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Erick entró acelerado en la cocina. El reloj en la parte superior derecha del horno le chillaba claramente que llegaban tarde. 

—Noah— dijo con voz profunda—. Ponte los zapatos, venga. 

Sus manos iban rápidas cuando comenzó a hacer un sándwich de queso. Sabía que eran de los favoritos de su hijo, así que se lo pondría para el almuerzo ese día. 

Tenía muchas cosas que hacer. 

La semana que Matthew le había avisado pasó como la llamarada de un mechero sin gas. Como una maldita chita en celo, corriendo fugaz por una pradera sin flores. Fue tan veloz, que casi pareció no existir. 

Tanto fue así, que incluso escasos días transcurrieron después.  

Esos sí fueron más intensos, pues por lo que sabía; Joel debería volver a prisión esa misma noche, después de hacer el supuesto trabajo que su mecenas le había mandado. 

Lo que con otras palabras se traduciría como que su casa ya no estaría vacía desde esa noche, y nadie sabía lo que a Erick le aterrorizaba eso. 

Iba a meter en su casa— bajo su techo, bajo sus habitaciones y pertenencias— a un maníaco asesino, a un demente sádico y un furtivo aliado de satanás. Iba a meter en su hogar a un criminal, mientras su hijo dormía en la habitación continúa. Y no tenía otra opción. 

A Erick no le cabía la culpa en el pecho. 

—Noah— volvió a llamar, envolviendo el sándwich en mantas de servilletas—. Llegamos tarde, vamos. 

Lo tenía todo planeado. Dejaría a Noah en el colegio y después iría a casa. Limpiaría cada rincón, escondería cada prueba que pudiera contar algo de su pasado o de su vida personal, despejaría la habitación y, por medio de todo eso, le contaría a su hijo que ya no serían dos solos por una corta temporada. 

Una corta temporada. Erick rezaba por que solamente fuera una maldita corta temporada. 

—Noah— llamó por última vez. 

Salió de la cocina con el ceño fruncido. Caminó por el corto pasillo y empujó la puerta frente a él, que daba a su habitación y el lugar donde guardaban toda la ropa. 

Ni siquiera pudo enfadarse, cuando encontró a Noah escondido detrás de las chaquetas colgadas, solamente con el torso y rostro cubiertos, pues el final de la chaqueta donde se resguardaba llegaba hasta su cintura. 

Mordió su labio inferior cuando una carcajada subió por su pecho. Noah estaba en completo silencio, casi esperanzado. 

—Noah— dijo él con delicadeza—. Bebé, ¿Puedes salir, por favor? Llegamos tarde. 

—No, porque no quiero ir al colegio… 

—Ya veo— dijo, poniéndose de cuclillas y mirándolo desde su posición—. Ven a mí, por favor. 

El niño deslizó la cabeza entre los abrigos de Erick, mirándolo con un puchero entre los labios. Salió de su escondite y caminó hasta su padre, con la cabeza gacha y los pasos casi melancólicos. 

Erick estiró una de sus manos para tocarlo antes. Se aferró a la cintura de su hijo y lo miró desde ahí, con la cabeza ladeada y los labios apretados. 

—Tu deber es ir al colegio. Cuando crezcas, tendrás un trabajo bonito y podrás ser feliz. 

—No quiero un trabajo bonito… 

—Lo quieres. Estaré ahí cuando salgas hoy, como siempre. Vendremos a casa los dos, veremos pelis y dibujaremos juntos, ¿Te apetece? 

Noah alzó su cabeza y pestañeó varias veces de más. Erick llegó a distinguir la fúlgida y llameante luz que cruzó el iris glauco de su hijo, como si la felicidad que pocas veces mostraban ambos ahora se hubiera ganado un puesto alrededor de sus pupilas. 

Arkhé || JoerickWhere stories live. Discover now