Capítulo XI

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Tobirama Senju abrió los ojos lentamente, interrumpiendo su ligero sueño, cuando notó un hocico húmedo sobre su rostro, acompañado de un sonido de animal. El chico había montado un campamento improvisado la noche anterior, escondido bajo una cavidad en la tierra abierta por las enormes raíces de un roble.

Despertado de repente, su cerebro aún no procesaba lo que sucedía a su alrededor. Por el hueco se colaban los rayos de sol, ya bastante potentes –señal de que se había quedado dormido y no se había despertado al alba como hubiese querido. Con un gruñido ronco, se llevó la mano al rostro para limpiarse la humedad y el animal se movió.

Tobirama fue consciente entonces de qué lo había despertado. Su vista pronto se aclimató al claroscuro y enfocó un lobo de color pardo. Grande, con pelaje brillante y sus ojos negros fijos en él –las orejas tiesas, pero sin enseñar los dientes. El Senju ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar, pues el animal agarró su macuto con la boca y salió del refugio en un abrir y cerrar de ojos.

–¡Vuelve aquí! ¡Eso es mío! –el chico se enfadó, aún demasiado adormilado como para ser consciente de la inutilidad de hablar con un animal salvaje.

Maldiciendo mentalmente, Tobirama se levantó de un salto y salió de su escondite para perseguir al lobo –no podía perder sus pertenencias después de haber estado recolectando un buen número de bayas para el desayuno el día anterior. Pero, tan pronto como puso un pie en el exterior, un golpe seco en la nuca lo tumbó de nuevo.

Ni siquiera tuvo tiempo de procesar lo que había pasado. Su vista se nubló y, antes de caer desmayado, su último pensamiento se lo dedicó al macuto perdido y el salvaje lobo pardo.

*

Hashirama Senju recogió sus pertenencias médicas en los rollos y los selló de nuevo para transportarlos mejor. El fūinjutsu era un arte ninja muy práctica que ya hacía de manera automática. Sus dedos se movían y su mente conjuraba la técnica sin que una palabra saliese por su boca. Era raro en él, pero hoy estaba más callado que de costumbre.

–¿Y bien?

El agudo timbre de voz lo sacó de su ensoñación personal y el Senju alzó la vista. Ante sus orbes castaños se presentó Izuna Uchiha, sentado sobre su futón, esperando pacientemente su veredicto médico. Fue entonces cuando Hashirama recordó que, después de la reunión sobre las negociaciones, había solicitado a Madara visitar a su hermano para comprobar su mejoría.

–Todo está correctamente. Te recuperas según lo previsto –contestó un poco tarde, esbozando una sonrisa cansada.

–¿Y el brazo?

Izuna, por supuesto, preguntó por lo que más le preocupaba. Él se sentía bien, la fiebre había desaparecido varios días atrás y ya podía mantenerse en pie unos minutos. Necesitaba apoyo para caminar, pero progresaba adecuadamente. El brazo herido, sin embargo, era una rémora. Apenas había conseguido mover los dedos a voluntad –su cerebro mandaba la orden, pero su cuerpo no reaccionaba.

–El brazo... El brazo tardará un poco más, pero lo estás haciendo muy bien. Continúa con los ejercicios y poco a poco ganarás movilidad –explicó el Senju con voz monótona.

El Uchiha endureció el rostro –no le estaba gustando nada la actitud de Hashirama. El Senju estaba distraído y poco hablador, ausente. Y era muy egoísta pensar que, dentro de esas cuatro paredes, Hashirama se iba a centrar exclusivamente en él puesto que era su paciente –pero exigía un mínimo de atención.

–¿Qué sucede? –preguntó de golpe, sin andarse con rodeos.

–¿A qué te refieres, Izuna-san? –Hashirama tuvo la indecencia de preguntar.

Mi niño de las floresWhere stories live. Discover now