CAPÍTULO 25

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Primero fue la sangre; húmedo rojo impregnando sus manos temblorosas. Vida que brotaba escapando de su pecho, obligándola a sentir cómo todo cuanto había intentado para salvar aquel mundo parecía haber sido en vano.

Segundo fue el llanto; traslúcido río que manaba de sus ojos color plata, para perderse con sabor a sal en la comisura de sus labios, en los confines de su sucio y crispado rostro. Plasmando el lamento que pugnaba por salir de su interior al ver tanta destrucción, tanta pérdida, tanto despropósito.

Y tercero y último fue el silencio; uno que la ensordeció con su presencia, con su inconmensurable magnitud. Un silencio que atronaba en sus oídos manchados de barro, sangre y guerra. Un silencio que tan solo era desgarrado por el crepitar del fuego en aquel árbol frente a ella de dimensiones descomunales y aura sobrenatural, de destellos brillantes e imposibles. Aquel árbol que la hizo estremecer, pues no parecía pertenecer a este mundo. Más bien, pareciera que el mundo pendiese de él.

Y, solo entonces, al alzar la vista a la aurora boreal que lo envolvía todo, una voz gruesa la alcanzó desde atrás y su alma dio un vuelco:

—Si he de morir, lo haré junto a ti, Sam.  

***

—¿Te encuentras bien?

La voz de Jhon la sacó del recuerdo de aquella nefasta premonición, y, justo al hacerlo, su voz le sonó tan familiar...

Samantha miró poco a poco al hombretón, que la observaba con una sonrisa que comenzó a brotar de sus labios al comprobar que reaccionaba. No supo qué era, pero lo que bulló dentro de ella era el más fuerte de los sentimientos... Paz...

—Jhon...

—Te esperan —la interrumpió Kina, que lamiéndose su enorme zarpa le indicó el camino con la cabeza.

Jhonatan asintió, dándole ánimos.

—Lidéralos, Sam —dijo—. Solo tú puedes salvarlos de lo que se avecina.

—Pero yo... —casi sollozó, y el hombretón la atrapó en el más cálido de los abrazos.

—Yo confío en ti. No he visto unos ojos donde navegue más bondad que en los tuyos en toda mi vida. Quién sabe, igual algún día te ganas un lugar aquí.

«Es cierto. No es momento de flaquear —pensó la hechicera, desterrando el miedo, empujada por aquellas palabras que casi la hicieron volar—. Es momento de cambiar el destino».

Se apartó, miró a los ojos a aquel hombre que tenía la mirada más conmovedora del mundo, y volvió la vista con decisión a aquella alta y gruesa raíz. Las hojas sobre sus cabezas latían con colores rojizos en esta ocasión, llamando a la ira, invocando a la fuerza.

A su paso, las miradas de los animales totémicos recaían sobre ella como lo hace el acero sobre el cuello de un enemigo. Era una bruja, y procedía del mundo de los vivos. Allí, no había lugar para ella.

Ascendió a lo largo de la raíz hasta situarse junto a Bondo, cuya esencia parecía expandirse como un manto de bondad y sabiduría. Miró a las criaturas allí reunidas, cómo aún seguían llegando más y más. Y el silencio se fue apoderando del lugar, poco a poco, paso a paso.

«No es momento de dudar...».

—Habla, bruja —sonó una voz de entre la muchedumbre.

Samantha apretó ambos puños y el miedo a perderlo todo se transfiguró en decisión.

—El mundo de los vivos está en caos —alzó la voz haciéndose oír—. Sé por Kina que lo sabéis, pues muchas de las víctimas inocentes que han caído en los conflictos creados entre las mías y los dioses forman parte ahora de vosotras y os han advertido. Pero es mucho peor de lo que imagináis. Madre Bruja conoce bien el arte de la guerra. Y lo que hemos vivido hace poco no era más que un movimiento táctico para evaluar la zona. Para encontrar algo. —Miró al cielo, a la inmensa copa que lo cubría todo con hermosos destellos. La copa de aquel árbol que no parecía un árbol—. Y lo ha encontrado. Ahora solo queda que venga con la pretensión de quedarse con todo.

—¿Hablas de que esa bruja es capaz de plantarnos cara en nuestro propio mundo? —quiso saber Bondo, que la miraba de soslayo con aquellos ojos negros como la noche.

—No pretende plantaros cara —apretó los dientes—. Pretende convertiros en sus marionetas.

Los murmullos surcaron veloces entre los presentes, como lo hacen los relámpagos ocultos entre las nubes.

—¿Qué sandez es esa? —aulló una loba huargo.

—No es una sandez —advirtió Samantha—. Madelane ha estado buscando la forma de unir varios hechizos que una vez escribiera el dios Fudo en su grimorio, y si está dispuesta a irrumpir en vuestro mundo solo puede significar una cosa...

—Que ya lo ha logrado... —murmuró para sí Jhonatan, que observaba a todas aquellas criaturas incrédulas, murmurando sobre aquella conjetura tan disparatada.

—¿Crees que la escucharán? —preguntó Cerión al bucanero.

—Eso espero... Porque si no, esto va a acabar muy mal.

—Madelane vendrá armada hasta los dientes —crujió la voz de Samantha—. Traerá consigo un ejército de diablos implacable. Hará los sacrificios que sean necesarios en pos de alcanzar lo que desea —su voz, de pronto, comenzó a apagarse. El terror tiñendo sus ojos—. Y esos monstruos no son fáciles de detener. Ya lo habéis comprobado vosotros mismos.

—¿Y qué es lo que propones que hagamos? —sonó la voz de aquel alma tan similar a un ser humano, que permanecía medio escondido entre las raíces que recorrían la tierra.  

Samantha miró a aquel ser, en silencio, casi podía sentir su miedo. El mismo miedo que la desbordó a ella en aquella ocasión, cuando las suyas se revelaron y se enfrentaron a Madelane y sus diablos, y donde la muerte y la desolación fue lo único que conoció. En aquella ocasión vencieron. Pero por tan poco que para ella nunca fue considerada como una victoria. Tantas brujas muertas... Tantas víctimas que tan solo buscaban la libertad. Y de ella, que trató de liderarlas, no quedó más que esquirlas afiladas y cortantes clavadas en un corazón destrozado por la pérdida y la desesperación. No... No podía volver a vivir aquello. No podía volver a presenciar más y más muertes. Más y más destrucción.

La culpa, como una cadena atada a sus tobillos, volvió a arrastrarla a los confines de la desesperanza y, de pronto, toda esa confianza en sí misma se derrumbó como una torre de arena en la orilla de una playa.

—Yo... No lo sé...

***

NOTA: No es fácil llevar las riendas de algo tan grande...

SAMANTHA y la reliquia prohibidaWhere stories live. Discover now