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-Camila, tenemos un problema.

"¿Y cuál es la novedad?", pensó Camila, fatigada, cambiando de oreja el teléfono. En las cuarenta y ocho horas trascurridas desde el regreso de Lauren Jáuregui a Tylerville, se le había llenado la vida de problemas hasta reventar, todos directamente relacionados con ella.

-¿Qué pasa ahora, Ben?

-¿Recuerda esa pandilla de chicos a quienes veníamos observando? Por fin sorprendí a uno de ellos cuando robaba mercancía. Sólo que Jáuregui no me permitió llamar a la policía.

-¿Cómo? ¿Y porqué?

-Porque, supongo, que al ser ella también un delincuente, se compadece de otros delincuentes.

¿Cómo rayos voy a saberlo? Dice que si llamo a la policía, me dará una patada en... pues, no lo voy a repetir.

-¡Ay, Dios!

-Se lo digo, Camila, no creo poder soportar mucho tiempo más a esta tipa. Es un verdadero fastidio.

-Quiero hablar con ella. No, será mejor que vaya a la tienda. Usted sólo procure retener allí al ladrón hasta que yo llegue, por favor.

-Lo intentaré, pero, Camila...
-Me lo cuenta cuando llegue, Ben.
Camila Cabello colgó el teléfono. Por desgracia, su madre, que preparaba pan de maíz favorito del padre de Camila en un intento de avivar su apetito, había oído toda la conversación. Era obvio al ver los signos inconfundibles de tensión en la expresión de Sinuhé. -Nunca me vas a escuchar, ¿verdad, Camila? Te dije desde el primer momento que cometías un grave error al ofrecer trabajo a esa muchacha. No logro imaginarme cómo llegaste a ser tan obstinada. Ya ya, sí apenas puedo alzar la cabeza en el pueblo con lo que están diciendo mis amigas sobre tu amistad con esa muchacha. Y no sabía qué decir cuando Verna Issartel me telefoneó llorando...

-Sé que es duro para ti, madre, y lo lamento. También lo lamento por la señora Issartel, pero no creo que Lauren haya matado a Keana. Es...

-¿Lauren? -Sinuhé se puso rígida de manera alarmante. Su actitud hizo pensar a Camila en un perro de caza que de pronto sintiera olor a conejo. Camila, ¿acaso tiene algún fundamento lo que se dice acerca de ti y esa muchacha? Espero conocer bien a mi hija y no quiero pensar que perderías el tiempo con esa escoria, dado que es una convicta, Camila, y para colmo varios años más joven que tú, y...

-Yo también lo espero, madre -respondió Camila con suavidad y huyó.

Caía la tarde del sábado. En una hora, Rob debía pasar a buscarla por su casa. Suerte que ya se había peinado y maquillado, pensaba Camila mientras subía la escalera corriendo. Sólo tuvo que ponerse el vestido rojo, corto y ceñido, con escote ahuecado y unas mangas diminutas, calzarse los zapatos negros, abrocharse unos aretes también negros, y estaba lista. Se cepilló rápidamente el cabello al compás de "Rock de la cárcel" que bajaba flotando desde el segundo piso. Camila verificó por última vez su aspecto en el espejo. Al salir de su dormitorio se tropezó con Andrea, que llevaba en los brazos pilas de sábanas blancas, dobladas.

-¡Uuuuy! Qué bonita estás -dijo Andrea, moviendo la cabeza admirada mientras examinaba a Camila de pies a cabeza-. ¿Vas a salir con ese farmacéutico tan guapo?

-Sí.

-Eso pensé. Llevas puesto tu lápiz labial rojo. Las mujeres sabemos lo del lápiz labial rojo, ¿verdad?

-Hace juego con mi vestido, Andrea -contestó Camila recatadamente, pero la expresión pícara de Andrea la hizo sonreír.

Se despidió con un ademán de la otra mujer y bajó la escalera con paso tan ligero como pudo. Pero no tuvo suerte. Sinuhé la esperaba en la puerta de calle.

En el Verano (Camren Gip)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora