CAPÍTULO 13

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A quien pueda llegar: Vurdel está en peligro. De maldiciones y monstruos está esto plagado. Rogamos a la atención de los soberanos y que aquí vengan a prestar ayuda. Que religiosos manden a expulsar a los seres del mal. A regresarlos a sus avernos. Que de poca comida que queda, pues ni comerciantes ni alces pasan ya por estas tierras, nos morimos de hambre. Que si Humberto ha traído la desgracia a nuestro pueblo, que de él se encarguen las autoridades. Que el resto de nada somos culpables. Quien de oscuras costumbres y ritos obscenos se servía solo era él. Así pues pedimos ayuda, y os damos a un culpable. Pues bien dicen las lenguas que él abrió el camino hacia el infierno.

Alcalde Miniano, Misiva urgente a las autoridades

***

—Así que Vurdel.

La armadura de la enorme bestia chirrió al arrodillarse. Una voz que sonaba a grutas y a guerra brotó de aquel yelmo ornamentado y retorcido:

—Sí, Madre Bruja. Quedo a la espera de órdenes.

Aquella mujer, de cabello ceniciento y ojos color morganita, asintió con satisfacción. Una extraña risa comenzó a pugnar por brotar de su garganta y, en cuestión de segundos, rompió en una sonora y desquiciada carcajada. Tanto el daemonio como la chica que clavaba la rodilla junto a él, la contemplaron con cierto temor en los ojos.

—Bien —dijo ahogando al fin aquella inesperada risa—. Bien, pequeño mío. Pues es hora de hacernos con lo que es nuestro. Id a por el anillo, y traédmelo cuanto antes. Ya tengo el hechizo que necesitaba. Y con esos seres bajo mi control, tú y tus hermanos tendréis vuestro merecido ejército, y juntos acabaremos con esos malditos dioses que aún quedan en pie.

—Sí, Madre Bruja. —El daemonio agachó aún más la cabeza en una profunda reverencia y se puso en pie.

—Y tú —se dirigió esta vez a la joven de cabello negro como la noche arrodillada junto al Jinete Demoniaco—, lleva contigo a dos de tus hermanas. Si Samantha ha descubierto tanto como nosotras, mis diablos necesitarán de vuestra ayuda para vencer si la encontráis en vuestro camino.

Clara levantó su oscura mirada al encuentro de la gran hechicera, tratando de soportar el desquiciado influjo que producía en ella, y asintió también con una reverencia.

—Sí, Madre Bruja.  

***

El polvo se levantó bajo sus pies al detener el paso.

Los gorriones, como única presencia, revoleteaban con maniobras rasas entre las calles vacías de la villa. No había ganado. No se veía un alma. Y los recién llegados comenzaron a recorrerla a la luz de la mañana.

Una estela polvorienta y Lalah se detuvo frente a Samantha.

—Nada —dijo mirando en todas direcciones, como si la situación la excitase—. Los habitantes deben estar encerrados en sus casas, porque no se ve a nadie en todo el poblado.

Cerión asintió sin dejar de estar alerta.

—El miedo aquí casi puede respirarse —dijo.

—Pues demos con el motivo de ese miedo —propuso Jhonatan.

—¿Os envía el rey?

El grupo miró a una ventana entreabierta, donde la sombra de alguien que permanecía oculto desapareció veloz ante aquella reacción.

—¿Quién anda ahí? —exigió saber Cerión.

Poco a poco, un rostro comenzó a emerger tras los postigos, y una cabeza pelada con rostro arrugado y desnutrido hizo acto de presencia.

—No tenemos nada —tembló su voz—. Este pueblo maldito está. La desgracia nos asfixia. ¿Venís a ayudar? Porque si no es así será mejor para vosotros marcharos. Os lo digo por vuestro bien.

Jhon se aproximó y los postigos se cerraron con un estruendo.

—Hemos venido a ayudar —dijo con voz suave.

Un silencio sepulcral como respuesta. El hombretón se giró hacia el grupo y encogió los hombros. Y cuando se dispuso a regresar, de nuevo aquella asustadiza voz:

—¿Es cierto eso?

Jhon se volvió y asintió.

—Así es, viejo. Venimos por esa maldición de la que nos habla. Si pudiera decirnos algo más...

El postigo de madera gimió al abrirse un tanto. Pero no solo aquel. Una docena de ventanas emitieron sonidos similares, llamando la atención de los visitantes.

—Por los dioses... —gimoteó el viejo—. Por fin nuestras plegarias son escuchadas.

Samantha soltó las riendas de su montura, se acercó junto a Jhon y asintió, habló con firmeza en el tono:

—Hemos venido a deshacer esa maldición, buen hombre. Pero necesitamos que nos digas cuanto sepas, para saber a qué atenernos.

Las puertas comenzaron a abrirse en toda la calle. Rostros famélicos asomaban de ellas como si de fantasmas se tratasen. Un pequeño niño salió y corrió hasta el centro de la calle, señalándolos.

—Vais a morir —dijo—. Vais a morir como todos.

La madre surgió de las sombras de su hogar y lo arrastró al interior de la casa. Cerión apretó la empuñadura de su arco, comenzaba a sentirse incómodo. Al contrario que Lalah, que parecía divertida con todo aquello.

Jhon regresó la vista a la ventana junto a él.

—Si queréis nuestra ayuda, aún estáis a tiempo. 

De nuevo un silencio, y de nuevo un sonido que lo rompió; la puerta sonó con un chasquido y comenzó a abrirse. Aquel hombrecillo, de baja estatura y espalda curvada, los observó desde el umbral.

—Tú y tú —señaló tanto a Samantha como a Jhonatan—. Pasad.

La hechicera miró a Cerión, que movía los hombros incómodo, sin dejar de vigilar cada rincón. Este asintió conforme y Samantha, seguida de Jhon, se adentró en la casucha.

El olor rancio que los atizó los invitó a sufrir nauseas. El interior estaba a oscuras, a pesar de que la mañana brillaba allí afuera. Solo sillas, mesa y un caldero. Un camastro donde las moscas revoloteaban y los restos de la piel de un animal muerto tirada en un rincón. Si aquella gente estaba pasando hambre, allí no les quedó duda alguna.

—Hemos mandado cientos de misivas ya —habló el anciano—. Los últimos mercaderes que por aquí pasaron se llevaron la última. Pero no recuerdo cuando fue. El hambre es mala, ¿sabéis? El hambre...

Jhon, sin dejar de indagar en la casa, reparó en que el anciano ocultaba algo a la espalda.

—Díganos, viejo. ¿Qué sucede aquí para que no seáis capaces ni de salir a sembrar al campo?

El anciano miró al hombretón, un tic nervioso le surgió bajo el ojo.

—Ese maldito estúpido de Humberto —rechinaron sus pocos dientes—. Si no fuese por ese estúpido granjero, esto no habría pasado. Si no hubiera abierto la puerta al infierno...

Samantha se envaró ante aquella afirmación.

—¿A qué se refiere, señor? ¿Cómo? ¿Cómo ha podido un simple granjero abrir semejante pasaje a las profundidades del mal?

—Su padre ya le advirtió —brilló cierto nerviosismo en sus apagadas pupilas—: "Esa cosa es peligrosa. Con ella surgen las tinieblas y tiñen el cielo, abriendo la puerta al infierno. Hay que deshacerse de él. Hay que tirarla al río". Siempre lo decía. Pero ese maldito jovenzuelo... Ese maldito hijo de las mil putas, nos trajo la desgracia usando ese puto anillo.

Samantha miró a Jhon con el rostro iluminado por la sorpresa. Y entonces, algo destelló tras la hechicera.

—¡Cuidado! —alzó Jhonatan un grito.

***

NOTA: ¿¡Qué está pasando!?

SAMANTHA y la reliquia prohibidaWhere stories live. Discover now