23.- Un despertar perfecto

Start from the beginning
                                    

Sigo teniendo el cerebro hecho papilla, supongo, porque solo con esto ya estoy a mil. Llevo mi mano a sus pantalones y la cuelo dentro. Está gloriosamente empalmado. Hace siete meses, cuando nos acostamos en casa de sus padres, no dedicamos tiempo a descubrir nuestros cuerpos. Anoche fue como un reencuentro y, a la vez, una presentación. Me encantó descubrirle y me fascinó su tamaño, su dureza y su delicioso sabor. Lo quiero todo con él. No debería ser malo, porque es mi marido, pero la situación es tan extraña...

Me olvido de todo cuando tira de la cintura de mi pantalón y de las bragas y me deja completamente desnuda. En la cocina. Delante de él, que sigue con el chándal.

―Riley... ―gimoteo.

Hace fresco, pero me da igual. Sus dedos encuentran mi húmeda y resbalosa entrepierna a la vez que sus labios reclaman posesión de mi boca. Por un segundo pienso que quizá sería mejor si no nos besásemos, más seguro para mi corazón, que corre el riesgo de caer enamorado sin remedio, sin embargo, cuando su lengua se enrosca a la mía sé que no voy a poder vivir sin eso. Y que no querría que el sexo fuera más frío y distante eliminando esos besos calientes e intensos.

―Házmelo ―le suplico, cuando sus dedos me dilatan, mete dos y luego el tercero. No le cuesta nada abrirme, estoy deseosa.

Noto su sonrisa cuando besa mi mejilla y sus dientes recorren mi mandíbula sin prisa. Mordisquea el lóbulo de mi oreja, mientras sigue dilatándome con una mano y acariciando mi pezón con la otra. Volviéndome loca.

―¿Qué quieres que te haga, cielo? ―pregunta, con dulzura―. Pídemelo, me pone a mil cuando me hablas de sexo.

―Quiero que me... folles, Riley.

Gruñe contra mi oreja. Por un segundo he estado a punto de pedirle que me «hiciera el amor» y me alegro de no haberlo hecho, porque no es eso. Ni para él, ni para mí. Le bajo el pantalón lo justo para liberar su pesada erección y le acaricio arriba y abajo, arrancándole otro de esos gruñidos guturales. Me gira entonces, con delicadeza. Sujeta mis manos para que me apoye en la isla y me inclina hacia delante. Me abre de piernas con delicadeza y se hunde en mí muy lentamente. Estoy tan húmeda que no le cuesta nada dilatarme, se abre paso sin problema.

Grito de placer. Esto es todo lo que necesito, lo siento cuando llega al fondo, tan lentamente que me parece una deliciosa tortura. Muevo el culo, para aumentar el ritmo. Él clava los dedos en mis nalgas y controla nuestro placer. Se mueve, dentro y fuera, aún tan despacio que creo que su plan es volverme loca.

―Más rápido ―suplico.

Le oigo reír, pero no de mí, es un sonido dulce y tierno. Se inclina hacia delante y besa mi espalda. Luego se mueve más rápido. Lleva una mano a mi clítoris y me acaricia con un par de dedos, mientras me penetra cada vez más fuerte. Grito y me da igual. Friend corre fuera de la casa por la puertezuela para perros. Creo que le hemos escandalizado.

Riley me toca, me folla y acaricia mi espalda a la vez, mi costado y cualquier sitio al que llegue su mano. La sensación es tan intensa, tan perfecta y yo estoy tan excitada y necesitada, que no tardo en correrme, moviendo el culo para pegarme todo lo que puedo a él, para que llegue tan hondo como sea posible.

Mi marido falso me abraza, como si temiera que fueran a fallarme las piernas (lo que es un miedo muy legítimo, porque me cuesta sostenerme), aumenta el ritmo y deja ir un suave gemido cuando alcanza su propio placer. Apoya la frente en mi espalda y me besa con suavidad. No quiero que salga, quiero seguir notándole grande, intenso y palpitante en mi interior.

Y parece que está de acuerdo, porque tarda un poco en apartarse.

Tira de mi mano después, para que vuelva a mirarle. Quizá esto es una idea horrible, pero no logro arrepentirme.

―Ven ―susurra.

Sigo desnuda, él se ha vuelto a subir el pantalón. Me conduce al piso de arriba, con sus dedos entrelazados con los míos. Va a su dormitorio. Tiene una ducha bastante grande. Abre el agua y me besa mientras esta se calienta.

―Creo que voy a retrasar tu desayuno ―me dice, con una sonrisa diminuta, cargada de sensualidad y pillería―. Espero que no te importe.

―Ni lo más mínimo.

―Genial, me alegro, porque no estoy ni un poco saciado de ti, Julianna.

Y juntos nos metemos en la ducha, él tras quitarse toda la ropa. Vuelve a hacerme el amor muy despacio. Porque estoy segura de que esto no es follar, es hacer el amor.

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.
Si en diez años...Where stories live. Discover now