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El líquido ardiente del café en sus manos le provocó una presión férvida en el pecho. 

Erick dejó su desayuno sobre la bancada de la cocina y pasó con tranquilidad la hoja del periodico semanal. Richard lo trajo ayer, cuando fue a visitarlo y a traerle el dinero de Matthew. 

La casa estaba en completo silencio, lo que era un verdadero logro teniendo en cuenta los últimos instantes. 

Joel no llevaba ni cuarenta y ocho horas ahí y ya había revolucionado por completo el hogar del ojiverde, así como a los componentes de la arrasada familia. 

Su vecina— la que habitaba el apartamento “H”, bajo del suyo— subió a su casa a las tres de la madrugada, solamente para quejarse de que escuchaba golpes en la ventana de su hijo, pues alguien estaba lanzando pinturas de colores desde la de Erick. Le pidió que educara mejor a su hijo. Erick le chilló a Joel hasta que este se comenzó a reír en su cara, y decidió por su salud mental dejarlo para otro momento. 

Erick leyó el titular que con miedo se plasmaba escaso de tinta a un extremo del periodico. 

“Las garras de South Fleet dejan escapar a un nuevo criminal” 

Elevó las cejas y saltó la noticia. Sabía que no se trataba de Joel, pues Matthew había llevado el caso de manera íntima. 

Era algo vergonzoso, eso de que la máxima prisión del continente perdiera presos a cada paso que avanzaban. Erick sabía que no contaban toda la verdad la mayor parte de las veces; Joel era el caso perfecto para comprobar lo dicho. 

Justo cuando estaba analizando lo leído, unos pasos grávidos hicieron un eco sordo entre las cuatro paredes de la cocina. Él no pudo hacerle caso al bufido que se escuchó seguido de ello. 

—¿No tienes ningún juego de mesa o algo? Esto es más aburrido que cagar. 

—¿Jugabas a algo cuando estabas en prisión?— preguntó Erick, sin desviar la vista de la noticia que leía. 

—No, porque tenía mi saco de boxeo. ¿Cuándo vas a ir a comprar uno? 

Erick se inclinó hacia atrás para mirar el reloj del horno. No duró demasiado antes de inclinarse de vuelta y darle un trago a su bebida, con la vista fija en el periódico. 

—Tengo que hacer unas cosas hoy. 

—¿Así que lo compras hoy?

El ojiverde bufó.

—¿Por qué tanta insistencia? Seguro que te cansas a la semana y me toca ir a por otro capricho. 

Joel frunció el ceño y se acercó a él. 

Ese día, el ojimiel llevaba el mismo pantalón gastado de chándal y una sudadera gris clara que Erick no le había visto. Parecía un jodido reo. Era un jodido reo. Erick tenía que comprarle ropa nueva, no sacos de boxeo. 

Su porte era escultural y sublime. Sus brazos se veían tonificados aún recubiertos por la tela de felpa que contenía la sudadera. Era como si su simple mirada azucarada y dulce se tornara violentamente en algo agresivo, que hacía retroceder a todo el mundo sin pensarlo dos veces. 

Se le veía en la cara. Erick veía lo acostumbrado que estaba a que todo el mundo le besara los pies; a que todo el mundo siguiera sus órdenes y asintiera con la cabeza a cada palabra que vibraba malsonante por sus grandes befos. 

—No es un capricho, es mi trabajo y una distracción. 

—Bueno— contestó Erick, desviando la vista de nuevo a las noticias—, no quiero discutir contigo otra vez. Hazte un café, anda, que seguro que llevas mucho tiempo sin beberte uno. 

Arkhé || JoerickWhere stories live. Discover now