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Seis años atrás; carretera Dead on South, Londres. 

“Joel Pimentel” había dicho el juez con voz petulante “Esta corte lo encuentra culpable de la masacre ocurrida el pasado mes en la misión fallida de Reinhard, por la cual murieron ciento cincuenta y dos personas. Se le condena a setenta años de prisión en la penitenciaria Federal de South Fleet.”

Joel repetía esas palabras en su interior una y otra vez. Su voz estaba casi más congelada que sus pulmones, pues las celdas en la prisión preventiva eran tan gélidas que sólo parecían ser un crudo aviso a aquello que le esperaba. 

La lluvia caía brusca y con bloques de hielo álgido sobre el coche y el camino sin asfalto. No se escuchaba más que el sonido oxidado que hacían los limpiaparabrisas al despejar del cristal el rastro constante de agua. Los agentes no conversaban. Solamente eran dos y estaban separados de él por una verja metálica de color opaco. 

Joel los miraba fijamente, con el dolor constante de las esposas en las muñecas y los dos trozos de pan duro en el estómago que había ingerido en los últimos tres días. 

Le dolía el cuerpo de haber dormido entre suelo deformado y su cabello estaba algo húmedo del momento en el que habían salido del juzgado y de la Prisión Preventiva de lo Penal Interno. 

La bruma era tan espesa que se consideraba neblina. Restaba la visibilidad por cualquier ventanilla de ese coche abandonado, aunque Joel sabía perfectamente dónde se encontraban. 

La carretera de Dead on South

Pocos sabían que ese trecho de desierto y barro se conocía como la prevención sana del lugar a donde se dirigían. Era la señal maldita. Era el escalofrío de los muchos que decidieron matarse en esas mismas tierras, antes de llegar a South Fleet.  

Muerto en el Sur, antes de llegar a la flota de la perdición. 

Y no era para menos. 

La prisión Federal de South Fleet se postró como un chillido escandalizado frente a él, pues consiguió erizar el vello en su nuca y robarle la primera respiración de las muchas que esas paredes se quedarían. 

Habían barreras de vallas metálicas tan altas que costaban de mirar. Llegó a contar tres fronteras, separadas por metros infinitos de explanada uniforme. Había una torre central que iluminaba hasta cegar todo el territorio, al que le seguían algunas más pequeñas por los extremos del primer círculo impenetrable. 

Y luego estaba el descomunal bloque de concreto, hormigón y ventanas rotas, que ya a la vista dejaba ver sangre en las paredes más bajas y fantasmas huyendo con pavor por las puertas principales. 

Incluso los truenos parecían más intensos ahí, más estrepitosos y ensordecedores. 

Joel no pudo apartar la mirada cuando el coche se detuvo frente a esa fosa de lamentos y tragedias. Era el hogar que los demonios habían coronado como infierno en la Tierra.

Los guardias salieron del coche y abrieron veloces la puerta trasera donde se encontraba. Lo sacaron casi a rastras y lo empujaron bajo la tormenta hasta la entrada principal, dejando atrás puertas infinitas que se cerraban con sonidos insoportables tras él. 

Allí estuvo alrededor de una hora, donde le tomaron documentación, le hicieron varias fotos y tomaron huellas dactilares, le cachearon completamente y le hicieron despojarse de toda su ropa con agua cristalizada en hielo. Cortaron su cabello asesinamente y le lanzaron al pecho desnudo y tembloroso un uniforme que magullaba al tacto. 

Y entonces un hombre se acercó a él. Parecía sabio y sereno. 

Joel ya no estaba esposado y lo miró con concentración y total silencio. 

Arkhé || JoerickWhere stories live. Discover now