Capítulo II

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Conforme avanzaban los días y la primavera se imponía en el mundo, Izuna Uchiha se sentía más y más contento. Le encantaba la primavera, era su estación favorita. Las flores pintaban un paisaje verde y lleno de vida, armonioso. Los pájaros creaban una banda sonora salvaje e igualmente agradable con sus distintos piares. Y su madre, a quien le encantaba la jardinería, sonreía más a menudo.

Hikari Uchiha, como su propio nombre indicaba, era la luz de la familia. Una mujer fuerte que, pese a tener buenos conocimientos militares, se centró en su papel de madre y se convirtió en un soporte para su marido, Tajima Uchiha, cuando éste más la necesitaba –habían enterrado ya a dos de sus cinco hijos.

Sin embargo, a pesar de la guerra y las desavenencias, Hikari todavía albergaba esperanza en alcanzar la paz. Su marido, a veces, se molestaba con ella porque la acusaba de ingenua, pero Hikari había sido educada siguiendo los preceptos de la fe, y ello la animaba a poner siempre la otra mejilla.

Tajima siempre decía que Izuna era igual que ella.

El joven se había convertido en el segundo hijo, por detrás de Madara y por delante de Kagami, que era el más pequeño de todos con cuatro años. Debido a las afinidades que compartía con su madre, muchas veces se quedaba en casa con ella, haciéndole compañía y cuidando también del pequeño Kagami.

A ambos les gustaba la jardinería, y Hikari se enorgullecía enormemente de que uno de sus hijos, a pesar de haber nacido en tiempos de guerra, fuese parecido a ella. En sus ratos libres, Izuna cuidaba el jardín con ella, aprendía sobre los distintos tipos de plantas y árboles, sus periodos de floración y sus frutos. También, cuando fue un poco más mayor, se interesó por la poesía y la lectura –igual que su madre.

Su primogénito, Madara, era más parecido a su marido. El chico demostraba tener unas dotes excepcionales para convertirse en un grandísimo shinobi, lo cual era un orgullo para el clan, pero un arma de doble filo para una madre tan piadosa como Hikari. Como kunoichi, sabía que tener una familia de ninjas llevaba sus riesgos, pero muchas veces se encontraba en una encrucijada cuando Madara se marchaba a patrullar con Tajima –el temor a que no volviese siempre estaba presente.

Con el paso de los años, Izuna fue creciendo y, poco a poco, se fue convirtiendo también en un diestro shinobi. No era tan ducho como Madara, pero entrenaban juntos la mayoría del tiempo y se ayudaban mutuamente. Madara ya había sido capaz de despertar su sharingan, la habilidad secreta de los Uchiha, pero Izuna aún era demasiado pequeño.

Pese a ello, Hikari albergaba la esperanza de que el entrenamiento militar no cambiase demasiado a su pequeño. A la mujer le encantaba pasar las horas muertas con él, explicándole cuestiones vitales más complejas, o simplemente, enseñándole poemas sencillos, a mejorar su lectura y escritura y, en definitiva, a formarse como un hombre bueno.

Izuna, de momento, cumplía las expectativas de su madre con creces. Se levantaba temprano y entrenaba con su hermano hasta que el sol comenzaba a descender. Era entonces cuando, después de cuidar su higiene personal –como buen Uchiha–, acudía con su madre para ayudarla con algunas tareas.

A diferencia de otros clanes, los hombres Uchiha estaban acostumbrados a compartir tareas domésticas con sus mujeres. Sabían cocinar y llevar un orden en la casa, se intentaba que fuesen organizados, así como que cuidasen su imagen personal del mismo modo que cuidaban su espíritu –porque el cuerpo era el reflejo del alma.

Esto, a ojos de otros hombres, los convertía en poco masculinos, arrogantes y vanidosos como las mujeres. En cambio, a ojos de las mujeres, los hacía verse atractivos y deseados. Para una mujer Uchiha, un hombre era infinitamente más anhelado si peinaba su cabello y vestía ropas limpias, se perfumaba, en lugar de ser un salvaje que exudaba masculinidad por los cuatro costados.

Mi niño de las floresWhere stories live. Discover now