Capítulo V

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Cuando las festividades de Setsubun finalizaron, las trompetas de guerra sonaron entre los árboles. Las incursiones comenzaron y los clanes se centraron en las batallas, en las tácticas militares y en mantener aquella rueda sangrienta que nunca tenía fin. Las escapadas al río, por supuesto, se frenaron.

Era algo no hablado, no consensuado, pero Hashirama y Madara reaccionaban así cada año desde que se conocían. Los primeros meses siempre eran los más duros, cuando los shinobis peleaban con más ahínco después del descanso que suponía el invierno. Tobirama e Izuna, que vinieron después, aceptaron la práctica de sus hermanos como buena y tampoco se buscaban.

Cuando las primeras bajas llegaban al asentamiento, se sentía como una traición aún más evidente el reunirse a escondidas con alguien del otro clan. Era igual que reírse de los muertos que tan fervientemente daban su vida por la supervivencia del clan. Además, ahora que eran más adultos, participaban de las actividades bélicas.

Hashirama, Madara y Tobirama asistían con frecuencia a las reuniones de shinobis de sus respectivos clanes. Conocían las tácticas y estrategias a seguir, sabían las incursiones que se planeaban y participaban en batallas con conciencia de quién tenían enfrente. Mataban. Izuna también, pero siendo un año mayor, algunas cosas más serias aún le estaban vetadas.

Itama y Kagami, a pesar de ser niños, también iban a la guerra –especialmente al principio de la misma. Los niños también tenían reservadas misiones especiales, principalmente de infiltración y espionaje dado su menor tamaño y su facilidad para pasar inadvertidos. Pero el éxito era nulo. Ningún niño podía hacer frente a un ninja adulto.

Se creía que, recibiendo el mismo entrenamiento, podían alcanzar la destreza de un adulto. Pero eso era mentira. Sólo los prodigios eran capaces de algo así, e incluso Hashirama y Madara, los dos shinobis más prometedores de sus respectivos clanes, habían tenido muchos problemas cuando eran jóvenes.

Los adultos enviaban a sus propios hijos a la guerra, tratados como carne de cañón.

Todos recordaban su primer enfrentamiento con los rivales –si salían vivos. La primera pelea de Hashirama fue con diez años, contra un shinobi adulto de un clan ya desaparecido. Recibió un corte en la pierna cuando un kunai le atravesó la carne y casi muere desangrado. Fue entonces cuando comprendió la importancia de los conocimientos médicos en un ninja, y decidió formarse en esa materia al recuperarse.

La primera pelea de Madara fue contra un adolescente del clan Sarutobi. Estaba alerta porque él, siendo un niño, estaba en desventaja –los Sarutobi eran conocidos shinobis muy habilidosos. Pero el adolescente se confió y Madara, haciendo uso de su sharingan después de escuchar cómo iba a ser robado a su muerte, le dio un tajo en la garganta tan profundo que la sangre brotaba como una fuente.

La primera pelea de Tobirama fue contra un Uchiha cuando estaba haciendo una misión de investigación por el bosque. Desde pequeño, había sido un buen ninja sensor, y practicaba todos los días para ser el mejor. Se topó con un Uchiha adulto que, reconociendo su mon bordado en la ropa, lo atacó. Tobirama se pensó muerto, pero su ventaja en la naturaleza de su chakra le salvó.

La primera pelea de Izuna fue a los ocho años, también en el bosque. Estaba estudiando los distintos árboles, sus hojas y sus frutos, cuando se topó con un grupo de tres comerciantes ambulantes. Enseguida se lanzaron a por él porque creyeron que era un huérfano, un niño nacido de la guerra, para venderlo a alguna compañía de teatro kabuki –que, para los hombres, significaba la prostitución encubierta. Izuna tardó varios años en poder ver una obra.

Cada uno de ellos se acordaba siempre de su primera vez cuando rezaban sus oraciones a sus respectivos dioses protectores y espíritus familiares la noche de antes de una batalla. Las siguientes se borraban de su memoria, pero la primera permanecía. La primera vez que temieron por su vida y tuvieron que arrebatar otra a cambio. La primera vez que escucharon la tétrica melodía de la muerte llamándoles. La primera vez que la sangre regó sus manos, sus ojos y sus cuerpos. La primera vez que los exánimes les atormentaron en sueños.

Mi niño de las floresWhere stories live. Discover now