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—Muchas gracias, Maggie. 

Para Erick no fue difícil dibujar una sonrisa y dedicársela a la mujer frente a él. Era un par de años mayor, con cabello rubio teñido y luceros algo apagados. No se le veía demasiado feliz con su vida, pero aún así había montado una fiesta descomunal para celebrar el cumpleaños de su hijo. 

—Claro, cariño. Gracias a ti por traer a Noah. Te llamaré si la fiesta termina antes de tiempo.

Erick asintió y se giró para mirar a Noah, que ya se movía inquieto al ver a todos sus amigos en el interior del hogar. 

El niño giró a mirarlo cuando Erick se agachó para quedar frente a él. No le hacía falta hablar, aunque lo hizo igualmente. 

—Pórtate bien, ¿Vale? 

—Sí, papá. 

Erick le dejó entre las manos el regalo que habían comprado. No era más que un juguete cualquiera, algo confiable que seguramente acabaría de fondo en un baúl. 

—Vendré a por ti a las ocho. 

—A las ocho. Te amo. 

—Y yo a ti, mi vida. Pásalo bien. 

El ojiverde se inclinó a dejar un beso en la mejilla de su hijo, que ahora parecía caer en la dicha de que su padre se iría por un par de horas. Luego se levantó y le regaló una nueva sonrisa a Maggie, mientras ella sostenía a Noah del hombro con un aire maternal. 

Se despidió con la mano de su hijo una última vez, pasando del puchero que le regaló. Sabía que nada más entrar se olvidaría de él. Solamente era chantaje. Solamente era chantaje, Erick; solamente chantaje. 

En cuanto la puerta se cerró frente a él, colocó mejor la chaqueta sobre sus hombros y suspiró de vuelta al coche. 

Se escuchaban las risas de los niños en el patio trasero, seguido de música infantil y voces metálicas. Él nunca podría hacer una fiesta así para Noah. 

Bajó la mirada y dio la vuelta al Range Rover oscuro, sin dudar cuando entró y lo primero que hizo fue subir la calefacción. 

Tiró la cabeza hacia atrás y cerró los ojos, casi complacido de no escuchar nada. 

Aunque, por supuesto, el silencio no duró demasiado. 

—Menuda fiesta tienen ahí montada, ¿No? Las de South Fleet no eran así… 

Erick abrió los ojos y giró la cabeza hasta Joel, que miraba por la ventanilla vestido con un vaquero negro y una chaqueta de cuero. Había conseguido comprar a hurtadillas una camisa con botones, pero Joel se la había tirado a la cabeza sin miramiento. 

Se decidió por una camiseta lisa y básica. Joel dejó que fuera Noah quien eligiera el tono verde oscuro, que sin saberlo contrastaba con el tono opaco de sus rizos rebeldes. 

Estaba espectacular. No había palabras para explicar el motivo por el cual su mandíbula parecía más definida así, ni sus brazos más fornidos, ni sus piernas más esbeltas. Todo en él destacaba. Absolutamente todo en Joel gritaba una perfección que Erick comprendía. 

Bufó y miró al frente de vuelta. Sus hebras se enredaron en el asiento agrietado. Ya fue práctica hacer un suave movimiento y librarse de ello. 

—¿De verdad teníais fiestas en prisión? 

Joel llevó la mirada hasta él. Se había quitado la venda de la mano derecha, a pesar de que seguía imperceptiblemente hinchada. 

—Pues claro. Los criminales también nos divertimos, ¿Sabes? ¿Te crees que se sacia la gana o qué? 

Arkhé || JoerickWhere stories live. Discover now