CAPÍTULO 23

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Los diablos, seres poderosos de piel desnuda y cubierta de afiladas protuberancias óseas, tienen la capacidad de regenerar sus extremidades a su antojo. Solo un metal especial es capaz de impedir que esto sea así: la  Luntanhia. La cual los corroe con el solo roce en su piel membranosa, y los convierte en polvo si son atravesados por una hoja hecha con este extraño metal. Aun así, no es esta la única forma de acabar con estos. Pues es tan simple, según el dios que me lo relató, como aplastarlos, cortarlos en pedacitos o quemarlos en vivas llamas para lograr el mismo resultado. Y me pregunto yo: ¿acaso es "simple" la mejor forma de describir una hazaña tan imponente como acabar con uno de esos fornidos y devastadores monstruos? Sinceramente, no lo creo.

K. Tarbusi, Apología a la Verdad

Tomo II

***

El sonido de los cuerpos chocando al otro lado del muro fue atronador, espeluznante.

Kina miró hacia arriba, hacia la cima. Sus oscuras orejas se alzaron a la escucha de garras que arañaban la piedra, que trataban de escalar aquella muralla echa de roca y tierra.

—Piensan proseguir —advirtió.

—Pues habrá que quitarles las ganas —dijo Samantha alzando las manos, dirigiendo un nuevo hechizo hacia aquella pared inquebrantable.

Y con un fuerte crujido, la tierra volvió a sacudirse haciendo perder el equilibrio, produciendo un estallido en la base del muro con una nube de polvo que inundó el terreno. Y bajo la expectante mirada de los presentes, el enorme y largo bloque de piedra comenzó a desplomarse hacia el otro lado, cayendo con un estruendo que significó la última sacudida de la tierra.

La polvareda se fue disipando. Cerión seguía apuntando en todas las direcciones. Kina en guardia, con las garras clavadas en la arena. Jhon se puso en pie y trató de ver algo entre la niebla ambarina.

—Los has...

—Yo no cantaría victoria —jadeó la hechicera, exhausta.

Pero Jhon la miró y no vio a alguien agotada. Lo que sus ojos veían era valor, poder, y una mujer que no se rendiría ante nada ni nadie.

Cuando el polvo decayó hasta tocar el suelo, Samantha pudo ver que en la distancia, donde no había logrado llegar aquel terrorífico hechizo, los diablos detenían el paso clavando la mirada en un punto en común. Y no era precisamente donde se encontraba ella.

Kina también se percató, siguió la mirada de aquellos monstruos hacia el norte y allí estaba, imponiendo su presencia por encima de las copas del bosque del Olvido. Como una montaña. Como un árbol que no parecía un árbol. El Árbol de la Vida.

—No... —gruñó la oscura felina—. Buscaban...

Al punto, el aullido de uno de aquellos diablos resonó en la sabana y todos, al unísono, comenzaron a deshacer sus pasos de vuelta al punto de donde surgieron.

—Buscaban el gran árbol —dijo Samantha con un tono que rozaba el miedo—. Madre Bruja busca el Árbol de la Vida.

***

Llegaron al bosque del Olvido.

La humedad del lugar jugaba a espolvorear diminutas gotas de rocío en las hojas de las plantas, los helechos y los árboles. Las diferentes especies los miraban al pasar junto a ellos, con ojos dubitativos, desconfiados. Kina murmuraba a los que se atrevían a acercase a preguntar, y luego, todas seguían su paso hacia el punto de reunión. Bajo el Árbol de la Vida.

—¿No es precioso todo esto? —sonrió Lalah, desapareciendo de nuevo a toda velocidad y volviendo a aparecer de entre los matorrales.

—¿Cuál es siguiente paso, Kina? —preguntó Cerión, viendo pasar junto a él un animal de piel moteada y cuello alto como los propios árboles—. Esos malditos monstruos están planeando algo. Y si la hechicera Samantha dice la verdad, Madelane vendrá preparada para la guerra.

—Paciencia —pidió la felina—. Estamos apunto de llegar. Pronto podremos organizarnos y así plantar una defensa lo más digna posible. Si su objetivo es el gran árbol, tendremos que darlo todo.

Jhonatan se aproximó a Samantha, que parecía distraída en lejanos pensares.

—¿Te encuentras bien?

La hechicera lo miró, y con una triste sonrisa, asintió.

—Solo algo cansada. Nada más.

El hombre apoyó su fuerte mano en el hombro de la hechicera y esta, al solo sentir su tacto, un sentimiento de miedo la arañó en lo más profundo del alma. Se encorvó como si una aguja se clavara en su estómago.

—¿Estás bien? —trató de ayudarla el bucanero.

Pero ella rehusó su gesto, y su voz sonó extraña:

—Lo estoy... —Lo miró a los ojos, negó tratando de comprender algo incomprensible—. ¿Quién eres, Jhon?

—¿Cómo dices?

—Que quién eres —casi gruñó convirtiendo la pregunta en una exigencia—. Hay algo en ti que no me gusta. Algo que dispara mis emociones hasta límites que nunca antes había sentido. Me das miedo, Jhon. —El hombretón la miró preocupado—. Pero también me haces sentir muchas otras cosas. Cosas que no entiendo. Como si... Como si hubiéramos sido una misma persona en el pasado. Como si hubiéramos compartido alma y corazón. Como si...

—Pero eso es imposible, Sam —dijo él aproximándose, con lástima en los ojos—. Yo vengo de un tiempo que aún no ha sucedido. ¿Cómo podría ser...?

Al estar más cerca, el sentimiento de pena fue el predominante en esta ocasión. Como una ola de negrura donde todo se inunda y se pierde junto a la esperanza...

—¿Sientes pena por mí? —preguntó entonces la hechicera.

Jhon, frunciendo el ceño se apartó un instante. Había palabras que no querían salir de sus labios, y era evidente que el hombretón las mantenía a raya tras los dientes.

—¿Qué sucede? —quiso saber Samantha—. ¿Qué es eso que sigues ocultándome a pesar de que sabes que no me gusta un pelo que lo hagas? Habla.  

—Es... difícil...

—¡Habla!

Tanto Kina como el resto detuvieron el paso más adelante, mirando atrás, hacia ellos.

—Sam... —Se acuclilló frente a ella, sus ojos, aquel mar profundo donde perderse—. Si Kina tiene razón, y nada cambia pase lo que pase, mi mundo seguirá tal cual cuando yo vuelva. Y si es así es porque en esta batalla venceremos. Pero...

Samantha lo miró, de aquel mar azul oscuro se derramaron dos pequeños arroyos guiados por la pena.

—¿Pero qué, Jhon?

—Pero es posible que tú mueras —se le trabaron las palabras—. Porque en mi tiempo, las brujas... ya no existís.

Sin que ella lo esperase, un enorme abrazo la envolvió, como si el de un oso fuera, quedando ella quieta como la piedra, con ojos perdidos en la nada. Y rindiéndose a su destino, lo abrazó de igual modo, sollozando de impotencia no por su propia vida. Sino por el de todas aquellas hermanas por las que seguía sin conocer la redición.

***

NOTA: ¿Creéis que se rendirá? Yo creo que no...

SAMANTHA y la reliquia prohibidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora