante mis ojos. Cuando tuve a la niña... Todo alrededor de esos días está cubierto de niebla oscura. Me cuesta recordar las decisiones que tomé y no las veo lógicas del todo. Las hormonas tomaron posesión de mí, en gran medida. Y la confusión y el miedo hicieron el resto.

Pero la verdad es que hecho muchísimo de menos a Riley. Le miro mientras conduce, concentrado en la carretera. El monovolumen se desliza por el asfalto como si flotase. El pelo rubio le cae por la frente y un par de mechones se cruzan por delante de su ojo. Está tan guapo como siempre. Me pregunto qué pintas tengo yo, con ropa deportiva y un moño bastante desastroso. Él va con vaqueros y un suéter. No es que vaya elegante, pero sí bien vestido. Yo apenas tengo tiempo ni para ducharme con esa bolita de babas de atrás.

Hemos ido en silencio todo el camino y cuando está llegando a mi casa, de donde me han recogido él y Harry esta mañana, los dos vamos a hablar a la vez.

―Tu primero ―me pide con suavidad.

―¿Quieres subir a comer? Puedo preparar algo, así estás un rato con la niña...

―Me encantaría ―dice, y parece que hay pena en su voz y en su rostro cuando me mira un segundo―. Pero no puedo.

―Ah. Otro día. ¿Tú qué ibas a decir?

―Nada, Juls. Olvídalo.

Para delante de mi portal y baja para sacar a la niña, tras coger el carro del maletero. Yo tardo unos segundos de más en llegar hasta ellos. Me ofrece ayudarme a subir a casa, pero solo niego. Entonces tiende hacia mí una bolsa de tela.

―¿Qué es? ―pregunto, asomándome dentro para ver un paquete grande envuelto.

―Un regalo para vosotras. Luego lo miras ―me pide, poniendo la mano sobre la mía cuando voy a sacarlo de la bolsa.

Su mano grande y caliente sobre mi piel helada me acelera el corazón. Le miro respirando de forma entrecortada y me cuesta la vida no lanzarme a sus brazos. Me digo que es una idea pésima, que no merece la pena enredar más lo que tenemos, ahora que nuestra relación vuelve a ser cordial.

―Tengo planes para comer ―me dice, haciéndome fruncir el ceño, aunque no se entera porque se ha agachado sobre el carro para despedirse de la niña―. Pero después voy a volver a casa. La echo de menos y Friend también. Si te apetece venir a cenar...

Si en diez años...Where stories live. Discover now