CAPÍTULO 2

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Aquella bestia, impregnada en sudor y sangre, comenzó a tirar con sus garras, aferrada como un animal hambriento a los intestinos, logrando que el grito de desesperación de la chica se ahogase en lo más profundo de la nada, siendo el sonido húmedo y viscoso de las tripas al brotar lo único que se pudo oír en el bosque.

La chica cayó como el plomo, anegada por el pavor, llevando sus temblonas manos al agujero abierto en su piel, deseando que todo aquello no fuese más que un sueño. Una maldita pesadilla. Y al preludio de un último estertor, alzó la vista bajo su rubio cabello impregnado en sangre al diablo que se erguía sobre ella, tan aterrador como repugnante, con aquel cuerpo fuerte, desnudo y membranoso del que brotaban puntiagudos huesos. Y tosiendo un escorbuto de sangre roja oscura, escuchó unas últimas palabras antes de despedirse de este mundo.

-Si no nos dejáis más remedio -sonó ronca y mojada la voz de aquel ser plagado de quemaduras en sus pellejudos músculos-, acabaremos una a una con todas las vuestras. Y no será rápido, como has podido comprobar.

El suelo tembló al pisar tras ellos otro de aquellos monstruos.

-No hay ninguna más aquí. -Miró con desprecio a la chica desparramada en el firme-. Ninguna va a traicionarla. Estas zorras no dudan en morir por ella.

-Pues casi soy yo el que muere hoy -gruñó el primero-, joder. Te dije que apagaras bien esa jodida hoguera. Que esta puta dominaba el fuego.

- Ella no os dejará encontrar lo que buscáis -dijo la chica moribunda-. Ya le cueste la vida. Que os jod... -y sus palabras se apagaron con el crujido que emitió su cráneo al ser aplastado por un tercer monstruo que surgió de entre los arbustos.

Este, a diferencia de los otros dos, medía como dos hombres uno sobre el otro. Con un cuerpo cubierto por una armadura de extrañas y afiladas formas. Su mirada refulgía con tonos rojizos de la brecha que se abría en su ornamentado y retorcido yelmo.

Miró la masa gris del cerebro allí reventado y esparcido, y una voz que sonó a cavernas y amenazas brotó de aquel grotesco ser.

-Vámonos -instó, bufando con la decepción circunscrita en sus palabras-. Y dejad ya de quejaros, joder. Debemos seguir buscando, o nuestra señora Madelane hará de nosotros una papilla más desagradable aún que esa que podéis ver en el suelo.

-Sí, comandante -sonaron al unísono las roncas voces de los diablos.

Y tras su marcha, junto a aquella hoguera extinta, no quedó más que silencio. Un silencio que muchas otras ya guardaron como lo hizo aquella chica. Aquella joven bruja. Pues la mujer a quien buscaban aquel daemonio y sus diablos necesitaba tiempo. Tiempo para evitar más desgracias al mundo. Tiempo para allanar el camino que se presentaba por delante. Tiempo para impedir que aquella reliquia prohibida, obra de los dioses, cayera en manos de Madre Bruja.

Tiempo, y solo tiempo era cuanto necesitaba. Y al parecer era de lo único que no iba sobrada.

                                                         ***

Los cascos de los caballos detuvieron el avance junto a la encrucijada de caminos.

-Hasta aquí me puedes acompañar, Clara -dijo Samantha, ojeando a un lado y a otro, viendo cómo un grupo de conejos salía desperdigado directo a sus madrigueras-. Nada más.

-¿Estás segura de que no quieres que vaya contigo? Sabes de lo que soy capaz.

Samantha la miró con severidad, pero en sus pupilas quedaba patente ciertos rescoldos de lástima, miedo e indecisión.

-No, Clara -dijo-. Vuelve y ocúltate como el resto. Si en el tiempo que os dije no he vuelto, será vuestro turno para decidir qué hacer.

Hubo un corto silencio.

-De acuerdo -bajó la mirada-, no insistiré más. Pero por el bien de ese informador tuyo, espero que no esté hoy en día en el bando equivocado, o seré yo misma la que vaya a esa ciudad y lo saque de su cuchitril a patadas.

Samantha esbozó entonces un amago de sonrisa.

-No te preocupes, Clara. Puede que los suyos decidieran unirse a las hordas de Baalseboth y Madre Bruja, pero él no es así. Él nunca creyó que las guerras sirvieran para nada más que dar de comer a los cuervos. Confío en él.

-Tendré que creerte -se enfurruñó.

Samantha acercó la montura a la suya, alzó la mano y acarició la barbilla de la joven bruja.

-Vete. Prometo que esto no es un "hasta nunca". Cuando destruya esa reliquia aún nos quedará mucho por hacer juntas.

Clara la miró, inclinó el cuerpo para besarla pero Samantha se apartó.

-Una noche es una noche... -dijo la gran hechicera con una caricia en la mejilla.

Clara se apartó poco a poco perdiendo la mirada en lugares donde aquella mujer no se encontraba.

-Puede que lo fuera para ti, Samantha. -Clavó esta vez en ella sus ojos negros como el carbón-. Pero para mí si que ha sido algo real.

Samantha suspiró, largo y tendido. Habló con la dulzura que solo una madre puede blandir.

-Vente, anda. Y hazme el favor de no morirte.

Clara asintió, azuzó a su bayo y al poco ya estaba desapareciendo bajo la foresta.

Samantha desplomó los hombros. Había llegado el momento de encontrar esa maldita creación de los dioses. Ese artefacto que brindaba a su portador la capacidad de viajar a lugares prohibidos a los vivos. Esa reliquia que tanto deseaba el enemigo y por la que estaba dispuesto a acabar con cualquiera que se interpusiese.

Volvió a su yegua hacia el norte y entonces vio de nuevo a uno de aquellos conejitos asomar la cabeza de un agujero abierto en el suelo. El miedo le hizo unas desagradables cosquillas en el estómago.

«Tened cuidado, brujas mías. No os despistéis. No os dejéis ver, porque me partiría el alma saber que esos malditos bastardos os dan caza».

Y con un leve azote, animó a su montura a emprender el viaje. Uno que por mucho que le doliera no le gustaba emprenderlo tal y como lo hizo.

Sola.

                                                       ***

NOTA: ¿Creéis que quizá debería habérsela llevado con ella?

SAMANTHA y la reliquia prohibidaWhere stories live. Discover now