CAPÍTULO 16

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Tras un estruendoso rugido de aquel león, de dispersas brumas brotaron más y más animales, todos ellos de especies dispares. El bosque a su alrededor comenzó a verse conquistado por todo tipo de aves, felinos, canes. Un enorme lobo gruñó tras Jhonatan, y Cerión comenzó a apuntar en todas direcciones, indeciso.

—¿Hechicera? —alzó la voz el centauro, esperando una orden.

Samantha miró la expresión de aquel león, casi pudo percibir en ella algo similar a la ira, pero lo que sí distinguía sin duda alguna era una profunda sabiduría.

—¡No! —alzó la voz Samantha—. No estamos aquí para luchar. Tan solo venimos a prestar ayuda.

—¿Ayuda? —susurró una pantera, negra como la noche, que merodeaba tras ella—. ¿Para qué necesitaríamos nosotras vuestra ayuda?

Samantha, levantando las manos en son de paz, respondió al animal haciéndose oír por el resto:

—Vuestro mundo corre un grave peligro. —El león alzó la cabeza—. Alguien quiere hacerse con la reliquia con la que los dioses mancillaron vuestro descanso eterno. Y me temo que conocen la forma de someteros. Si estamos aquí, solo es para impedirlo.

—Pues hasta ahora solo hemos podido ver cómo tratáis de haceros con la reliquia —sonó la voz de una lechuza aferrada a una rama—. ¿Por qué habríamos de creeros, pues?

—Quizá porque dicen la verdad.

Aquella voz ronca y nauseabunda vino de entre los arbustos y helechos, de los cuales surgió la escalofriante figura de un monstruo musculoso, de piel membranosa y cubierta de afiladas protuberancias óseas.

—No... —exhaló Samantha.

El diablo que salió de la espesura sostenía a Lalah entre sus dedos. La sangre de la pequeña gnomo manchaba sus garras hasta gotear. Samantha, petrificada, comenzó a temerse lo peor. Si esos monstruos tenían ya el anillo en su poder no podría hacer nada. Su premonición se cumpliría. La guerra llegaría de manos de Madre Bruja al Otro Mundo para someterlo. Para esclavizarlo.

Pero algo no encajaba. Si ya tenían el anillo...

«¿Para qué molestarse en hacer acto de presencia aquí?».

El diablo tiró el cuerpo inerte de la gnomo a los pies de Samantha y su voz resonó con una exigencia ante la silenciosa mirada de todos los seres presentes:

—Entrégame el anillo, traidora, y quizá sea benévolo a la hora de matar a tus amigos.

La enorme pantera junto a Samantha rugió cuando comenzaron a salir cientos de aquellos diablos de todas partes, rodeándolos, anegando el lugar con sus infestos ronquidos. El león enseñó los colmillos y rugió una vez más. Pero aquellos monstruos ni se inmutaron.

Samantha se agachó sobre Lalah y percibió que aún seguía con vida. Pronunció un hechizo y le regaló una nueva oportunidad. La pequeña mujer la miró a los ojos, cierta fatiga los empañaba. Y, entonces, lo vomitó.

Samantha, al igual que aquel diablo que la amenazara, miró con asombro el anillo cubierto de bilis.

—Lalah... —dijo sorprendida, a lo que la pequeña mujer respondió con aquella sonrisa suya.

—Esos bichos no son tan listos —farfulló la gnomo.

El diablo, furibundo, rugió fuera de sí. Lo habían tomado por tonto. Y aunque la pequeña no andaba muy lejos de tener razón, hacer enfadar a un ser así no fue la mejor de las ideas.

—¡Matadlos!

Samantha fue a pronunciar un hechizo. Uno que abriera un portal oscuro bajo la reliquia y se la llevara a un lugar lejano, que solo ella conociera. Pero, muy a su pesar, alguien se le adelantó con un inmejorable manejo del elemento viento.

El anillo salió despedido y cayó en terreno de guerra. Los diablos, bestias fuera de sí, se lanzaron sobre ellos como animales furiosos. Las flechas de Cerión volaron raudas, acertando en ojos y corazones. Pero Samantha conocía bien a aquellos monstruos. Las armas convencionales no dejaban en ellos más que recuerdos de vanos intentos de asesinato. Y además...

«Aquí también hay brujas. Alguien ha llamado al viento».

Los animales se vieron obligados a entablar combate, y la sangre comenzó a teñir la tierra de un rojo oscuro.

—¡El anillo! —gritó Jhon, tratando de alcanzarlo.

Pero aquel diablo que iniciara el ataque se interpuso en su camino, mostrando unas fauces de afilados dientes. Algo similar a unas branquias vibraron a ambos lados de la deforme cabeza del diablo y Jhon sintió como si una presencia tratase de meterse en su cabeza, obligándolo a dejar de respirar.

«¿Trata de... manipularme?» —pensó apretando los dientes.

Entonces el diablo dibujó un semblante descompuesto. Trató de darse media vuelta, pero su cuerpo ya había comenzado a descomponerse. A hacerse polvo y ceniza.

Cuando hubo desaparecido, Samantha se encontraba allí, de pie, con aquel cuchillo suyo y un rostro pintado de ira.

—¡No os ocultéis, hermanas! —gritó furiosa—. ¡Sé que estáis ahí!

La pantera rugió frente a ella, placando a uno de aquellos terroríficos diablos, arrancándole la cabeza de cuajo. Miró a la hechicera y su voz gruesa y femenina le habló con una petición:

—Bruja, si de verdad vienes a ayudar, no sé a qué estás esperando.

Samantha alzó las manos al cielo y esta vez el viento la obedeció a ella. Las nubes conectadas a los hilos de bruma se arremolinaron a su antojo y centellearon con oscuros relámpagos. La lluvia comenzó a hacer acto de presencia.

—Vosotros lo habéis querido.

Bajó los brazos en un gesto veloz y el viento se retorció frío, helando la lluvia, convirtiéndola en guadañas de hielo azul. La tierra saltó por los impactos, los cuerpos de los diablos hechos trizas. Cerión contempló el enorme poder de la hechicera y no pudo más que sorprenderse.

—Increíble —murmuró, haciendo que Jhon la mirase también—. ¿Ese el poder de la legendaria Samantha?

Los diablos no dejaron de surgir de las profundidades de la foresta, y el león se situó sobre el anillo, rugiendo, reclamando refuerzos.

Un diablo se lanzó contra él, pero un relámpago caído del cielo lo fulminó en un instante. Los ambarinos ojos del felino se posaron en la hechicera.

—Hazlo desaparecer —le rogó—. Y cierra el paso a nuestro mundo para siempre, hechicera. O nunca descansaremos en paz.

Samantha, cuyos ojos refulgían de pura magia, divisó el anillo y volvió a intentarlo. Pero entonces, el viento volvió a traicionarla, haciendo volar por los aires incluso a enorme animal. Y fue en aquel momento inmerso en el caos, cuando tres figuras surgieron de debajo de los árboles. Tres mujeres. Tres hechiceras. Entre las cuales, reconoció a una que provocó que el mundo se le cayera a los pies.

—Clara...

***

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SAMANTHA y la reliquia prohibidaDär berättelser lever. Upptäck nu