CAPÍTULO 28

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Jhon no dejaba de dar vueltas de un lado para otro, con los nervios a flor de piel. El silencio en el bosque del Olvido atronaba en sus oídos, y casi se arrepintió de no haber ido con ella a la batalla.

—Deja de darle vueltas —sonó la voz de Lalah, que mostrando aquel semblante risueño, apareció caminando junto a sus pies—. Samantha es toda una leyenda. Una que ha llegado incluso a oídos en Bosque Anciano. Sabrá lo que hacer, te lo aseguro.

—Esa tal Madre bruja no sabe dónde se está metiendo —habló Cerión junto a ellos, erguido y mirando el horizonte con parsimonia, arco en mano—. Nuestras almas son fuertes aquí. Por mucho que esa bruja traiga consigo a esos malditos diablos no tendrán la más mínima posibilidad.

—Eso espero —masculló Jhonatan sin convicción, jugando con aquel cuchillo entre sus manos.

El centauro lo observó de reojo, y el brillo de la sorpresa se reflejó en su oscura mirada.

—¿De dónde has sacado eso?

—¿Esto? —alzó en su mano el arma—. Samantha me lo dio. Dijo que sería la mejor arma que podría encontrar. Y puesto que no dispongo más que de piedras y ramas para la batalla, quizás tenga razón.

Lalah le pidió verla de cerca, asintió mostrando sus pequeños y perfectos dientes, como siempre.

—Y no te mentía —aseguró—. Increíble. No es algo común. De hecho yo, personalmente, solo he podido verlo en las flechas de las valkirias. Si hay un metal que pueda con la magia, precisamente es ese.

«¿Las flechas de las valkirias? —se preguntó Jhon—. Ahora que recuerdo, cuando llegamos a Bosque Anciano y Sam se cubrió con su magia, solo una de las flechas pudo atravesarla. Aquella chica de piel pintada y plumas en sus ropas...».

Una cúpula surgió del destello de sus manos y guardó en su interior tanto a ellos dos como a la yegua. Las flechas rebotaron, saliendo desperdigadas con tintineos y aspavientos. Hasta que una de ellas, de punta serrada y extraño metal, hizo mella en la magia de la hechicera, colándose en el interior y atravesando su hombro.

—Luntanhia... —murmuró.

—Blándelo con astucia, Jhon —dijo el centauro, erguido como una estatua de mármol—. Cualquier recurso es bienvenido en la batalla que nos espera.

Jhonatan contempló muy de cerca la hoja. No supo describir lo que veía. Quizá era cosa de la aurora que flotaba sobre sus cabezas. O quizá, que realmente aquel metal era especial de algún modo. Pero que no era simple acero, de eso, estaba completamente seguro.

—Así lo haré, Cerión. Así lo haré.

***

Samantha bajó a la carrera hasta alcanzar a Clara. Se encontraba malherida, apenas se podía mantener en pie.

Cuando estuvo apunto de derrumbarse, la hechicera le dio alcance y la agarró entre sus brazos.

—¡Clara! Clara, contesta. ¿Qué ha sucedido?

Nael y Jenon miraron al cielo. Por algún extraño motivo, las brumas no se habían marchado aún a pesar de que el portal se cerrara. El resto de animales allí presentes observaban a las brujas sin saber bien qué hacer.

—Samantha —habló Kina con dureza en la voz, surgiendo tras ella—. ¿Qué está sucediendo? ¿Quién es esta?

Pero cuando logró ver el rostro de la recién llegada sobre el hombro de Sam, los colmillos comenzaron a asomar mostrando el absoluto contraste con el color de su pelaje.

—¡Es la enemiga! —rugió.

El resto, como azotadas por un miedo repentino, se pusieron todas en guardia, impacientes por lanzarse encima de aquella bruja.

—¡No! —alzó la mano Samantha—. Ella no es la enemiga.

—Ella —insistió la pantera— estuvo allí, con esos diablos. Pretendió acabar con nosotras.

—Ella —bajó el tono de voz, acariciando el rostro de la chica en sus brazos—, solo pretendía ayudarme. Solo quería salvarme...

Kina retrocedió un paso, confusa. Sam palpaba el cuerpo de Clara en busca de heridas graves que curar. Comenzó a llamar al elemento vida y las heridas más profundas comenzaron a humear, a cerrarse, a dejar en aquella piel blanquecina meras cicatrices bajo el sonido de los aullidos de dolor.

—Clara... Clara. Dime algo.

La chica mostró unos ojos enrojecidos por las lágrimas, por el dolor. Su voz sonó rota:

—Samantha...

—¿Qué significa esto? —tronó la voz de Jenon. El fornido león mostraba unas enormes garras clavadas en la tierra—. Si no nos das una explicación, hechicera, no nos dejarás más opción que desterrar su vida de aquí.

Samantha se alzó como un resorte, extendió los brazos tratando de proteger a Clara, que poco a poco se puso en pie tras ella, temerosa.

—Ella es una aliada.

—Mentira —siseó la anaconda surgiendo de entre la muchedumbre—. Ella estaba con aquellos diablos.

—¡Solo lo hacía porque es idiota! —sonó con fuerza la voz de Samantha—. Idiota por no escucharme y seguir oculta entre el enemigo para brindarme información. Para ayudarme a conseguir la libertad.

Clara, cubierta aún por su propia sangre, se pegó cuanto pudo a su protectora, mirando aterrorizada a todas aquellas criaturas que no querían otra cosa más que acabar con ella.

—¿Y cómo ha llegado hasta aquí? —quiso saber Kina.

Samantha se volvió hacia ella, la agarró del rostro y la miró a los ojos.

—Clara —intentó llamar su asustadiza atención—. Escúchame, Clara. ¿Qué ha sucedido? ¿Cómo has llegado hasta aquí?

—El... —farfulló temblando—. El anillo...

Sam la miró de arriba abajo.

—El anillo —dijo, nerviosa—. ¿Lo tienes? Dime que lo tienes. Que has huido con él.

—¡Devuélvenos el anillo! —rugió furibundo Jenon.

Sam se volvió hacía él, que ya descendía en su dirección, mostrando los colmillos.

—Calma, Jenon —se interpuso Kina—. Veamos qué es lo que tiene que decir Samantha.

—No hay nada que decir, Kina —gruñó el felino—. Si el anillo está aquí, aquí se quedará. Ya tenga que prescindir de la vida de esa intrusa.

Kina echó la vista atrás, vio a Samamtha rogando paciencia con la mirada. Y después... Después lo que pudo ver en aquellos ojos color plata fue sorpresa. Dolor. Decepción. Justo antes de caer de rodillas temblorosa, mientras la chica tras ella estallaba en un sonoro llanto con las manos manchadas de sangre y un puñal impregnado en carmesí.

***

NOTA: No...

SAMANTHA y la reliquia prohibidaWhere stories live. Discover now