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Como estaba previsto, un temporal de tormenta y nieve azotó Londres después de esa noche. Los mantuvo en casa cautivos; prisioneros de cuatro paredes y un sol que se había escondido. 

Erick despertó a la mañana siguiente con unos pinchazos amargos en las sienes. Era fin de semana. Después de la charla con Joel le costó dormirse de vuelta, pero no pensó que le jugaría partido ese día también. 

Gruñó levemente y se dio la vuelta en la cama, sin abrir las cuencas oculares. Tanteó levemente a su lado y dio un respingo raudo, al encontrar el otro lado vacío. 

Se levantó radicalmente y abrió la puerta de la habitación. Corrió por el angosto pasillo y respiró profundamente en la entrada del salón, cuando Noah alzó la mirada hasta él sentado en la alfombra. 

Erick soltó el aire que sin darse cuenta había retenido en sus pulmones. Su cuerpo casi parecía derretido al desvanecerse sutil hasta la alfombra, frente a Noah. Era de color gris, aunque Joel había peleado varias veces con él porque decía que era una especie de azul claro. 

—Bebé… ¿Hace mucho que te has despertado? 

Noah negó con la cabeza y subió a su regazo. Erick lo abrazó hasta su pecho y dejó varios besos entre las hebras de su hijo, con los ojos cerrados y la respiración calmada. 

Al abrir los ojos, Erick no pudo evitar enfocar la mirada en el dibujo que Noah estaba haciendo. No eran más que garabatos profesionales, pero la psicóloga dijo que Noah encontraba ahí una salida sana a su trauma. 

Durante el primer año, Erick apreció en mudo silencio los cambios que pintaba el niño en su cuaderno. 

Al principio todo eran dibujos de una familia de tres. Luego de una mujer. Después una mujer herida. Entre tanto algunos animales, algo que le llamaba la atención en casa de Chris o en algún paseo… Y de vuelta a mujeres heridas. 

Llevaba tiempo sin dibujarla, por eso a Erick le tembló el pulso cuando giró el cuaderno y lo vio coloreado ahí. 

Lo miró en silencio por varios segundos. Al final solamente dejó un beso en la sien de Noah y apoyó su mejilla contra la cabeza contraria. 

—Es mami— le dijo Noah, por si todavía no se había dado cuenta. 

Él asintió suave. 

—Sí, ya lo veo… 

Noah llevaba sin sonreír desde ese día. Desde esa tarde en la que Erick entró radiante a casa y se sorprendió porque nadie llegó a saludarlos. Desde que Noah entró a la cocina y no salió incluso cuando Erick lo siguió. Desde que ambos se desplomaron frente a ella y nublaron la mente sin explicación alguna. 

No había explicación. Habían pasado casi dos años y Erick todavía no tenía la respuesta de lo que sucedió. Todavía no entendía por qué, ni cómo, ni si la culpa era realmente de él por no hacer feliz a su mujer. 

No sabía nada. Algunas veces lo prefería, y otras no. 

—He hecho otro...— susurró Noah, algo cohibido. 

—¿Sí? 

El niño asintió con la cabeza. Estiró una mano y pasó la hoja hacia el segundo dibujo, el último que había hecho. 

Erick lo miró por algunos segundos en silencio. Era un hombre esbelto, rodeado de manchas grises que sobresalían entre la oscuridad del sujeto. 

—Es Joel. 

Erick mordió su labio inferior y ladeó la cabeza, buscando un ángulo diferente. 

—¿Y esto?— preguntó, señalando las manchas grises. 

Arkhé || JoerickDonde viven las historias. Descúbrelo ahora