Capítulo 1

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Mi amigo Antón ha muerto. Me he enterado por un mensaje en el instagram de A., mi profesora de Literatura cuando tenía quince años. Una sensación de irrealidad e injusticia se ha adueñado de mí. Muerto. Tenía mi edad : 50 años. Me ha entrado una gran melancolía.

Antón fue el amigo que primero me avisó de que si me comía petazetas con Coca Cola me estallaría el estomago. Fue con él con quien vi por primera vez la serie V y la comenté mientras nos comíamos una rata gigante de gominola cual pérfidas Dianas.

Cuando Antón llamaba a mi casa y yo cogía el teléfono mientras mi madre pregonaba desde el lavadero: "¿pero con quién tienes que hablar tanto si os acabáis de ver todo el santo día?" siempre respondía cuando yo preguntaba: "¿quién es?"

-Tu amante el negro.

En 1982, yo acababa de llegar a Málaga desde Madrid. Era una friqui, era más rara que un perro verde, era un patito feo que gritaba en su cabeza:

-Mi vida es un asco. Sólo quiero crecer y que todos se den cuenta de que soy guapa...

No tenía amigos. Era la chica que no tenía amigos y eso me comía la médula, me martirizaba por dentro.

Mis padres me matricularon en el colegio León XIII situado en lo alto de una montaña de Pedregalejo. Se subía la colina por la calle del bar Marengo, que hacía esquina, tres metros más abajo estaba el Rolling cuando todavía el Rolling era el Rolling, una pista de patinaje sobre ruedas, y aún no se había convertido en una discoteca llamada Bobby Logan.

Cambiar del colegio Afuera en Madrid al León XIII en Málaga fue un shock, un puñetazo en el estómago. Una realidad tan brutal que todavía me duele. Yo, con once años de edad, ya adolecía de una náusea existencial sartriana e intuía que la vida no tenía ningún sentido. Una lucidez feroz me atenazaba. Al irme de Madrid había oído el ruido que hacía la alegría al marcharse.

Mi nuevo colegio malagueño era juegos de sota, caballo y rey, brutalidad, tirarse bostas secas unos a otros, un acento madrileño que no comprendían, niñas que se reían de mí por cómo hablaba, playas, en Madrid hasta los quinquis hablan fino, los trapicheos de chocolate, los balonazos en el estómago cuando hacía de portera, y la sensación de ser una burla con patas, con un montón de chicos y chicas riéndose de mí en cuánto abría la boca. Un infierno. ¿Por qué nos habíamos tenido que mudar a Málaga?

Eran los tiempos del breakdance, de los calentadores y Eva Nasarre, eran los tiempos de Loli, nuestra asistenta, preparando el puchero y preguntándole a mi padre:

-¿Don Guillermo quiere que desolle dos conejos del campo?-Ante mi horror absoluto, mi parálisis aterrorizada.

Una fortuna caprichosa y aleatoria me había expulsado del sorteo del Paraíso para ir a acabar a dar con mis huesos en un mundo rural y subdesarrollado, en Málaga 1982.

Las pijas del Leon XIII solo hablaban de las fiestas de Lemon, sitio prohibidísimo para una pringles como yo.

Pero yo, en realidad, me había enamorado de Margarita, una chica canaria que se sentaba enfrente mía en clase aunque lo guardaba como un oscuro y pulsátil deseo, muy, muy dentro de mí. Si las pijas, los pijos, las chonis, los chonis descubrían que a mí me gustaba Margarita me convertiría en un pato de feria de la caseta del tiro al blanco. Y todavía no había leído "Las consolaciones de la Filosofía " de Alain de Botton que nos animaban a aliviarnos de la impopularidad con el ejemplo del filófoso Sócrates, un buen hombre al que juzgaron malvado y un grupo saturado de estulticia condenó a muerte en la Atenas de siglos atrás.

Margarita era alta, espigada, y tenía una rizada melena cobriza untada de un acento canario dulcísimo que me derretía las venas cuando la escuchaba dirigirse a mí.

-Sara, ¿te sabes el mapa de España en blanco? Pero bueno nena, cómo estás? ¿Tienes los apuntes de Historia?

Yo era invisible para Margarita. Ella era extrovertida, popular y ha estado con innumerables chicos, pero encontraba su vida exasperantemente aburrida. De vez en cuando gritaba cuando salíamos al patio, una terraza de baldosas color terracota que daba al polideportivo rojo, verde, amarillo, de la canchas de futbito, baloncesto, balonmano.

-¡Qué aburrido! Aquí no pasa nada. Qué puta mierda de Málaga!

Yo la miraba, fascinada. El corazón me latía tan fuerte que se me iba a salir del pecho.
Acababa de reconocer a una congénere en el planeta Marte de los verdiales, las malagueñas y las sevillanas, del universo raruno de los "Fité" y "Har favó", del paraíso de los peritas y de los merdellones, del colegio León XIII, donde las chicas que venían de La Presentación o de Las Esclavas de María o de La Asunción, si les rozaba un chico el brazo por casualidad, se ponían histéricas, tenían un ataque de pánico y se iban a todo correr al baño a lavarse con saña y feroz meticulosidad porque se sentían impuras.
¿En qué planeta venusiano y friqui había aterrizado yo?

MÁLAGA 82Donde viven las historias. Descúbrelo ahora