CAPÍTULO 8

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La magia, tal y como sé a raíz de quien me lo contó todo sobre ella, viene de la mano de los ocho elementos de la naturaleza. Fuego, viento, agua, luz, tierra, vida, muerte y oscuridad. De ellos se extrae la nombrada magia. Cada uno con sus cualidades, sus virtudes, y, por supuesto, sus peligros. Si bien es cierto que es un poder destinado a los dioses, también lo es que uno de ellos se lo concedió a otro ser. Uno creado por el dios del fuego. Uno que, por lo que el dios que me confesó todo esto, se ha revelado con la intención de destruirlos a todos. Y este ser no es otro que las llamadas "brujas".

K. Tarbusi, Apología a la verdad.

Tomo I

***

—¡Capitán, capitán!

El soldado, empapado de agua hasta los huesos, entró en la comandancia despertando a todos los que debían de estar descansando hasta el turno de la mañana.

—¿Quién coño grita a horas tan intempestivas!

Ante el vozarrón del capitán de la guardia, el soldado empapado se envaró en el centro del barracón, viendo como su superior se plantaba frente a él con cara de pocos amigos y con calzones como única vestimenta.

Si todos conocían bien al capitán de la guardia, no era precisamente por su simpatía y su buen hablar.

—Capitán...

—¡Silencio, hijo de las tres mil putas! —alzó una vara que el guardia no supo de adónde la había sacado, y le atizó en el hombro, pasando de refilón por la oreja, dejándole un resquemor molesto y doloroso—. ¿No ves que todos duermen? ¿Qué coño es tan grave como para que andes gritando como una mujer asustada?

—Se lo han llevado...

Las cabezas desde los camastros comenzaron a despertar miradas confusas que se dirigieron lentamente hacia el capitán, el cual frunció un ceño cubierto de espero pelaje gris.

—¿De qué coño me está hablando, soldado? —pronunció cada sílaba.

—Algo extraño ha pasado. Lluvia de la nada, relámpagos y fuego por todas partes... y de repente, la entrada a la cripta estaba abierta. Cuando entramos para acorralar a los ladrones, ya... no estaban.

El rostro del viejo capitán comenzó a tornarse de un rojo incandescente. El grito, pugnando por estallar en su garganta.

—¡Qué coño me estás contando! —bramó—. ¡Todo el mundo en pie!

Todos los soldados salieron de inmediato de sus sábanas y se pusieron firmes al pie de los camastros. El soldado empapado, escondido entre sus propios hombros, sintió como la saliva del capitán salpicaba su rostro.

—Coged vuestras armas y a la catedral. ¡Pero ya! —Se calzó unos pantalones, agarró del brazo al empapado y lo arrastró hacia la salida, donde el cielo se veía despejado y repleto de estrellas—. Y tú, me vas a contar palabra por palabra lo que ha sucedido de camino a esa puta catedral.

—Sí, mi señor. Todo ha sido demasiado rápido. La noche estaba tranquila...

***

La noche estaba tranquila, y los soldados en el interior de la catedral, dormidos como vagos en su completa mayoría. El guardia junto al acceso de la pequeña iglesia que se ocultaba en el centro del enorme edificio, sacudió la cabeza antes de volver a quedarse dormido de pie. Y fue entonces cuando creyó ver algo.

SAMANTHA y la reliquia prohibidaWhere stories live. Discover now