CAPÍTULO 21

13 3 4
                                    




Madelane. Madre Bruja. La Primera de todas las nuestras. Es bien sabido que la gran hechicera no solo es poseedora de la Divina Afinidad, es decir, que a diferencia del resto de brujas, es capaz de dominar todos y cada uno de los ocho elementos de Madre Naturaleza. Sino también que su infancia fue dura. Quizá la más dura de todas. Bajo el abrigo del dios que la creó, Fudo, el dios del fuego, sufrió el abuso de poder de este, que la utilizó a su antojo tratando de exprimir sus dones para unos propósitos que se desconocen y que la llevaron a la extenuación más infame. A la locura. Si es cierto que poco se sabe sobre el tema, sí se conoce que ella terminó matando a ese dios, y que su odio no sucumbió con la venganza. Necesita más sangre. Necesita acabar con el resto de los dioses. Los tres que aún siguen en pie. Y nada ni nadie la detendrán, ya tenga que arrasar el mundo entero. Es por esto que la labor de Samantha, nuestra única esperanza, es de suma importancia. Ella, también poseedora de la Divina Afinidad, es la única capaz de plantarle cara. La única de lograr al fin la paz para todas nosotras.  

Crónicas de la Hechicera

Tomo I

***

El ambiente era húmedo al resguardo de las paredes de piedra. Los alaridos que recorrían las profundas grutas, venidos de lejanas locuras, desaparecieron cuando la gruesa puerta de madera y metal se cerró tras el imponente daemonio.

—Madre Bruja —agachó la cabeza envuelta en metal.

Madelane, absorta en la lectura de un enorme manuscrito, alzó la mano exigiendo silencio. Sus ojos color rosa morganita parecían sonreír con cierta falta de cordura, y tras un suspiro de satisfacción, cerró el tomo dejando ver sus rojizas tapas quemadas por una esquina; un nudo de ocho puntas rodeado de runas daba a entender el poder mágico de su contenido. 

—¿Qué traes para mí, mi pequeño? —dijo dándose media vuelta, clavando aquella difusa mirada en aquel jinete demoniaco bañado por la luz de las velas.

Balaam extendió el brazo sin alzar la cabeza. Al abrir su enguantada mano un brillo fulguró en su palma. Aquel fulgor pareció ser contagioso, porque los ojos de Madelane brillaron de igual forma al verlo.

—Lo conseguiste...

Como una exhalación, la hechicera se puso en pie y se desplazó hasta alcanzar la reliquia. La agarró con delicadeza. La miró con hambre, don deseo.

—No puedo creerlo... Tan cerca ya. —Su sonrisa se dislocó de forma antinatural—. Pronto esas almas vagas y sin objetivo alguno más que esperar a desaparecer eternamente, servirán a un propósito mayor. —Derramó su mirada en aquel grimorio sobre la mesa—. Pronto...

—Hay algo más que debe saber, Madre Bruja —habló el jinete.

Madelane giró con un semblante muy distinto en el rostro al de hacía unos instantes. Incluso aquel mastodonte, cubierto con aquella aterradora armadura de afiladas formas, el cual parecía una montaña a su lado, tembló bajo el metal ante aquella mirada imprevisible.

—¿Qué sucede? —espetó la bruja.

—Creo que tengo al traidor.

Madelane guardó silencio. Jugó con el anillo en sus dedos, pensativa.

—¿Crees que tienes al traidor? —Balaam asintió a su pregunta—. Y, ¿se puede saber qué significa eso?

—Cuando llegamos, tuvimos la mala fortuna de encontrarnos no solo con aquellos seres del Otro Mundo. También estaba allí Samantha.

La hechicera, ligera como un fantasma, se aproximó frente a él y puso su mano sobre las del jinete.

—¿La has encontrado también a ella? —dijo con voz extremadamente delicada—. ¿Y qué tal está mi pequeña? ¿La ahorcaste en mi nombre? ¿Ahorcaste a la primera de todas las traidoras?

Los ojos del daemonio la miraron por un instante bajo el yelmo. Pudo ver aquella sonrisa desquiciada en aquel rostro que tanto miedo infundía.

—Huyó, Madre Bruja.

—¡No! —gruñó Madelane, apartándose, mascullando de forma ininteligible.

El viento se desató de repente en la estancia, venido de ninguna parte, haciendo sonar las páginas de aquel grimorio, tirando a tierra silla y estantes. El suelo tembló. Las velas refulgieron de formas incomprensibles, tomando las llamas la forma de serpientes hambrientas, sedientas de sangre. Balaam se encogió entre los hombros, apretó los dientes a la espera de lo peor.

Pero no llegó. Lo peor, no llegó. Tan solo la calma. De nuevo, la calma.

—¿Dónde está? —quiso saber la hechicera.

El jinete volvió a asomar sus ojos rojizos. La vio de espaldas, con puños crispados.

—Huyó al Otro Mundo. Justo antes de que se cerrara el portal de entrada.

Madelane suspiró largamente.

—Bien —sonó laxa su voz—. Pues habrá que degollarla allí mismo. Ya sabes lo que tienes que hacer.

—Lo sé, Madre Bruja. Pero cuando hablaba de traición, no me refería a ella. —Madelane miró atrás sobre el hombro—. Me refería a que conozco la identidad de quien ha estado traicionándote aquí, escondida como una rata entre las tuyas propias.

La hechicera fue girando poco a poco, su ceño fruncido a más no poder.

—¿De quién se trata?

—Clara —aseguró tras un corto silencio.

Los ojos de la hechicera comenzaron a mirar perdidos en ninguna parte, como si no concibiera aquello como posible.

—No... —exhaló—. Mi pequeña Clara no...

—Vi cómo impedía que sus hermanas matasen a Samantha. Usó su poder para protegerla.

La bruja seguía negando con la cabeza, con lágrimas brotando de aquellos ojos perdidos.

—No puede ser posible. ¿Por qué? ¿Por qué me fallan? ¿Acaso soy tan mala con ellas? ¿Acaso... lo soy?

—No, Madre Bruja...

—¡Silencio! —bramó con el rostro desencajado—. Y ahora prepara un pequeño ejército. Vamos a tantear el terreno. Necesito información de cómo es ese mundo. Y cuando tenga todo lo que necesito —se acercó al grimorio que descansaba sobre la mesa y acarició sus quemadas tapas de piel—, no solo traeremos con nosotras un ejército adiestrado e imparable para cazar a esos dioses. Sino que aplacaremos de una vez por todas esa maldita rebelión que mi pequeña Samantha inició en mi contra, acabando de un plumazo con todas las traidoras.

—Sí, Madre Bruja.

—Ya está tan cerca —dijo en un susurro, mirando el anillo en su mano—. Tan cerca que casi puedo olerlo. Casi puedo oler la sangre de los muertos.

***

NOTA: Esto se va a complicar...

SAMANTHA y la reliquia prohibidaWhere stories live. Discover now