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Esa tarde, sin que lo supieran las dos ocupantes de la casita del árbol, había alguien más en el bosque detrás de la Nogalera. También estaba allí el que vigila.

El automóvil pardo, con la personalidad cotidiana del que vigila al volante, recorría la calle principal cuando la motocicleta de Lauren Jáuregui pasó a su lado como una exhalación. Ver a la mujer apretada contra ella, los brazos en torno de su cintura, había enfurecido tanto al que vigila que, en un solo instante, había arrebatado a la personalidad cotidiana el control del cuerpo. Siguió a la motocicleta a una distancia prudencial y tuvo que combatir el violento deseo de acelerar y arrollar a las dos traidoras. Lauren Jáuregui no formaba parte del plan.

Pero el que vigila no pudo resistirse a seguirlas dentro del bosque. Inmóvil bajo el árbol, escuchó los sonidos de amor físico, en lo alto. Sus peores sospechas se confirmaban: ellas eran amantes. Aunque el que vigila no emitió sonido alguno, por dentro bramaba de furia, transformado por los celos en una bestia hambrienta, aullante, enloquecida por la sed de sangre. Había matado ya dos veces, pero el ansia de sangrienta venganza nunca había sido tan fuerte como lo era entonces. La mujer tenía que morir. Y pronto.

Pero no de inmediato. El que vigila era demasiado listo. Podia esperar hasta que la mujer estuviera sola.

Valdría la pena esperar.

Porque, esta vez, la mujer que iba a morir era la correcta. Los dos primeros asesinatos no habían cumplido la meta del que vigila, y ahora sabía por qué. Esa mujer, Camila Cabello, era La Elegida. Quien vigilaba, con pleno conocimiento de su propia identidad como espíritu reencarnado, estaba buscando otra alma reencarnada específica. Alborozado, comprendió que finalmente había localizado a su, presa, su auténtica presa, la presa que había sido su némesis durante toda la eternidad. Quien vigila sabía que los recuerdos, emociones y patrones de pensamiento que constituían la personalidad cotidiana de Camila Cabello eran tan superficiales como los que constituían la propia personalidad cotidiana del que vigila. Bajo la superficie vulgar acechaba algo más: almas sin sexo, ligadas una con otra por el destino, cuyo sino era renacer juntas una y otra vez para representar un ciclo interminable de traición y asesinato y redención. Junto con el que vigila y el alma de Lauren Jáuregui, el alma de la mujer formaba el tercer punto del eterno triángulo.

Quien vigila sabía que su destino era destruir ese triángulo. Sólo entonces podría alcanzar la paz.

Camila Cabello, igual que Lauren Jáuregui y, por cierto, la mayoría de los individuos, no tenían idea de la existencia de ninguna parte de ellos mismos, además de sus personalidades superficiales. El concepto de la reencarnación, del destino y la redención, que el que vigila aceptaba y conocía como verdad universal esencial, estaba fuera de la comprensión de ellos. Sólo a unas pocas almas iluminadas se les permitía el espectro pleno del conocimiento divino. La mayor parte no verían nada más lejos que sus personalidades superficiales, que sólo eran facetas minúsculas de la vasta gama que constituía el alma completa.

El que vigila pensaba en la cuestión de este modo. Desde el aire, las islas que salpicaban el océano parecían completas en sí mismas. Sólo al bucear bajo la superficie del mar descubría que las islas eran las cimas de montañas gigantescas que el agua ocultaba a la vista.

Las personalidades cotidianas eran como islas. Pero sólo a los más perspicaces se les permitía ver lo que había debajo.

Arriba cesaron de pronto los sonidos del amor físico, distrayendo de sus cavilaciones al que vigila. Miró hacia arriba y anheló completar su misión predeterminada de asesinato en ese momento mismo. El odio furioso y punzante por el alma traidora que vivía en Camila Cabello, libró combate con una astucia instintiva.

La astucia venció. Momentos más tarde, el que vigila se volvía y se alejaba con rapidez.

Habría otro día, un día mejor para la venganza.

En el Verano (Camren Gip)Where stories live. Discover now