Capítulo 2: Un sueño

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JHONAS

Subo un peldaño, giro a la izquierda y salto para alcanzar el tubo que rodea el montículo. Tropiezo y caigo sobre el duro suelo, dejándome el hombro destrozado. ¡Joder!

—Nhas, así no vas a llegar. El campeonato es dentro de cuatro meses.

—Sé cuando es el campeonato, estoy muy rígido —justifico mi torpeza ante Gustavo, mi entrenador.

—¿Cuánto hace que no tomas? —susurra cerca de la oreja, observando el parque atestado de chicos con los mismos sueños; llegar a ser profesional del Skateboard.

—Una semana. Estoy limpio —aseguro, aunque ambos sabemos que será el tiempo quien cambie este estado de lucidez.

—Prefiero no pensar que tu don solo se muestre cuando andes puesto —suelta cruelmente.

—Sabes que ni juntando la destreza de todos —señalo a mis compañeros de entrenamiento —se acerca a lo que soy capaz. ¡Te lo demostraré! —le desafío aproximando mi cuerpo al suyo.

—Estoy expectante —abre sus manos y se aparta, retirándose el espacio justo para moverme. Dejando entrenver que espera defraudarse.

Subo al skate, cruzo el camino hasta llegar de nuevo a la loma y con un movimiento equilibrado de pies y rodillas me elevo. Mientras me deslizo, el sonido del acero rozando el hierro del patín, me invade. Es música para mis oídos. Dibujando una sonrisa, giro sobre mi cuerpo para caer con estilo, pongo el pie trasero sobre el tail, con la punta sobresaliendo de la tabla, el pie delantero a mitad y golpeo la parte trasera para justo después volver a dar en la delantera, impulsando mi cuerpo hacia delante e inclinando el costado, creando una rotación completa. Intento saltar lo más alto que puedo y cuando llego al suelo, salgo disparado, golpeándome la espalda contra la barandilla. Eso duele de cojones.

—¡Mierda! —grito furioso.

—Entra en ese centro. Si no lo haces, olvídate del campeonato —me da la espalda poniendo fin a una conversación que aún no ha empezado.

—Gus, allí sólo hay locos. Por favor, déjame practicar —intento convencerle suplicando.

—Tú sí estás loco si pretendes repetir la situación de hace dos semanas. Llámame cuando estés interno —se marcha sin mirar atrás. Soy el primero que no quiere verse en ese estado.

Gustavo es el progenitor que nunca tuve. Cuando nací, me abandonaron en un descampado, frecuentado por niñatos y carreras ilegales, gentileza de mis padres adolescentes. Heredé un gran regalo, un mono que cuando me encontraron vibraba todo mi cuerpo. Cortesía de mi madre "la incubadora" como yo la llamo.

Frustrado, me siento en el suelo y abrazo mis rodillas, observando cómo sería mi vida si mis padres hubieran sido como los de Ken Goldin, mi compañero de equipo y a la vez, mi gran competidor. Él se ha criado en una familia adinerada y tiene oportunidades que yo jamás podré olfatear.

Dos días después.

Mientras la terapeuta del centro me observa, esperando que cuente algo que vaya a dar luz sobre qué puede hacer conmigo, veo las diferentes caras que tengo alrededor. Todos situados en círculos, sentados en sillas de plástico blanco, como si el dinero que recibe mensualmente esta institución no fuera suficiente para algo más acolchado.

Nos miramos los unos a los otros sin saber que decir, es tan extraño...

Una sudadera negra capta mi atención, con el gorro sobre la cabeza, solo deja entre ver pequeñas ondulaciones de pelo castaño-rojizo. Camina decidida hacia alguna dirección del ala oeste, con una libreta y un bolígrafo que sujetan sus manos. ¿Quién será?

YUANFEN, MI SALVACIÓNWhere stories live. Discover now