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Erick respiró profundamente y se quedó parado en el porche de la casa. 

La lluvia caía como una manta. No se veía más que la bruma del eco en cada golpe de las gotas contra el suelo. 

Todos habían entrado ya. Él debería haberlo hecho, pero Joel le pisaba los talones rodeado de cinco matones más. 

Cuando se encontraron ahí, Erick entrecerró los ojos y lo miró con intensidad. Joel mantuvo la mirada y humedeció sus fauces. 

—Lo sé— le dijo Joel. 

Y Erick asintió antes de entrar. 

Joel lo sabía. Sabía que Erick estaba ahí, que podían irse en cualquier segundo, que no podría acercarse a él delante de todos los demás. Sabía que para ese entonces su historia se había difuminado bajo la lluvia, que sólo había dejado las cenizas de lo que ambos fueron juntos. 

No era una casa tal como Erick la imagino. Era una sala de madera, sin muebles ni decoración. Una silla se mostraba en el centro, donde Israel se dibujaba atado y calmado. No sería la primera vez que se encontraba en esas circunstancias, pero todos sabían que sí sería la última, incluido el General. 

Erick caminó a un extremo de la sala, al lado de Richard. Ambos estaban tan calados por el agua que la munición que dejaban a la vista era inservible. 

—Matthew ha dicho algo sobre torturarlo— le comentó el moreno con un susurro. 

Él tragó el nudo en su garganta y se mordió el labio inferior. 

—Dudo que Joel aguante tanto. 

Y justo cuando él nombró al ojimiel, Joel traspasó el umbral con su habitual porte escultural. 

Pero no era a lo que Erick estaba acostumbrado. Ahí la expresión de Joel era dura, era tan sólida que le golpeaba en el estómago. Era como esos primeros días en su hogar, donde ambos creían conocer algo que ni siquiera habían tanteado. 

Israel le regaló una sonrisa sarcástica y ladeó la cabeza. 

—Has crecido un poco y todo, ¿cierto? 

Joel delimitó sus labios con una sonrisa sórdida y entrecerró los fanales hasta la dirección de su padre. 

—Sí… La cárcel hace crecer demasiadas cosas. 

—Quién lo iba a decir, ¿verdad?— le preguntó Israel, deslizando la vista por todos los hombres y mujeres armados que miraban la escena con total atención. Habrían por lo menos veinte, Matthew uno de ellos—. Voy a morir con mi propia arma de destrucción. 

Joel se acercó a él. Sus pasos acariciaban el suelo; gastaba cada pizca de sutilidad que le quedaba, pues la rabia tenía mucho más que decir ahí. 

Su puso frente a Israel y lo miró fijamente. Erick tuvo que respirar profundamente y dar un paso atrás, porque sus instintos le traicionarían en cualquier segundo. 

El ojimiel guardó las manos en los bolsillos de su chaqueta de plumas azul. Cuando habló, el tono de su voz alertó que sus palabras solamente iban destinadas a Israel; que no quería que nadie más las escuchara. 

—¿Te acuerdas de lo que me dijiste la última noche que nos vimos? 

Israel entrecerró los ojos e hizo una mueca sarcástica. 

—No muy bien, si soy honesto. 

Joel pestañeó lentamente. Se inclinó hacia delante, con una neutralidad que ya era tenebrosa. 

—Sí lo haces. Me dijiste que me iba a pudrir en prisión, solo. Dijiste todas esas mierdas que utilizabas para manipularme, ya sabes. Que tendría una muerte súbita, que recordaría Reinhard día a día, que sería el más débil… 

Arkhé || JoerickDonde viven las historias. Descúbrelo ahora