Capítulo XII

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Tobirama Senju no se creía capaz de comer algo así, pero lo había hecho. Y había dejado el cuenco vacío. Era su segundo día apresado por el clan Inuzuka, encerrado en aquella tienda que olía a cuero seco y animal recién muerto. Inmovilizado. Sin sus pertenencias. Manteniendo el contacto mínimo con las personas.

Prisionero.

Por eso, se sorprendió enormemente cuando la hija pequeña de la matriarca del clan, una niña de ocho años que respondía al nombre de Tsume y que era la viva imagen de su madre, le trajo un cuenco con comida. En un primer momento, Tobirama observó el alimento con escepticismo –una especie de tonjiru más espeso y con carne de ciervo en lugar de cerdo.

El caldo era oscuro y espeso, y parecía más un estofado que una sopa. Los vegetales usados eran bastante escasos, y sólo había zanahoria y cebolla. Y los trozos de ciervo, para opinión del Senju, estaban medio crudos.

Haha dice que tienes que comer –fue lo que dijo la niña cuando le colocó el plato en las narices, con un cucharón de madera dispuesta a alimentarlo.

–No pienso comerme eso –Tobirama contestó, porque podía estar envenenado.

Era muy extraño que, llevando tan poco tiempo capturado, le ofrecieran comida. Su clan –y la mayoría– utilizaban la desnutrición como método de presión para obtener información. Y ellos estaban haciendo lo contrario. Aquello no tenía sentido.

–Tú verás –la niña se encogió de hombros–, pero si viene haha será peor.

Tobirama meditó. No estaba en posición de escoger porque sabía que la muchacha tenía razón. Ella le proporcionaría un trato más humano puesto que todos los líderes de clan eran mucho más duros y estrictos. Hakusa le había pedido colaboración el día anterior, cuando lo capturaron, pero no había regresado a la tienda. ¿Ofrecerle comida era su manera de sacarle información?

Se dio por vencido enseguida.

Y al cabo de unos minutos, se vio rebañando el plato hasta dejarlo limpio. Era la primera vez desde que había sido expulsado que comía una comida caliente, decente y con un aporte nutricional adecuado –y, además, el extraño guiso estaba bueno.

–Parece que al cachorrillo le gusta el cervato –Hakusa comentó, abriendo la tienda y entrando en ella–. No, si cara de tonto no tiene –sonrió con malicia.

Tobirama bufó, indignado, y desvió la mirada.

–Bien hecho, lobata –la mujer se dirigió a su hija, revolviéndole el pelo con cariño–. Vuelve con el resto y descansa un poco.

Tsume sonrió enormemente, agradecida y orgullosa de haber cumplido las órdenes de su madre, y se marchó de la tienda con el cuenco de comida vacío en sus manos. Hakusa sacó un kunai entre sus ropas y Tobirama se puso en alerta, pero la mujer se sentó frente a él y comenzó a limpiarse los dientes con la punta.

–En fin, cachorro, ¿vas a hablar o no? –Hakusa preguntó sin mucho interés, escarbando entre sus dientes con maestría.

–Tengo un nombre –el chico respondió con enfado.

–Cierto –Hakusa detuvo el movimiento y le sonrió, mostrando sus caninos–. Tobirama Senju. ¿Qué tramabas espiando a los míos? Responde.

–No os espiaba –Tobirama contestó con rapidez–. Me dirigía hacia el sur. Fue una casualidad.

–No existen las casualidades en este mundo –Hakusa le cortó–. ¿Qué interés tenéis en nosotros?

–Ninguno –Tobirama bufó, arrogante, y a punto estuvo de seguir hablando.

Mi niño de las floresWhere stories live. Discover now