CAPÍTULO 29

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La luntanhia cayó del cielo. Y, con ella, la magia. Así me lo relató el dios Akiyama. De ella proviene, de ella emana, y ella misma la devora. De ahí que este preciado metal sea el apoyo más poderoso, y a su vez, el arma más mortífera contra las artes arcanas.

K. Tarbusi, Notas

***

Jhonatan se puso en pie de inmediato, apretaba en su puño aquel cuchillo que Sam le diera.

—¿Qué es eso?

En el horizonte, a lo lejos, sobre la sabana, las brumas surgieron de la nada formando un manto oscuro que relucía en violáceas destelladas. Cerión, tenso como la cuerda de su arco, se posicionó junto a él y afiló la mirada.

—Ha llegado el momento —dijo—. Es tiempo de luchar.

—Regresemos junto al gran árbol —propuso Lalah, cuyo rostro se deformó con un semblante que Jhon nunca en la vida habría imaginado ver; seriedad, pura y dura.

El hombretón miró hacia la distancia. Rugió por dentro de rabia por no poder estar allí, por no poder ayudarla en la contienda.

«Maldita sea. ¿Por qué no tengo la capacidad de poder hacer nada? ¿Por qué no puedo ayudarte ya sea de la más ínfima de las formas? No es justo. No es justo que tengas que jugarte el cuello por mí. No es justo que no pueda hacer nada para impedir... el perderte...».

Y entonces bajó la cabeza, con ojos derramando aquel azul oscuro, descubriendo que aquella hechicera, fuera como fuese, y en aquel espacio tan corto de tiempo, se había hecho con algo que nadie había logrado en su ya larga vida. Con algo que desde que nació como bucanero juró que nadie podría robarle. Con algo que, de fuerte que latía, casi le destrozó las costillas.

***

El rugido de Kina fue tal que sacudió los oscuros cabellos de Clara a pesar de la distancia.

La chica, llorando, temblando, soltó el cuchillo y abrazó a Samantha desde atrás, haciéndola gemir de dolor.

—¡Apártate de ella! —gruñó la pantera, que ya comenzaba a ser respaldada por el resto de animales—. Apártate o te arranco la puta cabeza.

—Espera...

Los ojos ambarinos de la felina se posaron en Samantha, que levantando la mano fue quien pronunció aquella súplica.

—¿Cómo...?

—Espera —repitió sacudida por el dolor y los sollozos de quien la abrazaba desde atrás—. No la mates. Estoy segura de que...

Clara comenzó a chillar de nuevo, llevándose las manos a la cabeza, tirando de su cabello, arrancando mechones oscuros y ensangrentados.

Sam se giró hacia ella. Estaba desbocada, fuera de sí. Entonces, se dio cuenta de que aquella pobre chica había evitado el matarla. La herida, en el costado, podría haber ido directa al corazón si Clara hubiera querido. Pero...

—Te has resistido —exhaló Sam—. Te han hecho algo para obligarte a matarme y aun así... has resistido al hechizo de subyugación... ¿Cómo...?

Clara la miró cesando por un breve instante su grito. En sus ojos negros y vidriosos se podía percibir algo aterrador; no solo el miedo, sino las ansias de morir.

Y entonces estalló de nuevo en un grito que hizo estremecer a las almas presentes, agarró de nuevo el cuchillo y lo blandió otra vez contra la hechicera. Una sombra oscura como la misma noche surcó el aire, y cuando Sam quiso darse cuenta, Kina clavaba los colmillos en el brazo de la joven bruja, manteniéndola a distancia de su objetivo.

—No, Kina —dijo entre dientes Samantha, llevándose la mano al costado, impregnándola en carmesí—. No le hagas daño. No es consciente de lo que hace.

La pantera, con aquel brazo delgaducho apunto de desquebrajarse entre sus fauces, la miró en silencio, emitiendo un leve gruñido. Clara volvió a gritar y entonces el desastre que tanto esperaban hizo acto de presencia.

Las brumas se acurrucaron en el cielo sobre sus cabezas, restallando con violáceos destellos, sirviendo de preludio a la batalla.

Un fuerte latigazo y el aire se desquebrajó, abriendo un portal descomunal del que brotó un monstruo de armadura de enmarañadas formas, que bien podría medir como dos hombres uno sobre el otro, y montado a lomos de lo que muchos podrían haber reconocido como un oso gigantesco. Alzó un hacha embotada de filo negro y su bramido trajo consigo una marabunta de diablos que comenzaron a derramarse sobre el terreno como agua corrompida.

—¡Atacad! —rugió Jenon.

Y aquellos animales se enzarzaron en una sangrienta batalla contra aquellos monstruos, sonando el primer impacto entre ellos de forma cruda, irracional. 

Kina, mirando en todas direcciones sin soltar aquel brazo, apretó hasta partirlo y hacerle soltar el cuchillo. Clara gritó. Sam, viendo a todos aquellos diablos surgiendo del portal, trató de curarse la herida lo antes posible. Y cuando el hechizo comenzó a surtir efecto, la vio aparecer.

Con paso calmo, su largo y grisáceo cabello al viento, y aquellos ojos de color rosa perdido, Madelane hizo aparición entre el manar de bestias como la roca a la que el río evita, paciente, firme. Y entonces clavó la mirada en ella.

—Veo que la chica no sirve ni como marioneta —pareció decir.

Y entonces, murmuró un encantamiento que hizo que la cabeza de Clara girara como una peonza hasta quedar colgando de un trozo de piel.

—¡Nooo! —sonó por encima del fragor de la batalla el alarido de Samantha, que sintiendo cómo todo su cuerpo ardía de pura ira, comenzó a llamar a todo elemento habido y por haber. 

La tierra sufrió una sacudida y las nubes se arremolinaron furiosas, escupiendo deseos de estallar. El viento se arremolinó formando de repente un tornado que comenzó a arrancar del suelo a cuantos agarraba a su paso. La risa de Madelane resonó entonces en sus oídos.

—Así que pretendes hacerlo difícil, ¿no es así?

Los diablos siguieron manando de aquel agujero de magia y oscuridad, atacando como seres sin conciencia a aquellos animales que resistían sus embates. La sangre comenzó a teñir la sabana con un manto rojizo que se extendía a velocidad de vértigo. Una loba huargo agarró a uno de aquellos diablos de la cabeza y el estallido que produjo el cráneo impregnó de sesos el rostro de Sam, que fuera de sí no prestaba atención a otra cosa que no fuera Madelane.

Los relámpagos comenzaron a caer del cielo, tronando y haciendo pedazos los cuerpos de aquellos temibles monstruos. La tierra se abrió, tragándose a cuantos la pisaran. La risa de Madelane seguía resonando, haciendo enfurecer aún más a la hechicera, y fue la voz de Kina la que la sacó de su estado exacerbado.

—¡Así no ayudas, Samantha! ¡Cálmate, y empieza a diferenciar a enemigos de aliados!

El cuerpo de un rinoceronte cayó al vacío, junto a otros tantos diablos, desapareció en una oscura bruja y resurgió embistiendo al mismísimo jinete demoniaco, tirándolo de su oso pardo. El caos era desgarrador, atronador. En cuanto el daemonio se puso en pie, se preparó para un segundo golpe y, en esta ocasión, el rinoceronte recibió un tajo de su hacha siendo sesgado su cuerpo por la mitad, desparramando su interior por el campo de batalla.

—No —exhaló Samantha, volviendo en sí.

—Céntrate, Samantha —le exigió la pantera—. Y no te preocupes por nosotras. Como ya te dije: una vida, un alma. Y cada una tenemos miles de ellas.

El rinoceronte desapareció con un aullido de dolor en una bruma oscura y difusa entre toda aquella confusión violenta de rugidos y alaridos.

—De acuerdo —apretó Sam los dientes, miró por última vez el cuerpo de Clara, y gruñó con un hálito que brotó siniestro entre sus dientes—. Detengamos esta locura sea como sea.

***

NOTA: Gracias por vuestros comentarios y votos.

SAMANTHA y la reliquia prohibidaWhere stories live. Discover now