11.- La fiesta de aniversario

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Riley

Pese a que Addy tenía toda la intención de ayudar a Julianna a cambiarse para la fiesta, he conseguido librarme de ella y de Harry con muy poca sutileza y muchos empujones hacia el ascensor.

Julianna ha tardado tan poco como ha dicho. El vestido de Addy es perfecto para la ocasión, supongo, aunque no esperaba... Mi mujer suele ir con ropa cómoda o vestidos coloridos. Verla enfundada en un vestido rojo que se ajusta a cada una de sus marcadas curvas y con un escote pronunciado que deja demasiado de sus pechos al aire me quita un poco el sentido. Lleva los zapatos de tacón en la mano y se los pone al llegar abajo, con un mal gesto que, aunque veo, no comento. No quiero intimar. Es ella la que puso distancia entre nosotros, no yo.

―¿Es demasiado para ir a ver a tus padres? ―pregunta, señalando su escote.

Addy es mucho más delgada y tiene menos pecho, no es raro que la prenda se ajuste tanto a las curvas más marcadas de Julianna. Aun así, no es demasiado para nada. Al contrario, es sexi, pero también elegante de alguna manera. Un atuendo que hasta mi padre aprobaría. Addy sabe lo que hace muy bien. De hecho, diría que su intención va más allá de dejarle ropa sin más a mi mujer. Parece que se ha unido a la cruzada de Harry de conseguir que entre mi mujer y yo haya más que un matrimonio por conveniencia.

―Estás bien. ¿Nos vamos? Mi padre se pone muy pesado con la puntualidad.

―Claro.

Se mira un poco los pies, los zapatos deben ser suyos y no de mi amiga, porque están desgastados en la punta, dejando de ver algo de gris debajo del negro. Es algo en lo que mi padre reparará, seguro, pero a mí no podría importarme menos.

Voy directo al ascensor, sin esperarla. Me sigue dando pasos cortos y estoy a punto de reírme al darme cuenta. La falda ajustada hasta la rodilla le limita bastante el movimiento. Subimos juntos en el ascensor y ella se revisa en el espejo mientras bajamos. No puedo evitar mirar sus movimientos mientras se recoloca los tirantes gruesos del vestido, aunque ya estaban perfectos.

―¿Y tu abrigo? ―le pregunto, cuando llegamos al aparcamiento y se estremece un poco.

El clima de abril es cálido durante el día, pero por la noche aún hace falta una chaqueta para no congelarte.

―No tengo nada tan elegante y no quería estropear el atuendo ―me dice sin mirarme.

Agita su pelo rizado y negro para crear una cortina entre nosotros. Huele a pizza. No ha debido tener tiempo para una ducha, pero debajo del aroma a comida detecto algo dulce, como mandarina. La verdad es que me aburre mucho toda la parte social relacionada con mis padres, así que me daría igual que Julianna fuera con el delantal y el gorro de cocina, o lo que sea que use para trabajar.

Le abro la puerta del copiloto de mi coche sin comentar nada de su abrigo, aunque enciendo la calefacción y dirijo los conductos hacia ella. De todas formas, en casa de mis padres hará calor y más con toda la gente que se empeñan en invitar a estas fiestas.

―¿Hay algo que deba saber para no meter la pata? ―me pregunta después de que salgo del aparcamiento.

―¿El armario de los esqueletos? ―replico bromista―. Habla lo menos posible de ti misma y pregúntales cosas de ellos. Les encanta hablar, así no meteremos la pata...

―Claro.

Se ha maquillado un poco, pero se muerde el labio pintado de rojo como si no se acordase. Tiene ojeras. He procurado mantener las distancias, porque es lo que ella quiere, pero me siento mal, porque parece pasarle algo. ¿Debería importarme? ¿Debería meterme? En los dos últimos meses hemos hablado lo justo. Incluso me comunicó por email que la fecundación había fallado, las dos veces, aunque los días después de eso parecía estar fatal. Me pregunto si le ha pasado algo y me siento mal por no haberle dicho nada esos días, como que ya funcionará o que no tenemos tanta prisa.

Si en diez años...Where stories live. Discover now