39. ¿Puedo ir al baño?

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Ostyn

Una pila, una pila enorme de latas a mi lado, mi pie se mueve incesante por la sensación, me avergüenzo y levanto la mano por quinta vez.

—Profesora ¿Puedo ir al baño?

—¿Otra vez? —Se indigna la mujer—. Ya fuiste seis veces.

—Cuatro, esta es la quinta —la corrijo.

—No puedes ahogar tus penas en refrescos, chico.

—Agradezco su preocupación, pero me estoy meando, y no son penas, son una distracción, me ayuda a no pensar.

—Mi respuesta es no. —Se gira a seguir escribiendo en el pizarrón.

Adoro a esta profesora, porque es la única que no se asusta de mí y me pone límites, pero en este momento realmente me estoy meando.

¡Quiero hacer pis!

—¿Por qué no te vas? Ya estás grandecito para pedir permiso —me aclara Nae, mi prometida, que de la nada llegó a esta clase y se sentó a mi lado.

—Hay reglas y se respetan —respondo y la ignoro, concentrándome mejor en escribir lo del pizarrón.

—¡Aburrido!

—¿Qué haces aquí? —me quejo, entonces la miro de mala manera—. Ni siquiera te gusto, ¿para qué seguir con esta farsa?

—Que no me atraigas no significa que no te estime. —Se mira las uñas—. Vine porque estaba preocupada, no entiendo por qué me odias.

—No te odio. —Bufo—. Pero tu presencia solo me recuerda a mi padre y su placer por controlarme. No es contra ti mi molestia, vete así me ahorras el estrés.

—¿Por qué le pusiste una orden de restricción a esa chica? ¿Qué hizo? —Sonríe divertida, así que me mira de manera intensa.

—Me seguía a todas partes, invadió mi espacio personal, además lo dejo así. —Señalo a Flex en el rincón—. Me sigue y se queda quieto como fantasma, da miedo.

La pelirroja se carcajea.

—Qué divertido.

Frunzo el ceño.

—No lo es, ya vete.

—No te preocupes, no le diré nada a tu papito.

—¿Qué quieres? Me estoy meando, no puedo lidiar contigo y mi vejiga a la vez. —Bufo.

—Me iré cuando estés a salvo, quiero conocer a la acosadora —dice emocionada.

Frunzo el ceño.

—A la acosadora déjala en paz, no te hizo nada.

—Eres tan lindo, Ostyn, siempre tan bueno. —Hace una risita—. Me acabas de decir que te seguía, que invadió tu espacio y arruinó a tu amigo, qué rápido perdonas.

—No creo que sea algo tan grave —opino—. Además, creo que ya aprendió la lección. —Sonrío.

—Ah, sí ¿Por qué piensas eso?

—No sé ¿Intuición? —Me lo pienso—. Es que sus disculpas parecían sinceras.

Se carcajea.

—Ay, ya entendí, te gusta la acosadora.

Me paralizo.

—Yo...

—No te preocupes, ya entendí porque tantos refrescos y esa orden de restricción inservible. Ese papelito no es para ella, es para ti —se burla.

Bufo.

—¿Tanto se nota? —Apoyo la cabeza en el escritorio—. Mátame.

—Nah, antes de tomarme el avión, haré algo mejor. —Me guiña, se levanta y se va del aula, contoneando las caderas.

¡Ay, recordé el baño!

—¡Profesora! —chillo.

—¡Uf! Está bien —se queja la mujer, aunque me da permiso, así que salgo corriendo, lo malo es que me choco con las latas vacías, entonces estas se esparcen por todo el aula—. ¡Ostyn Macgregory! —chilla, pero yo ya estoy en dirección al baño. 

Pelirroja PeligrosaWhere stories live. Discover now