EXTRA

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Varios años atrás; Misión Duma, Batallón A.

Era simplemente increíble, la forma centelleante en la que se comunicaban las estrellas entre sí.

En aquella explanada entre montañas, ocultos incluso de las sombras, las cumbres rozaban con hielo en sus extremos el fúlgido esplendor del cielo. Le hacían cosquillas a aquella luna repleta, redonda, como un polisón de nardos en los libros de poesía. Había leído algo así de Lorca, en uno de sus poemas. Le quedaba bien. Uno de los símbolos más comunes en la poesía lorquiana siempre era la luna, y siempre significaba un presagio de muerte y desgracias. Nada contemplaba que en esa ocasión fuera a ser distinto.

Todavía les quedaban tres días de camino, a pesar de que se quedaron sin agua hace dos. Joel estaba al mando del batallón y había conseguido encontrar un riachuelo escondido entre los picos, lo que sin duda había sido una muy buena noticia para todos ellos. Eso explicaba aquel sonido que caía hasta las rocas, ocultas en la penumbra de la noche y entrelazada al murmullo de sus soldados a la distancia.

El frío gélido e intenso calaba los huesos de todos los presentes, mordía sobre los uniformes manchados de lodo y sangre seca. Habían sufrido una emboscada hacía algunas noches, donde las gotas escarlata de sus oponentes bélicos terminaron por pintarse en su piel. Ni una sola baja para el mando que Joel dirigía. Ni un solo hombre o mujer herido. Eso era bueno.

Él lo pensaba apoyado ahí, en esa tela magullada como si las garras de un gato las hubieran rasgado. Se suponía que era una tienda de campaña, pero Joel tampoco estaba tan seguro de que aquello pudiera sobrevivir a la intemperie de la noche. Además, había amalgamas de algodón grisáceo en el horizonte, casi amenazando con desplomar sobre sus abatidos cuerpos una descarga eléctrica monumental.

—Teniente General— escuchó entonces.

Joel se dio la vuelta y encontró a uno de sus soldados.

Se llamaba Bernie. Bernie Becker. Los soldados le llamaban Bebé siempre que Joel no estaba presente y decidían burlarse. El hombre ahora llevaba una venda ensangrentada alrededor de la cabeza, que se teñía notablemente de bermellón en la zona de su oreja. Su barba ya caía por su barbilla, poblada y pelirroja.

En lo único en lo que pudo fijarse Joel fue en la alianza que el hombre portaba en su mano derecha.

Brillaba bajo la luna. Simplemente brillaba, comunicándose con las estrellas.

—Los muchachos han encendido un fuego— le comentó delicadamente—. Únase a nosotros, vamos.

Una bruma de vaho salió de entre sus labios cuando exhaló.

—Enseguida voy.

Bernie Becker asintió una única vez, regalándole una sonrisa cálida que de alguna manera logró hipnotizar a Joel por leves segundos.

Cuando se quedó solo, se giró de vuelta y miró por segunda vez a la luna. Ahí seguía, espléndida y acompañada, orgullosa de mantener la atención de tantos espectadores cada noche. ¿Cómo algo tan hermoso podía ser un fatídico presagio de muerte? ¿Cómo algo podía salir mal si aquella mirada lívida caía sobre ellos?

Joel dejó de contemplarla y avanzó al frente. Sus botas militares ya estaban lo suficientemente desgastadas como para que las punzantes piedrecitas de la montaña se clavaran en sus pies sedados debido al dolor. Esquivó algunas ramas y llegó a donde sus soldados habían acampado, adueñándose del territorio sin vergüenza alguna. Encontró algunos intentos de tiendas, gente conversando y algunos llorando. Lo tristemente habitual en aquel tipo de misiones.

Un torbellino de humo chisporroteaba y se alzaba hasta rasgar el infinito. A su alrededor, un grupo de quince soldados uniformados utilizaban el fuego como excusa para calentar sus huesos, mientras conversaban y se pasaban botellas de alcohol para agilizar la tarea de sentirse cálidos dentro de sus pieles. Estaban sentados algunos en piedras, otros en el mismo suelo.

Arkhé || JoerickWhere stories live. Discover now