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Eran poco más de las dos, esa misma noche, y Lauren se hallaba de pésimo humor. Aceleró su motocicleta por las calles desiertas de Tylerville, y halló un placer perverso en el rugido que le indicaba que el silenciador necesitaba arreglos. Era una hermosa noche, cálida y casi sin nubes, lo cual le permitía ver bien el camino con el suave resplandor de la luna llena. No hacía falta más alumbrado, ya que en Tylerville había el suficiente. Aquel pueblo estaba muy atrasado. Eso no sería tan grave, salvo por el orgullo que experimentaban sus ciudadanos más destacados en mantenerlo así. Cuando lograra sepultar el bagaje de su pasado que la había obsesionado los diez últimos años, ella se iría de allí enseguida, antes de que aquel pueblo le chupara todo el jugo, como a todos los demás.

El viento le golpeaba la cara y los antebrazos desnudos, y le hacía bien. La máquina que tenía entre las piernas era veloz y potente, y era suya. Tenía el estómago lleno, había bebido más cerveza de la que probablemente le convenía, y había tenido una mujer. ¿Por qué entonces tenía la sensación de ser un pedazo de excremento de tres semanas atrás?

Sabía la respuesta, pero el saberlo no lo hacía sentir mejor.

La mujer con quien había hecho el amor no era la mujer que ella deseaba. Demi era una vieja amiga, tenía un buen cuerpo y ella no iba a rechazar nada que se le ofreciera, después de tantos años de pasarse sin ello. Pero no era Demi quien la excitaba con tan sólo mirarla.

Era Camila. La señorita Cabello. La maestra. Sentía algo por ella desde la escuela secundaria. Ella se habría escandalizado si hubiera podido leer los pensamientos de la adolescente a quien había enseñado inglés. Esta se había pasado casi todos los períodos de clase, y buena parte de sus noches además, imaginando qué aspecto tendría ella desnuda. Cómo sería tocarla desnuda. Qué clase de sonido emitiría cuando tenía un orgasmo. Si es que lo tenía.

Pero no había hecho otra cosa que imaginar. Había aceptado religiosamente la idea de que Camila estaba tan por encima de ella, que era más probable que alcanzara la luna antes que acostarse con Camila. Estaba la diferencia en edad, por supuesto. A los dieciséis y a los diecisiete y a los dieciocho años, una distancia de cinco años parecía más bien un cuarto de siglo. Estaba además el hecho de que Camila era la maestra y ella una de sus alumnos... un tabú determinante. Pero el obstáculo más insalvable entre ellas, al menos a su propio criterio, eran sus situaciones respectivas en la vida. Camila y su familia tenían dinero. Tenían una casa antigua, enorme, autos de lujo, buena instrucción, un jardinero y una criada. Para la joven Lauren, era lo máximo en cuanto a categoría. En cuanto a sí misma, hasta donde podía recordar, desde su nacimiento, había sabido que ella y su familia eran blancos pobres, indigentes. El pueblo entero los despreciaba. Los demás chicos se burlaban de sus padres, de sus ropas harapientas y su cuerpo no muy limpio, y no la invitaban a sus fiestas de cumpleaños ni a sus hogares. Cuando ella creció lo bastante como para cuidar de sí misma, y se mostró tan dura como para atemorizarlos, por fin logró que la respetaran; pero aun así los más refinados, aquellos que tenían padres que revisaban sus tareas escolares, les fijaban horarios y un día los enviarían a la universidad, la evitaban. Por omisión, ella se apegó a los malos. Y se esmeró en ser la peor de todos.

Camila Cabello nunca aceptaría a nadie como ella.

Lauren sonrió con burla al recordar la chica que había sido. Había tenido planes, grandes planes. Se iría de Tylerville tan pronto como egresara de la secundaria, saldría al mundo y ganaría una fortuna, aunque nunca había resuelto bien cómo lograría su objetivo. En ese entonces, los detalles no habían importado. Lo que contaba era que, cuando ella fuera rica, regresaría e imperaría sobre todos los soberbios del club campestre que la habían despreciado a ella y a su familia, y con dinero o con la intimidación ganaría el afecto de la señorita Camila Cabello. Sustentada por la confianza de la juventud, no había visto ningún impedimento para la realización de sus sueños.

Pero la vida suele derribar a las personas de rodillas, y ella no fue ninguna excepción. Le habían robado diez años de su vida. Ahora no quería desperdiciar ni un minuto más. Quería experimentar todo lo que se había perdido, comer, beber, leer y copular como le placiera. Sus sueños eran ahora más modestos, pero todavía eran sueños y quería convertirlos en realidad.

Entre esos sueños se destacaba el de acostarse con la señorita Cabello. Si el modo en que Camila se había apretado contra ella esa noche valía como indicio, tarde o temprano lo conseguiría.

Tal vez no valiese tanto como para cenar con ella, pero sí era lo bastante buena como para hacerla gozar como nunca en su vida.

La motocicleta bajaba rugiendo por la calle principal. Lauren Jáuregui iba a detenerse en la ferretería cuando divisó un automóvil policial detenido adelante. El motor estaba parado y los faros apagados; de lo contrario lo habría visto antes. Entrecerró los ojos y, por un momento, pensó en acelerar y pasar de largo a toda velocidad. Pero en Tylerville no había adónde ir, y aun cuando lograra escapar de ellos esa noche, ellos sabían dónde encontrarla por la mañana.

Lauren penetró en el estacionamiento y frenó, siempre a horcajadas sobre la moto, sosteniéndola con una sola pierna. El policía bajó de su auto y caminó hacia ella. En la mano apretaba una larga linterna de metal que, como Lauren sabía por experiencia, también podía servir de porra.

El policía era un sujeto alto y robusto; cuando se acercó, Lauren reconoció al jefe Wheatley. El mismo tipo que era jefe cuando la habían arrestado a ella por asesinato. No excesivamente sagaz, pero justo. "Al menos -pensó Lauren- no tenía motivos para temer una golpiza injustificada".

-¿Qué quiere? -preguntó Lauren con brusquedad.

-¿Puedes detener el motor? -Un gesto indicó lo que pedía Wheatley, ya que el estruendo de la moto cubría sus palabras.

Después de vacilar, Lauren apagó el encendido. En el silencio repentino que sobrevino, desmontó y apoyó su moto en el soporte. Luego se quitó el casco, lo puso bajo el brazo y se volvió hacia el jefe de policía.

-¿He violado alguna ley que no recuerdo?
-¿Has estado bebiendo?
-Tal vez. No estoy ebria. Si quiere someterme a una prueba, hágalo.

Wheatley sacudió la cabeza.

-No creo que seas tan estúpida, aunque no sería la primera vez que me equivoco.

Por un momento, los dos no dijeron nada;. se miraron con desconfianza, nada más. En la actitud del policía había algo raro, casi titubeante. Esto ponía nerviosa a Lauren, quien estaba habituada a las fanfarronerías y los malos tratos de los representantes de la ley.

-¿Ha venido a decirme algo, o está aquí mirando las estrellas, nada más?

-No te pases de lista -Wheatley frunció los labios y se golpeó la pierna con su linterna.- Traigo malas noticias.

-¿Qué clase de malas noticias?
-Hubo un accidente.
-¿Un accidente?
Camila. El nombre brotó de inmediato en los pensamientos de Lauren. Lo cual era una estupidez; si algo le hubiese pasado a Camila, era ella la última persona a quien se lo dirían.

-Sí, y grave. Tu padre.
-¿Mi padre?
-Sí..
Lauren se quedó sin aliento. Le costó encontrar aire suficiente para emitir la única palabra pertinente: -¿Murió?

-Sí, murió. Lo arrolló un tren, donde las vías cruzan el camino, cerca de su casa. Parece que estaba ebrio, aunque no estamos seguros.

-Oh, Cristo.

Lauren Jáuregui no había pensado revelar tanta emoción, no en presencia del policía. Pero no lo pudo evitar. La noticia la dejó en carne viva, sangrando como si le hubiesen seccionado una arteria. Su padre, el malvado hijo de perra, muerto.

Lauren apretó los labios, se obligó a aspirar hondo por la nariz. Había aprendido cómo conducirse en una crisis porque había sido necesario. Había aprendido también que, de un modo u otro, si podía arreglárselas para seguir respirando, la crisis iba a pasar.

-No me gusta pedirte esto, pero necesitamos que alguien identifique el cadáver. Es tan sólo una formalidad, no hay duda de quién es, pero..

-Claro.
-Yo te llevaré, sube.
Era la primera vez en su vida que Lauren Jáuregui viajaba en un automóvil policial sin estar arrestada. 

Gracias por leer, votar y comentar.

Pasen un fin de semana excelente, nos leemos pronto.

En el Verano (Camren Gip)Where stories live. Discover now