CAPÍTULO 14

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Un cuchillo embotado acarició el cuello de la hechicera, inmovilizada desde atrás por aquel viejo que ahora no se veía tan aterrado.

—Quieto, viejo —alzó la mano Jhonatan.

Las voces comenzaron a tronar en el exterior, donde el caballo de Samantha relinchó con fuerza.

—El hambre es muy mala —dijo el anciano con tono desquiciado que no había mostrado hasta entonces.

—Calma, viejo —insistió despacio el hombretón—. Hemos venido a ayudaros. Si le haces daño...

—¡Nadie ha venido nunca a ayudarnos! —bramó la voz del viejo.

Afuera, comenzaron a sonar los gritos y el silbar de las flechas. El galope, las pisadas y los golpes.

—No tengo tiempo para esto —murmuró Samantha y un hechizo brotó de sus labios, haciendo temblar la tierra, abriendo una grieta tras sus pies que provocó la caída del anciano al firme.

Asustado, el viejo la miró con ojos desorbitados, gateando de espaldas hasta chocar contra la pared.

—¡Brujería! —bramó—. ¡Brujeríaaa!

—Vámonos de aquí —propuso Jhon.

Samantha, mirando con cierta lástima a aquel hombre, terminó por seguirle el paso al bucanero.

Una vez fuera, vieron el desastre. Cuerpos caídos por los suelos. Sangre tiñendo la tierra con charcos rojo intenso. Un niño sostenía una ballesta en sus manos, apuntando al centauro, que con su arco ya tensado lo enfilaba en silencio. 

—¿Qué diablos ha pasado? —preguntó Jhon, viendo cómo el bayo de Samantha permanecía tirado en un manto sanguinolento a los pies de Lalah y Cerión.

Samantha corrió hasta él. Pronunció un hechizo que conocía bien. Pero, por desgracia, varias saetas atravesaban su corazón. Ya, no había tiempo para salvarlo.

Miró al centauro que parecía herido en los cuartos traseros. El rojo manaba oscureciendo su pelaje rojizo.

—Nos han atacado al unísono —dijo Lalah nerviosa, sin dejar de moverse de un lado a otro.

—Estaban bien organizados —añadió el centauro—. Sabía que aquí había algo extraño. Podía olerlo en el ambiente.

—¿Estás bien? —preguntó Jhon, que reparó en que el chico seguía allí de pie, ballesta en mano.

—Lo estoy —asintió el centauro—. Pero he tenido que llevarme conmigo muchas vidas.

Ante ellos, un panorama desolador. Cuerpos colgando de las ventanas, atravesados por flechas de hermosas plumas engarzadas. Una treintena, a lo sumo.

—¿Tú solo? —preguntó sorprendido el bucanero.

—No estoy orgulloso de ello —dijo—. No son más que seres que han perdido la razón y el juicio.

El niño, con un gruñido, disparó el arma bajo el asombro del grupo. Cerión disparó también, y su flecha surcó el aire con una maestría tal, que alcanzó de lleno la punta de aquella saeta partiéndola en dos, no pudiendo evitar hacer un segundo blanco, junto en la frente del niño.

El cuerpo cayó al suelo como un saco de patatas. Y luego... Luego solo había silencio. Un silencio ensordecedor, siniestro. Uno que ni siquiera los gorriones quisieron romper. Uno, que les heló la sangre. 

***

Dejaron aquel pueblo atrás, con sus muertes, su sangre y su silencio, para no volver jamás.

El sol se colaba por el follaje de la urdimbre sobre sus cabezas. El bosque, aquel al que tanto temieron aquellos aldeanos, no era muy distinto de otros bosques, salvo por un detalle.

—Allí —señaló Jhonatan al cielo, a través de un claro entre los robles—. ¿Pueden ser las tinieblas de las que hablaba el viejo?

Samantha alzó la vista y asintió.

—Es posible. Lalah, ¿podrías...?

—Eso está hecho —sonrió la diminuta mujer, y como un borrón, desapareció dejando una estela de tierra y polvo.

Samantha se aproximó a Cerión, cuyo rostro compungido hablaba por sí solo.

—¿Te encuentras bien, Cerión?

El centauro, sin levantar la vista, habló como quien siente la deshonra navegando por sus venas.

—He matado a varios críos. A ancianas y hombres que apenas podían mantenerse en pie. —Negó con la cabeza—. No, hechicera. No estoy bien. No ha sido una batalla justa.

—Te obligaron a hacerlo —intervino Jhonatan—. Una treintena contra ti. Yo creo que no tuviste más remedio.

—¿Tú crees? —gruñó posando su fría mirada en él—. Puede que para los humanos sobrevivir lo sea todo, ya sea a costa de su propio honor. Pero para nosotros no es así. La lucha debe ser contra quien es más fuerte. No hay nada de honorable en acabar con un crío muerto de hambre.

—Lo sé —asintió el hombretón—. Solo digo que eran ellos o tú. Nunca he dicho si quiera que matar a alguien sea algo digno.

Y Jhon aceleró el paso dejándolos atrás.

—Quizá tenga razón —dijo Sam caminando junto al centauro, que encogió los hombros como único gesto.

La hechicera miró la cicatriz del inhumano donde antes hubiera una saeta. 

—¿Te sigue doliendo?

Cerión negó de nuevo.

—Bien —asintió la hechicera—. Al menos contigo he podido hacer algo.

—Siento tu pérdida —la miró con cierta lástima—. Era un animal maravilloso.

—Llevaba mucho conmigo. Pero en un mundo así, nunca se sabe...

El centauro asintió.

—Su alma descansa ahora en un lugar mejor —aseguró—. Hasta es posible que, si encontramos esa reliquia, puedas decirle un último adiós.

En esta ocasión fue el centauro quien tomó la delantera, momento que Jhonatan aprovechó para frenar el paso y caminar junto a Samantha.

—¿Qué ha querido decir con eso?

Sam lo miró con aflicción, sus palabras sonaron pesarosas:

—Exactamente lo que has oído. La reliquia que buscamos, Jhon, abre el camino a donde descansan las almas que han dejado este mundo.

—¿Cómo dices? —sus ojos, dos aros azules.

—Es por eso que Madre bruja la busca con tanto ahínco. —Se detuvo y agarró del brazo al hombretón, no sin sentir un escalofrío al tocarlo—. Jhon —le tembló la voz—. Si Madelane se hace con esa reliquia, pondrá bajo su mandato al ejército más poderoso de todo este mundo. Es posible que ya haya encontrado la forma de hacerlo, y no se detendrá ante nada ni nadie. No conozco a nadie más testaruda que ella. 

Jhonatan la miró a los ojos, desde demasiado cerca, y con aquel aroma a sal, pronunció unas palabras que le provocaron un vuelco en el corazón:

—Yo conozco a una hechicera aún más terca que ella.

Y la sonrisa de aquel hombre la hizo estremecer.

Las pequeñas pisadas sonaron aceleradas en su dirección y Lalah surgió de entre los arbustos con el rostro desencajado.

—¡Lo he encontrado! —dijo alzando la voz—. Pero hay un problema.

—¿Qué problema? —preguntó Cerión.

—Que no somos los únicos que hemos venido a por el dichoso anillo.

***

NOTA: Se avecinan problemas...

SAMANTHA y la reliquia prohibidaWhere stories live. Discover now