CAPÍTULO 19

11 4 2
                                    




La tormenta tronaba sobre el mar, zarandeando la enorme nave pirata atracada cerca de tierra. Jhonatan, que pisaba ya tierra tras saltar del pequeño bote, miró las aguas turbias y alzó la voz para hacerse oír bajo los truenos y el diluvio.

—Espero que tus conjeturas sean ciertas y encontremos algo de una puta vez, Ezequiel, o las reparaciones de lo que pueda suceder en mi barco van a salir de la parte que te corresponde del próximo botín.

El enorme minotauro enseñó sus dientes perfectos en una peluda sonrisa.

—No se preocupe tanto, capitán. Esa tartana suya seguirá aguantando cuanto le echen.

Jhon sonrió a aquel comentario, tiró junto a su primer oficial de la barca y la arrastraron tierra adentro.

—Vamos. Si tus mapas no mienten, por fin habremos dado con esa puta reliquia.

—Y no mentirán, capitán. Y no mentirán. Estoy seguro casi al cincuenta y seis por ciento.

—¿Cincuenta y seis?

Y Ezequiel echó a reír.

Ambos se adentraron en el bosque de palmeras que lindaba con la playa. La lluvia caía pendenciera sobre las altas copas, componiendo una estruendosa melodía sobre sus hojas. Las oscuras nubes escondían afilados destellos que al poco se hacían oír con poderosos truenos.

—¡Por allí! —señaló el forzudo minotauro—. Según el mapa debe encontrarse bajo el "ojo que todo lo ve".

«Bajo el ojo que todo lo ve —pensó Jhonatan—. ¿Por qué cojones quienes esconden los tesoros no se dedicaron mejor a escribir puta poesía en vez de a robar botines?».

El agua caía a cada momento con más violencia, como si el fin del mundo se avecinara y el cielo llorara por él como una madre desvalida.

Tras dejar atrás el bosque de cocoteros, alzaron la vista a la montaña que reinaba en la pequeña isla, pero no encontraron nada en ella que los guiase a su preciado tesoro.

—Ezequiel, ¿no es esa la montaña que indica esa mierda de mapa tuyo de cincuenta y seis por ciento?

El minotauro se cubrió los ojos con la palma de la mano y también alzó la vista. Sus dientes, confiados, volvieron a mostrarse en todo su esplendor.

Así es, capitán —habló en alto bajo el diluvio—. Eso igual sube el porcentaje.

—El porcentaje... —gruñó Jhon como un cascarrabias sin detener el paso. 

Y entonces, la gravedad lo atrajo sin contemplaciones, desapareciendo el suelo bajo sus pisadas. Sus palabras se ahogaron con el cosquilleo que subió desde la boca de su estómago y el impacto contra el agua dolió casi como si fuese contra la misma tierra. Se vio sumergido por completo cuando fue consciente de que había caído desde la altura.

Emergió del agua y entonces escuchó la voz que venía de arriba:

—¡Capitán! ¿Está bien, capitán?

Jhon miró alrededor. Confundido. La poca luz que los nubarrones arrojaban a la superficie, se colaba por el agujero que había sobre su cabeza, allá arriba.

—Estoy bien, Ezequiel —alzó la voz—. Pero la próxima vez vas tú por delante.

Una carcajada desde aquel ojo abierto en el techo de aquella gruta, y entonces miró en derredor, tratando de ver algo.

—¿Quiere que baje? —sonó desde arriba.

—No. Buscaré otra forma de subir. Si no, tendrás que traer una cuerda.

SAMANTHA y la reliquia prohibidaWhere stories live. Discover now