CAPÍTULO 32

6 2 0
                                    




Una flecha surcó el aire con un afilado silbido, y luego sonó un golpe seco.

Madelane ni tan siquiera miró atrás, a la joven bruja que se desplomaba al firme con aquella saeta entre ceja y ceja. Su objetivo lo era todo para ella.

Cerión repitió el tiro, pues con el primero pretendió acertar en la cara de Madre Bruja. Pero esta, rápida como una comadreja, la había eludido. Por desgracia para la bruja que iba con ella, el tiro terminó acabando con su propia vida.

De nuevo, falló.

—Maldita sea —murmuró el centauro, que ya veía a los diablos corriendo hacia ellos—. ¡Ya vienen!

—Bien —suspiró nervioso Jhon, pasándose el cuchillo de una mano a otra—. Si hay que morir, no veo escenario más bonito. 

—No digas idioteces —sonrió, esta vez con malicia, Lalah—. Hoy no vamos a morir.

—¿Alguna idea, pues?

La pequeña gnomo sacó de su zurrón algo afilado que brilló extraño a la luz del gran árbol.

—Digamos que la valkiria me dejó un regalo para este viaje.

Y desapareció como un espectro de tan veloz que se movió. Los diablos a la cabeza de la marabunta comenzaron a caer, convertidos en amasijos de patas y garras, desprendiendo un hedor y una humareda que brotaron de las heridas que surgieron de sus tobillos. Al parecer, aquellos monstruos no lograban recomponerse de aquellas heridas y quedaban tirados en el suelo.

—Luntanhia —sonrió Cerión—. Un arma mortífera en una pequeñaja como Lalah.

Jhon miró el cuchillo en su mano, y comprendió el poder que le había otorgado Sam.

—De acuerdo —asintió—. Hagamos entonces uso de esta luntanhia.

Ambos bandos volvieron a chocar de forma cruenta. La pelea volvió a presentarse encarnizada. Animales contra bestias, rugidos y zarpazos. Y de entre toda aquella bataola, Madelane descargó otro centenar de relámpagos sobre Sam, que invocando de nuevo una protección, salvó el pellejo por la mínima.

—No podréis detenerme —gritó Madre Bruja—. Vuestro ejército merma, mientras el mío crece y crece. —Miró con ansias al gran Árbol de la Vida.

Sam miró atrás, a los destellos de aquel árbol que ya se veía invadido por las llamas.

«Si dejo que llegue hasta él —pensó Samantha—, es probable que extienda su hechizo a todas las almas de una sola vez. Debo detenerla. Sea como sea».

De nuevo aquel conjuro, y de nuevo otro de aquellos animales totémicos se veía sacudido por la magia, terminando convertido en una marioneta entre aquellos diablos que no cesaban de morder, de luchar, de morir y matar; el gran ciervo.

—¡Nooo! —rugió el león arrancándole el rostro de cuajo a uno de aquellos diablos.

—Jenon —gritó Samantha—. No nos queda más remedio. O lo intentamos, o morimos hoy aquí.

El león la miró consternado, pero aun así, terminó asintiendo.

Kina brotó de entre aquellos diablos extendiendo las zarpas, rugiendo fuera de sí. Una flecha silbó en su dirección, pero se perdió en la nada al atravesar unas brumas difusas. Entonces, tras Jhon y el minotauro, resurgieron aquellas brumas y la pantera se materializó mostrando sus afiladas armas.

—Lo siento, Kina...

Y con aquella disculpa que sonó tras ella, Samantha invocó al fuego que devoraba al gran árbol y lo lanzó sobre la pantera como un martillo sobre el yunque. El animal sintió el aplastante impacto, comenzó a arder en un fétido hedor a pelo quemado y trató de desaparecer, pero ya era tarde. Y clavando su ambarina mirada en Sam, terminó por caer muerta al suelo.

SAMANTHA y la reliquia prohibidaWo Geschichten leben. Entdecke jetzt