6.- La ceremonia

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Juls

Debería sentir algo especial, supongo, pero me miro al enorme espejo rodeado de pedrería brillante y no noto nada. Un poco de ansiedad porque nos descubran, quizá. Sin embargo, no hay emoción por verme en un vestido de novia, aunque es bonito eso lo reconozco, tampoco nervios porque todo salga bien en el día de mi boda. Nada.

Mi madre ha salido a comprobar que todo está bien y yo me he quedado sola. Y trato de ver un brillo de novia feliz en mis ojos, pero no hay nada. Clark entra tras golpear la puerta con los nudillos y me mira boquiabierto.

―Juls, estás preciosa ―me dice.

Ya ha visto el vestido de novia antes, porque estaba cuando lo elegimos, pero valoro el piropo. Me miro una vez más. Es difícil no estar bonita dentro de él, de todas formas, porque es precioso. La parte superior se ajusta mucho a mi pecho grande y mi cintura redondeada. Es de tirantes gruesos y tiene un patrón de florecillas con un puntito plateado en el centro de cada una.

La falda es ajustada, pero no demasiado, me puedo mover con libertad, con ayuda del cancán. Cae recta hasta el suelo, donde forma una cola muy larga. Me queda bien, o eso me parece. No tengo cuerpo de supermodelo, aunque tampoco he creído nunca que tenga sobrepeso. Soy... normalita.

Me he dejado el pelo, de un tono casi negro, suelto y llevo unos tirabuzones hasta media espalda. En lo alto llevo una tiara plateada. Me he negado a un velo, me parecía excesivo. La tiara formada con pequeñas piedrecitas también lo es, pero me gusta. Parezco una princesa y eso sí me ha motivado un poquito.

―¿Estás sola? ―Clark revisa la habitación, está dentro de la iglesia, en un lateral. Desde aquí iré directa al altar―. Tengo el coche fuera, si quieres hacerte un «novia a la fuga» es tu oportunidad, Juls.

Me río con suavidad y me muevo para depositar un beso en su mejilla, que está ligeramente enrojecida. Él también está guapo, con un traje azul oscuro con corbata y chaleco. Me siento mejor porque bromeé conmigo, así que suelto el aire y cojo el ramo que he dejado tirado sin ningún cuidado a un lado.

Aún no he visto a Riley, pero ha mandado a Harry antes para que me lo diese. Dijo que se encargaba y, al parecer, su madre que fue florista se ha encargado de hacerlo personalmente. Es bonito, de rosas blancas con perlitas plateadas a juego con mi vestido engarzadas en ellas.

―¿Le has visto? ¿Es gordo y calvo? ―le pregunto en un susurro cómplice.

Su foto de perfil de WhatsApp es la que viene por defecto. Eso me dice que es bastante soso, pero no si es guapo. Yo me cambié la mía por un atardecer antes de agregarle, por si acaso. No quería que jugase con ventaja.

―No le he mirado, estaba trazando la ruta de escape. Esa ventana da casi a mi coche. Yo creo que podrías saltar.

Dejo ir otra carcajada justo cuando mi madre abre la puerta de nuevo. Viene con mi abuelo, que me acompañará al altar.

―Estás preciosa, Juls ―me dice, sujetando mi mano un momento para apretarla con cariño.

―Gracias, abuelo. ¿Vamos ya?

Quizá debería emocionarme más, llorar un poquito o abrazarme a ellos. Solo sujeto la mano de mi abuelo cuando la tiende hacia mí. Mi madre sale primero con Clark.

―Si se porta mal contigo ―me dice mi abuelo cuando nos quedamos solos―, recuerda que aún tengo una escopeta.

―¡Abuelo! ―le digo, con los ojos muy abiertos.

Se limita a reírse. Agito la cabeza, pero la música llega hasta nosotros y sé que es nuestro turno. Solo espero que no esté calvo. Y que no sea tan imbécil como le recuerdo. Esta semana hablando por mensajes me ha parecido majo, pero solo hemos hablado de cosas técnicas y de planes de boda. A saber.

La iglesia está preciosa y huele a flores, pero tampoco logra emocionarme. Preferiría estar en la clínica de inseminación. Me digo que es un paso no solo necesario, si no obligatorio para poder seguir, pero no siento nada. El suelo enmoquetado es suave y hay un camino de pétalos de rosa que habrá tirado la hija de mi prima, que es la niña de las flores, junto con un sobrino de Riley, o algo así.

Me fijo solo en el suelo mientras camino. Me asusta un poco lo que puedo encontrarme en el altar. Voy a compartir mi vida y mi bebé durante una gran cantidad de tiempo con ese hombre y todo lo que sé de él es que no tiene modales. Y que le tiré una copa de champán por encima.

Mi abuelo me da un beso en la mejilla cuando llegamos al altar y tiende la mano hacia Riley. Miro sus manos unidas y luego subo por el brazo de Riley muy despacio. Lleva un traje negro, con un chaleco plateado. No está nada gordo, el traje le queda muy bien y tiene los hombros más anchos de lo que recuerdo. Sigo subiendo. Lleva una corbata negra.

Casi suspiro al ver su cara. Es guapo. Muy guapo. Quizá demasiado guapo para un marido falso. Al menos, si se parece a él, me va a salir un bebé precioso. Tiene el pelo rubio, algo más largo por un lado, que le cae como una suave cortina lisa. Sus pómulos son altos y marcados, su mandíbula angulosa y sus labios incitantes.

Por algún motivo, siento que me quito un poco un peso de encima, pero es porque me interesan sus genes, no él, ni de lejos.

―Hola. ―Me sonríe, como si notase todo el rato que llevo mirándole fijamente. No es que nadie pueda culparnos, porque supuestamente estamos superenamorados.

―Hola... ―le imito como una idiota.

Cojo su mano cuando la tiende hacia mí y subo los dos escalones que nos separan. Es más alto de lo que recordaba también. Me deja atrás por unos centímetros y eso que llevo unos tacones bastante altos y que no me considero bajita.

―Última oportunidad de salir corriendo ―me dice muy bajito, cuando nos podemos los dos delante del religioso que oficiará la ceremonia.

―¿Te enseño mis tacones? Creo que ese tren ya se me ha escapado ―replico.

Deja ir una risa suave y puede que a mí se me escape una sonrisita diminuta. Tal vez esto de casarse de mentira no es tan mala idea, después de todo.

El resto de la ceremonia no nos soltamos la mano y cuando dice eso de que podemos besarnos, siento que las mejillas me van a explotar. No había pensado en esa parte. Me giro hacia Riley, que me rodea con un brazo y junta sus labios con los míos con suavidad. No es mucho más que un roce que me hace cosquillas en los labios y me llena de calor el pecho.

Definitivamente no está mal casarse de mentira.

Definitivamente no está mal casarse de mentira

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Si en diez años...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora