Capítulo XVI

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Izuna Uchiha probó el té y sintió cómo se quemaba la lengua –tenía que reposar un poquito más. Se deleitó, sin embargo, envolviendo la yunomi con ambas manos para calentarlas, disfrutando de aquel sencillo momento de paz. El sol de la mañana estaba en lo alto, era mediodía, y el Uchiha estaba aprovechando su pequeño receso.

Estaba en la biblioteca, en un extremo del edificio entre estanterías. Montañas y montañas de libros, papiros y rollos le rodeaban, Izuna relegado a sentarse en una sencilla banqueta de madera al lado de un escritorio igual de simple. Encima tenía sus utensilios de escritura, ahora apartados a un lado para colocar su almuerzo.

Un poco de té, edamame y tofu hervido. Desde que ya no era un shinobi, su ingesta de alimentos se había visto reducida y ahora comía lo justo. Nunca había sido amigo de los atracones y las comilonas, ni siquiera cuando quemaba toda esa energía en el campo de batalla. Con el cuenco de arroz del desayuno, y picoteando un poco entre horas, pasaba un día entero.

La biblioteca había sido construida a los meses de la creación de Konoha, cuando la oficina del Hokage y las salas colindantes fueron incapaces de almacenar todos los documentos administrativos que se iban generando. Nadie había imaginado que una villa requeriría de una burocracia tan exhaustiva.

De momento, sólo contaba con una planta. Rectangular y construida en madera, se ubicaba en una de las arterias principales de la villa. Justo al lado contrario que el complejo Uchiha, pero Izuna disfrutaba del paseo entre su casa y el edificio público –Konoha aún no había crecido tanto como para que el camino fuese un inconveniente.

La biblioteca estaba llena de estanterías hasta el techo, creando un laberinto dentro de la misma por el que uno tenía que caminar mientras buscaba la información que necesitaba. Izuna estaba allí precisamente para ordenar todo ese papeleo.

Al principio, nadie pensó que habría que revisar los documentos firmados. Pero ahora que había pasado el tiempo y Konoha iba haciéndose más poderosa, a veces era necesario recurrir a archivos pasados para contrarrestar información, conocerla y recordarla.

Y, como desde un principio no se guardaron los documentos ordenadamente, Hashirama había designado a un grupo compuesto por shinobis y civiles para inventariar todos los archivos y guardarlos bajo un nuevo sistema mucho más asequible y rápido a la hora de buscar información. Una tarea que no era ni sencilla ni gratificante.

Pero Izuna, con su amplio bagaje literario, se había ofrecido voluntario cuando el problema fue expuesto en una reunión, y Hashirama se tomó muy en cuenta su iniciativa y lo nombró jefe de equipo –encargándole a él reclutar al resto de subordinados y dejándole manga ancha para organizar el trabajo como creyera conveniente.

La tarea parecía más fácil de lo que realmente era, porque ningún shinobi quería trabajar en el archivo. Izuna sólo había podido reclutar tres adolescentes, dos Nara y un Uchiha, y un grupo de madres que rondaban la cincuentena que se habían comprometido a colaborar con la villa. No era el grupo de trabajo deseado, pero tampoco se podía quejar.

A esas horas, sin embargo, se quedaba solo en el enorme edificio. Las mujeres se excusaban argumentando que debían preparar la comida para sus familias, y los adolescentes llevaban dos días de misión. Pero al Uchiha nunca le había molestado la soledad. De hecho, a veces prefería estar solo para poder escuchar mejor sus pensamientos.

Izuna se había convertido en un joven muy tranquilo. Se había convertido en un miembro importante de la comunidad Uchiha, siendo su portavoz e interlocutor con Hashirama y con el resto de clanes. Madara y Kagami se dedicaban a las misiones, y él velaba por el bienestar de su clan en términos políticos.

Mi niño de las floresWhere stories live. Discover now