14. Los Siete Santos

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El sobreesfuerzo que había llevado a Ka Suo a guardar cama no se debía a una repentina ambición por obtener el trono, sino a que los Siete Santos le habían dado un terrible ultimátum. La historia que le narraron fue aterradora, pero el príncipe se negaba a creerla.

—Ka Suo, tú eres el único que puede ser rey —dijo Xuan Ta—. Te explicaré la razón.

»Cuando era apenas un bebé, los Siete Santos intentamos leer el destino de Ying Kong Shi, como se acostumbra a hacer con todos los hijos del Rey de Hielo. Sin embargo, de él emanó un poder que nos impidió cumplir con nuestro cometido; un poder... desconocido y aterrador. Todos resultamos gravemente heridos en en proceso, y nuestro líder, que intentó leer el destino de Ying Kong Shi, murió poco después a causa de sus heridas.

—No pueden culpar a Shi de ese incidente —replicó Ka Suo, manifestando su desconcierto—. Era tan solo un bebé.

—Fue el único de los príncipes cuyo destino no pudo ser leído —intervino el Rey de Hielo—. ¿De verdad crees que es una coincidencia?

—Padre, por favor, no puede permitir esto.

—El rey no tiene decisión en este asunto —intervino otro de los Santos—. Príncipe Ka Suo, si usted no vence mañana, nos veremos obligados a acabar con la vida de Ying Kong Shi.

»Lo intentamos una vez, cuando ocurrió aquella terrible tragedia. Estaba claro que Ying Kong Shi era una amenaza para la Tribu de Hielo. Pero la princesa Liu Mai descubrió nuestros planes y robó la Daga Asesina de Reyes. Desde entonces, la ha mantenido oculta y creo que ha llegado el momento de exigirle su devolución.

Ka Suo bajó la cabeza, completamente consternado. Una gota de sudor se deslizó por su sien. Él sabía a la perfección que la Daga Asesina de Reyes era un arma que se alimentaba de la sangre de inmortales. ¿Cómo podían los Siete Santos pensar en matar así a un bebé indefenso? ¡Era inconcebible! Mas no tenía opción: o ganaba él, o perdía Shi.

Por desgracia, el perdedor resultó ser él.

Antes de ir a por Ying Kong Shi, cinco de los Siete Santos rodearon a Liu Mai de manera amenazadora; pero ella no se dejó intimidar y los encaró con la cabeza alzada.

—¿Qué quieren? —preguntó.

—Princesa Liu Mai, devuélvenos la Daga Asesina de Reyes —planteó Xuan Ta—. Es algo que no te pertenece.

La mirada de Liu Mai se endureció.

—¿Para qué? ¿Para que puedan volver a intentar matar a Shi?

—Eso no es de tu incumbencia, princesa. Como protectores de la Tribu de Hielo, haremos lo que sea necesario para asegurar el futuro del clan.

—No tengo esa daga. Se la di a Fang Yin.

El rostro del actual líder de los Siete Santos se crispó por el enojo.

—¡Liu Mai, hiciste tratos con una demonia de poderes oscuros y dudosa procedencia, dándole un mal uso al sagrado Sello de She Mi que se confió a tu cuidado, e incluso te atreviste a entregarle una de las armas más poderosas de nuestra tribu! —le reprochó—. ¡Eres indigna de ser llamada “princesa”!

—¡Mide tus palabras, idiota! —vociferó la princesa—. A mí puedes decirme lo que quieras, ¡pero no llames “demonia” a Fang Yin si ni siquiera la conoces! ¡Sin su ayuda, jamás nos habríamos liberado del yugo de la Tribu de Fuego! ¿Dónde estaban ustedes, supuestos protectores de la Tribu de Hielo, mientras sucedía todo eso?

Ante la insolencia de la princesa, era casi inevitable una confrontación. Ellos tomaron postura de combate y ella adoptó una posición defensiva. No obstante, no llegó a suceder nada más, pues se vieron interrumpidos por la presencia de una mujer, la cual cayó con un elegante vuelo frente a ellos. Era bellísima, incluso más que Liu Mai, con el cabello castaño oscuro en su mayor parte, pero rojo al frente y con algunos mechones de color blanco plateado. Traía varios adornos extravagantes en su pelo, pendientes a juego y una vestimenta a la antigua. Los característicos ojos dorados delataban su identidad.

La Princesa de Hielo entre redes de sueñosWhere stories live. Discover now