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Unos quince minutos más tarde, Lauren Jáuregui salía por la puerta que comunicaba la parte de atrás de la comisaría con el área de espera. Camila, que hojeaba una revista sin verla, se puso de pie. Lauren estaba despeinada y ojerosa. Sus movimientos espasmódicos y sus ojos relucientes indicaban que estaba furiosa. Tenía una magulladura en el pómulo izquierdo, y un hilillo de sangre seca se curvaba como una coma en la comisura de su boca.

-La han lastimado -exclamó Camila con sorpresa, mientras Kerry Yates observaba a Lauren con cautela.

-Ah, sí, se resistió al arresto. Tiene suerte de que no la acusemos de agresión. Le dio un buen golpe a Skaggs.

-Vamos, Camila -dijo Jáuregui. Se contrajo un músculo de la mandíbula cuando lanzó a Kerry Yates una mirada mortífera.

-¡Pero ellos te han golpeado! Deberías presentar una queja -replicó ella, indignada, mientras ella la arrastraba hacia la puerta.
Lauren lanzó un resoplido.

-Sí, claro. Sigues viviendo en el país de Oz, maestra. Aquí, en el mundo real, tengo suerte de que no me dieran un balazo y dejaran las preguntas para más tarde.
Abrió la puerta, esperó impaciente a que ella la traspusiera; luego salió a su vez.
-¡Pero tú no hiciste nada! ¡Ahora lo saben! ¡Por lo menos te deben una disculpa!
Lauren se detuvo y miró a Camila a la cara, que estaba roja de ira en defensa de ella. Estaban en el estacionamiento, al pie del breve tramo de escalones de hormigón que conducían hasta la puerta. El sol de septiembre era brillante y caliente, el cielo de un azul infinito, y una brisa indolente movía apenas el aire.

-A veces eres tan ingenua, que no, puedo creerlo -dijo con aspereza. Luego, soltándole el brazo, echó a andar sin ella. Por un momento Camila se preguntó si pensaba irse a pie a su apartamento. Pero Lauren se detuvo junto al coche y subió.
Cuando ella ocupó su asiento, la vio recostada, con los ojos cerrados.

-¿Te dijeron lo de Demi? -inquirió ella mientras Camila ponía en marcha el vehículo.

-Sí. Es terrible. Esa pobre mujer. Esos pobres niños.
-Sí -repuso ella, y guardó silencio.
Al salir a la calle, Camila la miró, pero no dijo nada.
Se veía totalmente agotada.
-Era una buena chica. Una buena amiga. Detesto pensar en que haya muerto de ese modo.

-Estoy muy apenada.
-También yo. Apenadísima. Pero eso no le sirve de mucho a Demi. -Crispó los puños, y de pronto se irguió en el asiento, los ojos brillantes de cólera y dolor.- Dios, ¡debe haber ocurrido tan pronto como me marché! ¡Si hubiera vuelto en vez de irme contigo, habría podido impedirlo! Por lo menos, tal vez habría sorprendido al miserable en el acto.

-Y quizás habrías muerto tú también -dijo Camila con calma.
Lauren sacudió la cabeza.
-Sea quien sea, ataca a mujeres desprevenidas e indefensas. Dudo de que tenga coraje para enfrentar a alguien lo bastante fuerte como para defenderse.
-¿Entonces piensas que es la misma persona que mató a Keana?

-Sí.. No creo mucho en imitadores. En un pueblo del tamaño de Tylerville, no creo que haya dos personas tan enfermas.

-No te falta razón.
Habían llegado a la ferretería; Camila detuvo el auto. Lauren buscó la manecilla de la puerta, miró a Camila y vaciló. Cuando habló, su voz reflejaba una dulzura que antes no había tenido.

-Se te ve muy linda. ¿Irás a la iglesia?
-Iba a ir.
-Aún hay tiempo. Si te das prisa.
Camila buscó la mirada de ella, y leyó en sus hermosos ojos verdes, soledad, dolor y anhelo, y se encogió de hombros por delicadeza.

-No he faltado a la iglesia en casi diez años. Supongo que podría dejar de ir por una vez.
-¿Quieres pasar el día conmigo?
-Eso me gustaría.

En el Verano (Camren Gip)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora