La princesa del castillo blanco 2

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Durante la mañana permaneció en la sala jugando con su perro de peluche y una caja de cartón. Por un momento se olvidó de su madre y mantuvo su cabeza ocupada con juegos y fantasías.

—Andrea, ¿por qué la vestiste así? —preguntó Vanessa, quien había bajado a la sala y observaba a la niña.

—Era la única ropa que tenía, además de la que llevaba puesta ayer, la voy lavar enseguida.

—No, no la laves, tírala a la basura junto al resto de cosas que haya traído. Si va a quedarse que al menos no ande zarrapastrosa por la casa —explicó sin quitarle la vista—. Natalia ven —esta vez le ordenó a la niña—. Andrea, avisa al chofer que saldremos —añadió por último antes de que la mucama se retirase.

Vanessa llevó a la niña a un gran centro comercial. La jalaba de un lugar a otro con torpeza. Todavía la miraba de la misma forma: una mezcla entre desprecio y reprobación; sin embargo, parecía disfrutar de comprarle ropa. Pasearon por varias tiendas de ropa fina y probaba a Natalia vestido tras vestido, incluso la llevó a una juguetería. El chofer caminaba tras de ellas, cargado de paquetes de ropa, muñecas y libros de cuentos que seguro mantendrían a la pequeña ocupada tardes enteras.

Los días pasaban y cada vez perdía la esperanza de ver a su madre. El ambiente en esa casa era tenso, ya casi nadie peleaba, aunque tampoco se hablaban, ni siquiera había vuelto a ver a su padre, según entendía, él se encontraba de viaje. Pasaba las mañanas encerrada en su cuarto jugando sola, y por las tardes con Santiago, en cuanto volvía del colegio. Durante las noches permanecía en la sala siendo vigilada por Vanessa. Ya se había acostumbrado a la forma tosca como la trataba, prefería eso a las miradas de lástima de la gente que desfilaba por la casa algunos días; gente curiosa que iba a ver a la niña abandonada con el pretexto de felicitar a Vanessa por haberla adoptado. Natalia se sentía mal con la forma en que la miraban y hablaban, como si fuera un cachorro herido y abandonado.

Una noche como todas en las que había permanecido en su nueva casa, se puso a armar columnas altas de piezas de Lego, cada una de diferente color.

—Se supone que debes armar cosas, no poner una ficha sobre la otra —le dijo Vanessa, quien la vigilaba mientras leía un libro.

La niña no le hizo caso, continuó con sus columnas, cuando no quedó ni una pieza suelta se paró en medio golpeando todas con los brazos logrando una gran lluvia de colores y que las piezas volaran por todos lados.

—¡Qué haces!, ¡Recoge eso inmediatamente! —le gritó levantándose de su asiento. Natalia se asustó y recordó cuando su madre y su padrastro la reprendían de la misma manera. De inmediato se puso a recoger las fichas. Mientras continuaba con su labor se abrió la puerta frontal y apareció el hombre a quien tanto temía.

Vanessa se acercó a saludarlo fríamente y Natalia continuó ordenando, evitando verlo a los ojos. Estaba agachada cuando levantó un poco la vista y lo vio semiagachado en frente suyo.

—No hagas desorden —le dijo depositando una pieza roja en sus manos. Luego dio media vuelta y subió las escaleras.

Con la pieza todavía en sus manos, Natalia se paró impresionada. Era la primera vez que su padre le hablaba. Miró el objeto que tenía con desconfianza y lo guardó en el bolsillo de su jumper. Antes de dormir, lo dejó en la mesita de noche; permaneció observándolo largo rato. Si aquel maléfico hechicero lo había tocado, de seguro estaba hechizado.

—Este es el mapa ¿ves? Tenemos que ir ahí para romper el hechizo —le explicaba a su perro de peluche golpeando su cabeza contra un libro de cuentos—. Esta montaña está... —Miró a su alrededor buscando en el jardín algún lugar que pasase por una montaña—. ¡Ahí! —señaló un pequeño cobertizo junto a la casa, donde permanecían los perros guardianes durante el día.

Después de clases (DDC1)Where stories live. Discover now