11. El plan está en marcha

86 6 0
                                    

*—¿En verdad le pediste a Huang Tuo una medicina para dormirme, Liu Mai? —quiso confirmar Xing Jiu, la contrariedad era evidente en su rostro.

—Confieso que sí —respondió la princesa, casi encogiéndose en su sitio, a lo que el Tejedor de Sueños soltó un bufido de molestia—. Pero lo importante es que me arrepentí y no lo hice. Es que sabía que tendría que discutir contigo si te decía que me marchaba. Preferiría evitarme un momento desagradable.

—Porque al final, terminarías haciendo lo que te pareciera, como siempre —Ahora Xing Jiu estaba abiertamente enojado.

—En realidad, sí.

—Ya sé que mi opinión no te interesa para nada. Te has encargado de dejármelo muy claro en más de una manera —Xing Jiu le dio la espalda, luciendo muy ofendido—. No necesitas decírmelo, Liu Mai.

—Discúlpame —Ella se acercó a él y se recostó a su espalda, apoyando las manos en los hombros del joven con dulces caricias—. No estés enojado conmigo. ¿Qué puedo hacer para que me perdones?

Xing Jiu se volteó; su expresión se había suavizado considerablemente y acercó su rostro al de ella. Sus labios buscaron los de la princesa. Un primer roce entre sus bocas la estremeció de pies a cabeza, instándola a separar sus labios para permitir la invasión a su cavidad bucal. El beso era dulce, profundo...*

—Oye, despierta ya, dormilona —Aquella voz juguetona la arrancó de su profundo sueño—. El Rey de Fuego vendrá a verte pronto y no conviene que te encuentre durmiendo.

—Estaba teniendo un buen sueño —gruñó Liu Mai, despertando con un gran bostezo al tiempo que se incorporaba sobre la cama.

—Sí, eso parece —se carcajeó Fang Yin, flotando frente a ella en su forma de humo carmesí—. Pero si aceptaste venir aquí y soportar el compromiso con el Rey de Fuego, debes llegar hasta el final. Ni siquiera protestaste cuando fuiste poseída por mí.

—Esa fue una sensación muy rara. Aunque no es nada comparado con tener que aguantar a la gente de la Tribu de Fuego, sobre todo a Hou Yi.

—No sé de qué te quejas. El hombre no está nada mal.

Liu Mai compuso una mueca de asco.

—Realmente, no puedo elogiar tus gustos.

—Si te resulta tan desagradable, puedo lidiar con él en tu lugar.

—No. El Rey de Fuego no es tonto. Se percataría del cambio y nuestros planes se vendrían abajo. Tengo que resistir.

Repentinamente, el humo carmesí se esfumó de la habitación, justo a tiempo para ocultar su presencia del Rey de Fuego, quien entraba por la puerta en ese momento.

—¿Tuvo un buen despertar mi bella futura esposa? —preguntó Hou Yi con satisfacción, tomando la mano de la princesa y depositando un beso sobre ella.

A Liu Mai le sobrevino una arcada, pero se las arregló para sobreponerse.

—Estoy bien, gracias —Ella no lo miró—. ¿Dónde está Ying Kong Shi?

—Está en el salón. También preguntó por ti.

La princesa se puso de pie y ganó la puerta en un respiro.

—Entonces, iré a buscarlo.

—Espera —Ella se detuvo, pero no lo volteó a ver—. ¿No tomaremos el desayuno juntos?

—No tengo apetito —Y, antes de que Hou Yi pudiese replicar, Liu Mai ya había salido por la puerta.

—¡Hum! Prometo que encontraré la forma de domarte, princesa Liu Mai —se dijo a sí mismo el Rey de Fuego, sonriendo de manera malévola.







La Princesa de Hielo entre redes de sueñosOù les histoires vivent. Découvrez maintenant