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Tres días más tarde, Joel y Erick habían perdido la cuenta de cuántas peleas habían tenido. 

Erick no podía culparlos. ¿Qué cojones creía Matthew? ¿De verdad la intención era meter a un recluso desconocido en su hogar y vivir felices como si nada? Por supuesto que las peleas eran algo natural. A pesar de ello, eran demoledoras. 

Noah había perdido tres dibujos. Erick tenía una ligera sospecha de dónde había terminado ese papel, sobre todo de quién lo había agarrado sin permiso y lo que había hecho con él. 

El ojiverde contaba los días y los segundos para que Matthew llamara informando que el plan por fin se podría llevar a cabo. Contaba las motas de polvo antes de limpiarlas, solamente con la dulce esperanza de saber que Joel estaba fuera de peligro y se podía ir ya de su hogar. 

Esa noche se encontraba pensando en ello. 

El techo de su lecho estaba cubierto por una manta negra invisible. Todo estaba en silencio; pues incluso el sonido de las ruedas de coche contra el asfalto quedaba olvidado ahí. 

Noah dormía plácidamente a su lado, con una respiración acompasada con el ambiente gélido que los rodeaba. Erick solamente lo veía tan tranquilo y seguro a su lado que le daba pavor tocarle un solo cabello. Si de algo se podía sentir afortunado, era de poder ser su padre. 

Escuchó una puerta abrirse no muy lejos de la suya. Supuso que Joel se había levantado al baño, así que no se movió de su lugar. 

Un sonido estridente sonó intensificado al enlazarse cruel con el silencio absoluto de la luna. Erick lo dejó pasar al principio, pero no pudo hacerlo cuando después de ello escuchó unas maldiciones trabadas y roncas. 

Suspiró y giró los ojos, tumbado en su cama. 

Morfeo le había expulsado de una patada de su reino fantástico hacía rato. Eran las tres de la madrugada y Erick se encontraba muy despierto e irascible. Comprensiblemente irascible, diría él. 

Cuando el sonido se volvió a repetir, más tosco y hueco, Erick se levantó de la cama con el ceño fruncido. Comprobó que Noah estuviera bien antes de caminar hasta la puerta, descalzo y sin cubrir su férvido pijama a tonos índigos. 

—Joel, ¿Qué demoni-...? 

Se vio obligado a callar en seco, al ver como el ojimiel casi se podía mantener en pie. Parecía arrastrarse en diagonal, aferrado con fuerza a la pared. 

Estaba tan colocado que a Erick le recorrió un escalofrío. 

Iba vestido. Vestido con una chaqueta y un pantalón al revés. Llevaba un zapato de cada y no poseía camiseta alguna, dejando su torso al descubierto. La bolsa de su ropa se encontraba inestable sobre su hombro. 

Erick tragó con dificultad y cerró la puerta de la habitación tras él. Mientras lo hacía, Joel se volvió a caer en otro ruido seco, aunque no tardó en levantarse e iniciar una nueva huida agarrado a la pared. 

—Joel, ¿Qué estás haciendo? 

Erick lo sostuvo de los brazos cuando Joel se tambaleó, casi dejándose caer contra él con todo su peso. El menor tuvo que apoyarlo contra la pared frente a él para mantenerlo estable completamente. 

Ni siquiera podía mantener sus ojos abiertos por varios segundos. Estaba completamente pálido aún bajo la luz melancólica de la luna. Sus facciones eran sombrías y lejanas, casi vacías. 

—Me piro de aquí— contestó, lentamente y con la voz cansada. 

Erick respiró profundamente. Consiguió alzarlo al emplear toda su fuerza, así que lo llevó con dificultad hasta el sofá del salón. Lo sentó ahí y le quitó la bolsa de los hombros, así como la chaqueta. 

Arkhé || JoerickDonde viven las historias. Descúbrelo ahora