CAPÍTULO 31

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«Lo siento...».

Y Sam, con aquel lamento castigándola por dentro, invocó un portal de oscuridad sobre sí misma, surgiendo el otro extremo de la senda sobre las cabezas de sus enemigas.

La lluvia de lanzas pasó através de aquel portal y comenzó a clavarse sobre los cuerpos de los diablos y sus hermanas brujas... Tan solo una de ellas llegó a cubrirse con una cúpula de magia que evitó su muerte, al igual que hiciera Madelane, gruñendo de ira. El cuerpo de aquel oso de desproporcionadas dimensiones que sirviera de montura a Balaam, cayó como el plomo, hecho un colador de rojo sangre, provocando que el jinete demoniaco bramara haciendo vibrar el aire. Algunas de aquellas lanzas de hielo atravesaron también al rinoceronte y a Bondo. Pero ambos se mantuvieron en pie con insistencia férrea. Kina en cambio las evitó. Cosa que muchos de los diablos no lograron por ser una molestia unos para otros al amontonarse como bestias sin cerebro. 

—¿Te crees muy lista, maldita zorra? —gritó fuera de sí Madre Bruja—. Te voy a arrancar la puta cabeza y me la voy a llevar de estandarte a mis futuras guerras, jodida traidora.

—Si me obligáis —jadeó Sam entre dientes—. No me quedará otra opción que acabar con todas vosotras.

El compendio de maldades que dibujaban ahora el rostro de Madelane no dejó duda alguna de que pensaba hacer oídos sordos a aquella advertencia.

—Siempre supe que darías problemas, traidora —habló mientras aquellos diablos se volvían a poner en pie, arrancándose las lanzas, sanándose sus heridas, gruñendo de nuevo impregnados en ira—. Desde el día en que naciste. Esa influencia que emanas... Nunca me gustó un pelo.

—¡Solo soy la respuesta que el Equilibrio ha tenido a tu falta de cordura! —gritó fuera de sí, doblando los dedos como garras, empapa por la funesta lluvia—. ¡Eres tú quien ha arrastrado a las nuestras a la locura, y no muestras compasión alguna con ellas! ¿Es que no logras verlo, a pesar de jactarte de tu propia inteligencia?

—¡Silencio! —tronó la voz de Madre Bruja haciendo detener la lluvia por un breve instante.

Cuando el agua volvió a tronar contra la tierra, la voz de Madelane sonó tan fría que casi heló el ambiente.

—No vas a volver a interponerte en mi camino, traidora. Pues mi senda, no es otra que acabar con los malos de esta historia.

—No, Madelane. Tu senda no es otra que la de la venganza. Y en ella, no encontrarás jamás la paz.

Madelane alzó las manos llamando a los relámpagos, a las aguas, a la tierra... Pero cuando todos acudieron, Samantha ya no estaba. Ya no se encontraba allí. Y los ojos morganita de la hechicera refulgieron con la más profunda de las iras, dirigiendo una mirada furibunda al horizonte. Un horizonte donde sabía que encontraría el centro de todo. El árbol que la ayudaría a dominar todas aquellas almas de un solo plumazo. El árbol que representaba la existencia en aquel limbo, y a través del cual su hechizo se extendería por todas las criaturas que moraban en el Otro Mundo.

***

Sam surgió de un portal oscuro y cayó arrodillada por el agotamiento. Jhon, que la vio aparecer, corrió junto a ella con el corazón en un puño.

—¡Sam! ¿Estás bien?

La respiración agitada de la hechicera sacudía su pecho, el agua goteaba de su cabello empapado, las lágrimas, fundidas en aquella humedad.

—Vienen —balbuceó aterrada—. Vienen y no sé cómo... detenerlos.

De entre toda la fauna que allí se encontraba, el gran ciervo, junto a Jenon, que había resurgido de su muerte, se aproximó a la hechicera con una templanza digna de la más antigua de las criaturas.

—Calma, hechicera. Seguiremos luchando. Lo haremos hasta el último estertor, cuando la última alma que navega en cada una de nosotras deje la existencia para siempre. No hay otra opción. Así pues, no te derrumbes ahora. Solo nos queda seguir luchando.

Samantha clavó en Nael su plateada mirada.

«Hasta que la última alma que navega en cada una de ellas...» —surcó en su mente el pensamiento, y entonces recordó lo que leyó de labios de Madelane:

—Dominar un alma muerta consciente —gruñó feliz entre dientes—. ¡Funciona!  

—Un alma... —musitó—. Una única alma...

—¿Cómo dices? —preguntó Jenon, cuyo rostro hablaba de ira contenida, de ansias de luchar.

Jhon miró a Sam a los ojos, creyó ver en ellos algo de esperanza, y cuando ella lo abrazó no le cupo duda alguna. Aquella mujer era imparable, y sabía que algo rondaba ya por su mente.

Sam se apartó, le dio un beso en los labios al hombretón, y se alzó en pie como tirada por un resorte, rearmada de energía.

—¿Estaríais dispuestas a acabar con vuestras propias compañeras? —preguntó a Nael.

El ciervo, cuyas astas se sacudieron ante aquella pregunta, quiso saber a qué se refería.

—¿Qué estás diciendo, hechicera? No entiendo lo que propones.

—Pues prestad atención, y quizá así, tengamos alguna posibilidad.

***

No tardaron en hacerse oír.

El estruendo que formaban aquellos diablos con sus garras sobre la tierra retumbaba hasta el corazón mismo del bosque del Olvido. Los diablos corrían a cuatro patas, arañando las cortezas de los árboles, impulsados por el más profundo deseo de aniquilación.

La tierra se abrió entonces delante de ellos, cayendo algunos al vacío con rugidos que se perdían en la lejanía. Pero Madre Bruja invocó al mismo elemento y cerró aquella brecha que había abierto Samantha. De nuevo, las nubes en el cielo, y, de nuevo, el viento silbando entre los árboles. Pero aquellas amenazas no amedrentaban a los diablos, así pues, se lanzaron desbocados hacia la base del gran árbol que ya se discernía entre las copas, seguidos de Kina, Bondo y Rino.

Las aves comenzaron a caer en picado del cielo, a clavar sus picos en los ojos, a morir presas de los diablos. Un relámpago cayó atronador y dio de lleno en la cabeza de uno de aquellos Quebrantahuesos, haciéndolo perder el conocimiento, derrumbándolo como una torre malherida.

Madelane, como si nada de aquello le importase, mostraba su macabra sonrisa hasta las orejas, mordió su propio dedo y con la sangre dibujó una runa en el tronco de un roble. Al llamar al fuego, de esta brotó una poderosa llamarada que tomó la forma de una serpiente, lanzándose con brutalidad contra la foresta que los rodeaba, contagiándola de llamas como si de una enfermedad se tratase.

Ahora, el fuego formaba parte de la batalla.

La joven hechicera tras ella reía como una desquiciada, pues, al parecer, aquel era el elemento que dominaba, y ahora que ese fuego estaba presente podía hacer con él lo que quisiera.

Columnas de rojo ardiente se elevaron a su orden, serpentearon hambrientas a por aquellas aves, convirtiéndolas en graznidos de dolor humeantes, sentenciadas. Y el caos, comenzó a extenderse por cada rincón.

—Vais a ser míos —sonrió la todopoderosa Madelane.

***

NOTA: Maldita sea...

SAMANTHA y la reliquia prohibidaWhere stories live. Discover now