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-Jeremy.

Allí estaba de nuevo... la voz. Esa voz suave, aterradora, que lo llamaba. Acurrucado en la fría y oscura prisión, Jeremy se estremeció. Había estado allí horas, días, no podía decirlo. Creía haber estado dormido la mayor parte del, tiempo. Pero siempre, siempre, había oído esa voz, susurrando en su mente.

-Jeremy.

Allí estaba otra vez. Jeremy quiso gritar, quiso llorar, pero estaba demasiado asustado. Tenía hambre y sed, y necesitaba orinar, pero todo eso era secundario en relación con el miedo que lo dominaba.

Algo maligno acechaba en la oscuridad.
-Muévete, Jeremy. Tienes que moverte.
-¿Mamá?

Fue un graznido, y aun cuando se olvidó de sí mismo lo suficiente para decirlo en voz alta, Jeremy se encogió, pensando que iba a ser atacado.

Su mamá estaba muerta. La voz que él oía no podía pertenecer a ella. Esa cosa maligna lo estaba embaucando de nuevo, tal como había hecho la primera vez.

-Muévete, Jeremy.

Pero sonaba como la voz de su madre. Los labios de Jeremy temblaron. Ansiaba tanto que fuese su mamá. Tal vez había venido para estar con él, para hacerle compañía mientras él moría.

No quería morir. Tenía demasiado miedo. -Levántate, Jeremy.
La voz era insistente, y por primera vez el niño empezó a preguntarse si acaso estaba dentro de su propia cabeza. La cabeza le dolía, le palpitaba y parecía haberse hinchado hasta el tamaño de una calabaza. ¿Acaso su mamá le estaba hablando dentro de su cabeza?.

Abrió los ojos e intentó sentarse. Pero estaba mareado y con náuseas. Le dolía la cabeza, le dolía el estómago y tenía la sensación de que los brazos y las piernas pesaban cincuenta kilos cada una. A su alrededor no había más que oscuridad, una oscuridad fría y húmeda que olía mal.

¿Acaso estaba en una tumba?

Al pensarlo empezó a respirar muy rápido. Por un minuto casi sintió pánico. Luego logró dominarse pensando que, dondequiera que estuviese, era demasiado grande para ser una tumba. No lo habían sepultado vivo.

Por lo menos no lo creía así. Pero cuando trataba de usar su cerebro, le dolía la cabeza.

-¡Escóndete, Jeremy! -La voz, cualquiera fuese su origen, gritó dentro de su cabeza.

El niño quiso gritar a su vez en aterrada respuesta, pero un sonido raspante lo hizo callar. Ese sonido lo asustó más que cualquier otra cosa hasta ese momento.

Se levantó sobre manos y rodillas y, tanteando por delante, encontró una pared de algo que parecía piedra muy lisa, al lado mismo de donde se encontraba. No era la pared exterior, sino una interna, y él había estado tendido tal vez a cinco centímetros de ella. Estaba arenosa de polvo y fría al tacto; sin embargo mantuvo la mano en ella para orientarse al alejarse del sonido, arrastrándose lo más rápido posible.

Un rayo de luz -no, luz no, sino oscuridad diminuta- le permitió ver que la pared de piedra tenía un metro y medio de alto y quizás un metro de ancho... y que podía ocultarse de esa penumbra reveladora, colocándose tras ella.

Así lo hizo, se acurrucó y apenas se atrevió a atisbar para ver qué lo amenazaba.

De inmediato lo reconoció como la cosa que había visto acechando en las sombras, la noche en que su mamá fue asesinada. Una presencia sólida y tenebrosa se alzaba en un portal que conducía desde el lugar donde él estaba aprisionado, a la noche, más allá de la puerta. Una ráfaga de aire puro, más cálido que el que él respiraba, agitó el borde de la capa que ocultaba de su vista los contornos de aquel ser.

Aunque no podía verlo con precisión, Jeremy percibió la presencia del mal. Era tan tangible como un olor. Jeremy se hizo muy pequeño, combatiendo su deseo de lloriquear, resistiendo al impulso de correr.

No había adónde ir... salvo hacia la cosa en línea recta.
-Jeremy.

Era la voz que había oído en su casa. Era diferente del susurro que lo había despertado diciéndole que se moviera, y que, sin duda, era mucho más cálida. Este susurro le erizó el cabello en la nuca.

-Ven aquí, muchacho.

La cosa se movió y Jeremy vio brillar algo plateado que sostenía por delante como un escudo. El niño comprendió de qué se trataba: un cuchillo largo, reluciente y afilado.

Probablemente fuera el cuchillo que había matado a su mamá. El cuchillo que esa cosa pensaba usar contra él.

Sintió un chorro tibio entre las piernas. Jeremy se dio cuenta de que acababa de orinarse en los pantalones como un bebé. La humillación se mezcló con su terror. Apenas pudo contener un sollozo.

En el portal, la cosa olfateó una, dos veces, como si pudiera olerlo. Entonces, afuera, en alguna parte, hubo un destello de luz. Luces gemelas. Faros de un vehículo. Jeremy abrió la boca para gritar.

-Calla -le advirtió la voz buena. Jeremy cerró la boca.
La cosa pareció vacilar; luego, se esfumó con la rapidez de un ave que levanta el vuelo. Se cerró la puerta. Jeremy volvió a encontrarse solo en la oscuridad. 

En el Verano (Camren Gip)Where stories live. Discover now