Capítulo VIII

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Hashirama Senju se despertó antes del amanecer, tal y como había prometido el día anterior. Su cuerpo le pedía a gritos quedarse en el futón y descansar un poco más, tenía que recuperar el chakra usado, pero ya lo haría cuando tuviese el tratado de paz en sus manos. Hasta entonces, trabajaría sin descanso por la paz.

Sólo un poco más.

Se levantó sin hacer ruido, intentando no despertar a su hermano, quien dormía al lado. Cuando llegó a casa, ya de noche, Tobirama ya estaba en la cama –su padre también– y toda la casa estaba en silencio. Hashirama lo prefirió así. Se vistió con una muda limpia sencilla, unos pantalones y un haori verde cubriendo una camiseta de malla, y recogió sus pergaminos y rollos. Igual era muy arriesgado acercarse al territorio enemigo sin armadura, pero Hashirama, a veces, se arriesgaba demasiado –muchas de forma inconsciente.

–¿Dónde vas, anija? –la voz ronca de Tobirama, señal de la pubertad superada, se escuchó en la oscuridad del cuarto.

–Con Madara. Tengo que comprobar cómo ha pasado Izuna la noche –el chico no se esforzó en mentir, no con su hermano pequeño.

–¿Lo has salvado...? –Tobirama preguntó con dudas.

–Sí, aunque ha habido daños. Me has dado mucho trabajo, otōto –en la voz del mayor no había resentimiento.

Sumimasen...

Era raro que Tobirama se disculpase porque, aunque no quisiera admitirlo, era un tanto orgulloso. Hashirama sabía que, protegido por la oscuridad de la noche, su hermano se sentía más libre de expresarse con él.

–Los Uchiha me prometieron la paz si Izuna no moría –decidió animarle con una buena noticia.

–¿Hablas en serio? –la sorpresa fue tal que Tobirama se incorporó en el futón.

–Sí –había orgullo en su voz, imposible ocultarlo–. En unos días, dependiendo de la mejoría de Izuna, llegará una petición de tregua.

–Pero... Otō-san la rechazará –Tobirama conocía demasiado bien a su padre–. Ayer preguntó por ti unas cuantas veces. Estaba molesto.

–¿Qué le dijiste?

–Que estabas en el campo de batalla atendiendo a los heridos más graves, pero dudo que se lo creyera –el menor confesó.

–Bien, eso es problema mío. Gracias por cubrirme las espaldas, otōto –Hashirama sonrió y supo que, a pesar de la oscuridad, su hermano pudo verlo–. Y... Me he disculpado en tu nombre con Madara.

–¿Por qué?

–Porque era lo que había que hacer. Te arrepientes por tus actos, ¿no es así?

El corto silencio que se creó entre ambos fue más que suficiente para que Hashirama obtuviese una respuesta que no le satisfizo en absoluto. Se acercó a su hermano, sabía dónde estaba a pesar de no ver, y le revolvió el pelo como hacía cuando era pequeño.

–La guerra acabará, y tenemos que empezar a pensar en tiempos de paz. Costará, de eso no hay duda, pero lo conseguiremos.

–¿Lo prometes...? –Tobirama preguntó en un susurro, aceptando la caricia sin revolverse.

–Lo prometo, otōto.

*

Cuando Hashirama llegó al asentamiento Uchiha acompañado de Madara, observó la escasa actividad que había en sus calles. Era cierto que apenas había amanecido, pero las casas permanecían cerradas y, sus habitantes, dormidos. Aquello le extrañó, había supuesto que los Uchiha, igual que los Senju, preferían levantarse con el sol.

Mi niño de las floresWhere stories live. Discover now