Capítulo IX

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Madara Uchiha se limpió el sudor de la frente con la manga del kimono, manchando la tela en el proceso. Su madre le había recriminado miles de veces ese gesto, pero no podía aguantarse más. Una ola de calor repentino a finales de abril tenía la culpa. Podía desabrocharse el kimono un poco, dejar más expuesta su piel blanca, pero un gesto así no era de recibo dentro de los Uchiha.

El cabello largo y enmarañado como un nido de ratas tampoco ayudaba.

Sentado sobre el engawa, disfrutaba de un pequeño tentempié a base de té frío y meronpan preparado por su hermano Kagami. Madara no solía hacer aprecio del dulce, pero a veces necesitaba un poco de azúcar en el cuerpo. Y la primavera invitaba a ello. Observando el delicado jardín trasero que su madre con tanto ahínco cuidaba, escuchando el trajín diario del asentamiento, el joven relajó la mente unos momentos.

Los cortos y rápidos pasos de su hermano le advirtieron de su presencia antes siquiera de que apareciera por el shōji.

–Hashirama-san está aquí –anunció con educación.

Tras lo que había hecho por su hermano Izuna, su madre Hikari había empezado a nombrar así al Senju y Kagami se lo había copiado como forma de mostrar respeto. Lo cierto era que el pequeño estaba muy sorprendido con aquel ninja, ya que tenía unas habilidades nunca vistas hasta entonces.

Madara alzó la vista y observó el sol, casi en lo alto del cielo, marcando el mediodía. Era muy tarde para que Hashirama apareciera por allí, pues acudía a primera hora de la mañana. Eso le hizo sospechar que algo había sucedido.

–Condúcelo hasta la habitación de Izuna. Lo veré cuando acabe –contestó.

Kagami asintió y desapareció dentro de la vivienda. Lo primordial ahora era que Hashirama atendiese a Izuna y viese el progreso de su cuerpo, después ya hablaría con él. Estaba casi seguro que traería una respuesta al armisticio propuesto por su clan, quizá por eso se había retrasado un poco.

Se comió su segundo meronpan y dejó que el sutil sabor dulce se esparciese por su boca como un anticipo al posible amargor que las noticias de Hashirama pudieran traer. Nunca había sido alguien supersticioso ni religioso, pero Madara intuía que algo malo estaba a punto de suceder.

La visita de Hashirama apenas duró media hora. Revisó la sutura en el pecho de Izuna, le midió la temperatura y le enseñó algunos ejercicios para que fortaleciese el brazo afectado para que, al menos, no perdiese la movilidad total del mismo. Si no lo utilizaba, sería igual que una persona manca. Para su satisfacción personal, el chico iba mejorando poco a poco.

Para cuando el Senju apareció en el engawa, acompañado de Kagami, Madara ya se había terminado su pequeño tentempié.

–Traeré un poco más de té –Kagami se ofreció, sabedor de que no podría estar presente en aquella conversación.

–Y meronpan, Hashirama se inclina por el dulce –Madara apuntó.

El nombrado asintió con una amplia sonrisa, igual que un niño pequeño al que le trataban con caramelos. En cuanto lo vio, sin embargo, Madara supo que su amigo no estaba pasando por buenos momentos. Tenía los ojos hinchados, bolsas, y su rostro, en general, parecía teñido con una capa de agotamiento.

–Estos días hace demasiado calor como para ejercitarse bajo el sol –el Uchiha le reprendió para iniciar la conversación, aunque dudaba de que ese fuese el motivo del estado físico y mental de su acompañante.

–Ojalá fuese el calor... –Hashirama contestó con ironía, algo raro en él–. Esto es para ti –de uno de los bolsillos del haori sacó un rollo sellado–. En dos días se iniciarán las conversaciones. El punto de reunión será el hatago próximo al río. Dentro están todos los detalles.

Mi niño de las floresWhere stories live. Discover now