22.- Cambio

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Riley

Aún noto su sabor entre mis labios, pese a que me he lavado los dientes. Dos veces. Miro el techo oscuro de mi dormitorio, pero mi mente sigue en ese sofá, cuando me he comido a Julianna. Tres veces. Sus gritos de placer reverberan aún en mis oídos, todavía noto sus dedos enredados en mi pelo y su muslo sobre mi hombro.

Me he quedado en ropa interior antes de tumbarme en mi cama, pero tengo que tirar del calzoncillo para reducir la presión de mi polla. No se me ha bajado el empalme desde hace un par de horas en el sofá. No. Quizá estaba empalmado desde mucho antes. Tal vez desde que me ha empezado a acariciar el pelo, como si fuera... Normal.

He crecido en un hogar muy extraño, disfuncional. El amor eran muestras raras y escasas. Y que Juls lo llene todo de tanto cariño hace que la situación sea especial. Me gusta incluso cuando obliga a Harry a llevarse un postre, porque «¡¿cómo no vas a tomar postre, con lo que me ha costado prepararlo?!». Sinceramente no puedo mosquearme con mi mejor amigo por tontear con mi mujer, porque le entiendo demasiado bien.

¿Y yo que estoy haciendo? El idiota.

Sé que ella no quiere nada más, si fuera así... Seguro que habría dicho algo cuando le he mencionado que no había amor entre nosotros. Si lo hubiera por su parte, me habría parado, estoy convencido. Así que lo mejor es que finja y aguante, así no lo estropearé. No quiero que se acaben los momentos en los que estamos tan tranquilos y a gusto juntos que puede, simplemente, acariciarme el pelo como si fuera normal.

Un golpeteo en la puerta me sobresalta un poco. Quito la mano que aún tengo sobre mi empalme y me aclaro la garganta antes de decirle que pase. Me siento un poco, asegurándome de que la sábana me cubre hasta la cintura, para que no se percate de lo importante que ha sido ese momentito entre nosotros. Y lo delicioso que es su sabor entre mis labios incluso dos horas después.

―¿Qué pasa, Julianna? ―pregunto con suavidad, porque me mira, con la mano en el vientre abultado, y no habla.

Enciendo la lamparita de la mesilla, que inunda el dormitorio de luz amarillenta. Sus mejillas parecen más pálidas de lo normal, pero por lo demás está como siempre. Algo más despeinada, quizá, por el revolcón en el sofá, si se puede llamar así a lo que le he hecho.

―¿Algo es diferente para ti? ―Su tono es tan bajo que me cuesta entenderla.

Casi parece desesperada y la siento tan lejos... Si le digo que sí, ¿se dará cuenta de lo inapropiado que es lo que siento por ella y se marchará? Se supone que ninguno quería un matrimonio de verdad, por eso nuestro arreglo era perfecto. Ya no lo parece. Qué idiota fui por creer que podría compartir mi vida a ese nivel y no sentir nada. Casi me dan ganas de preguntarle cómo lo hace ella. Solo sé que no quiero perderla. Y ya no tiene que ver con mi padre, ni el trabajo.

―No. ―Miento―. ¿Y para ti?

Durante unos segundos no dice nada, absolutamente nada. Y el miedo me recorre entero. Si dice que se quiere ir, creo que voy a hundirme y a suplicarle entre lágrimas que no lo haga. Vaya puta mierda.

―Creo que sí. ―Se muerde el labio y da dos pasos hacia mí. Eso es lo contrario de irse, pero el miedo me aprieta tanto el corazón que estoy seguro de que me ha dejado de latir―. Pero no sé si eso es malo. Me... me ha gustado.

―Ah. A mí también ―reconozco sincero.

Sonríe un poco, con incredulidad. Cierra tras de sí, aunque es una tontería porque estamos los dos solos en la casa. Bueno, con Friend, pero ese chucho adora pasar la noche en el sofá, estirado todo lo largo que es, y no es poco. Supongo que Clark buscó un cachorro que se iba a convertir en un perro enorme a propósito. Y resulta que también me encanta el dichoso perro. Si no fuera porque no soy capaz de decirle a mi mujer cuánto me gusta ella, creo que mi vida estaría rozando la perfección.

Si en diez años...Where stories live. Discover now