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Erick lo miró fijamente. 

Su corazón ya no latía, sino que ahora se alimentaba del líquido bermellón que todavía corría frenético por los conductos angostos de sus venas. Había una diferencia entre respirar y boquear y él estaba a escasos segundos de descubrirla. 

Joel lo miraba con su porte característico, con las pupilas dilatadas y el iris claro. Esperaba. Esperaba una respuesta que Erick no podía obtener ni mucho menos formular en ese preciso segundo. 

—¿Q-Qué?— tartamudeó con piernas trémulas.

—¿Cuánto piensas seguir así?— le dijo de vuelta. Esta vez había bajado el tono de su voz, pero sus palabras eran tan claras y directas que él las sentía golpeando a su cerebro con información—. ¿Quieres que sigamos haciendo como si no hubiera absolutamente nada entre los dos? 

Erick desvió la mirada y dio un paso atrás. El umbral de la puerta estaba desierto. Él no sabía si necesitaba a Noah para salvarle de esa situación o si sería mejor salvarlo de ese ambiente cargado y denso. 

Seguía escuchando la voz infantil de los programas en el salón, la dulce lluvia en la calle vagabunda y los latidos de su corazón. Casi le cegaban los sentidos. Sentía cómo mordían salvajes su cerebro. 

—Joel, yo no… 

Ni siquiera era capaz de mirarlo. No fue capaz de ver cómo Joel desvió la mirada y apretó los labios, con un amargo sabor de cerveza impregnado en ellos. No quiso escuchar la manera en la que chasqueó su lengua y le dio otro trago rápido al botellín antes de dejarlo sobre la bancada. 

Erick no quiso ver por el rabillo del ojo cómo Joel asintió con su cabeza y se limpió las comisuras con la yema del índice y pulgar. No quiso verlo caminar hasta la salida de la cocina, dejando caer un suspiro perdedor. 

Cada paso dejaba con él un vestigio sólido de derrota y cordura. 

Había aceptado tan rápido que Erick no sentía algo igual, que a él se le encogió el alma dentro de su pecho. 

Pero Erick realmente no podía comprender cómo era que no podía cegarse el sol con la sublime belleza de Joel. Cómo era que él no podía morder el agua cada vez que lo sentía cerca. Quería preguntar con voz desgarradora por qué Joel no pedía permiso para brillar, a pesar de que las estrellas al parecer no tenían esa costumbre. 

Joel sacaba la parte más escondida de él; la que incluso Erick había olvidado. Le hacía soñar. Lo sentía mucho más allá de su pecho. 

Lo sentía tatuado en el hormigueo constante de su piel y el calor de sus mejillas. Lo sentía impregnado en el aire que dejaba escapar con cada bocanada, en las hondas que desprendía el eco de sus pasos. Lo sentía en su voz al hablar y en el vibrar de su corazón cuando escuchaba. 

Estaba dispuesto a saborear el vil y desagradable cosquilleo tenebroso del miedo, a vivir inmortales noches a base de dosis de sensatez, a perderse en un iris claro con virutas de oro y rocío dulce, a disfrutar el tinte azabache que se formaría al hundir sus dedos entre los rizos de Joel. Erick estaba dispuesto a respirar detrás de su oreja y susurrarle como en una cadena lo que le decía a él su corazón. Estaba dispuesto a convertir carbón en diamante y serrín en mirra. Estaba dispuesto a sentir por Joel lo que no había sentido por nadie. 

—Yo no… no sabía que tú podías sentir lo mismo… 

Y Joel frenó antes de salir por el umbral oscuro de la puerta, antes de perderse fuera de esa cocina y respirar un ambiente distinto al que creaban los dos. 

Erick lo siguió mirando, con un cosquilleo en la garganta que más semejaba a un picor molesto. Tragó saliva y respiró profundamente. Su mente rezaba para que su voz hubiera llegado hasta el mayor. 

Arkhé || JoerickWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu