Capítulo III

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Izuna Uchiha rozó el sake con sus labios y sintió el terrible amargor del alcohol en la punta de la lengua, agriando el rostro sin poder remediarlo. A sus oídos llegaron las risas de sus dos hermanos y padres.

–¿De verdad tengo que beberme todo? –Izuna se quejó, mirando a su padre con preocupación.

–Un poco más, apenas lo has probado –Tajima contestó, sonriendo con diversión.

Izuna arrugó el ceño, pero obedeció y volvió a beber –un trago más largo, notando bien cómo el alcohol calentaba su cuerpo en cuanto bajaba por su garganta. Sólo aguantó un par de segundos, un único trago, antes de dejar el vaso ceremonial sobre la mesa.

–Toma –su madre se compadeció de él, acercándole un poco de agua.

–Tendrás que acostumbrarte al sake ahora que eres adulto –Madara comentó al tiempo que Izuna se aliviaba con el agua, con un claro tono burlón.

Porque precisamente estaban celebrando la entrada de Izuna a la vida adulta. Al inicio de año, la tradición marcaba que todos los hombres que cumplían quince años se convertían en adultos a ojos de todos, y una ceremonia ritual debía celebrarse en su honor a comienzos de año independientemente de cuándo fuese su fecha de nacimiento. Las niñas se volvían adultas al cumplir los doce, antes que los hombres.

La ceremonia era sencilla y de carácter familiar, aunque si en las familias había varios niños que se convertían en adultos durante el mismo año, ello se concebía como un signo de buena esperanza y se invitaban a amigos y vecinos en una recepción más grande. En el caso de Izuna, pudo librarse de entrenar y recibió varios presentes que le alegraron aún más su día.

Una colección de antologías de poemas consistente en diez rollos, hermosamente decorados y con una caligrafía acorde, todos ellos con exquisitas rimas y sentimientos evocadores. Un kimono de extraordinaria calidad que debía usar hasta que su cuerpo acabase de formarse, cerca de la veintena. Y un juego nuevo de caligrafía con varios pinceles, tinta y pergaminos para practicar.

Izuna no podía estar más feliz.

Habiendo comenzado el invierno dos semanas antes, la noche se apoderaba del día y a mitad de tarde ya no había luz. Pese a que Izuna adoraba el aire libre y la libertad del bosque, también gustaba de permanecer en casa y dedicarse a sus aficiones –especialmente con su madre. Ambos disfrutaban con la poesía y la literatura, y las frías tardes de invierno las dedicaban a ilustrarse y formarse. También a mejorar la caligrafía, ya que Izuna debía escribir correctamente y sin faltas, conociendo bien todos los kanjis y sus trazos. Ahora, el jardín estaba parado.

Aunque su instrucción como shinobi ocupaba la mayoría de su tiempo, Izuna siempre encontraba un hueco para leer, pasear y observar la naturaleza e incluso deleitarse con música y teatro cuando grupos de artistas ambulantes llegaban al asentamiento del clan. Mientras que las artes militares instruían su cuerpo, la literatura y la jardinería llenaban su espíritu.

Kagami, el pequeño de los Uchiha, acercó la nariz para oler el alcohol, consiguiendo que su madre le reprendiese por ello.

Nī-san –Izuna llamó a su hermano mayor–, mañana podríamos ir al bosque. Quiero ver si hay carámbanos de hielo cayendo de las ramas de los árboles.

Madara lo analizó en silencio. La petición de su hermano escondía otra naturaleza: quería ir al río a encontrarse con los Senju –con Tobirama Senju, concretamente. Una extraña tensión apareció en la mandíbula del joven, desagradable e incómoda, que contrastaba con la angelical mirada que su hermano le estaba dedicando.

Asintió con un leve cabeceo, consiguiendo así una sonrisa en el rostro del cumpleañero, lo cual no le alivió en absoluto. Hacía casi seis años que se habían conocido de forma fortuita, en el río, donde siempre se reunían. Y, el paso del tiempo no había aplacado los malos pensamientos de Madara hacia el menor de los Senju.

Mi niño de las floresWhere stories live. Discover now