2. La huida al Reino Mortal

147 10 0
                                    

El derretimiento de la Capa de Hielo trajo consigo el debilitamiento de los poderes de la Tribu de Hielo, para lo cual solo se contemplaba una solución posible: reparar la Capa de Hielo utilizando el legendario Cristal de Hielo de Seis Hojas, único objeto capaz de lograr tal cosa. Sin embargo, el Cristal se encontraba distribuido entre las tribus leales al Reino de Hielo, por lo que tomaría mucho tiempo reunirlos. La solución más rápida era convocar a la Deicide, una malvada, poderosa y peligrosa espada que requería un gran sacrificio. Ying Kong Shi se ofreció voluntariamente para tomar esa espada y aceptar las consecuencias de hacerlo.

—Solo tengo una condición, padre —impuso Shi una vez que hubo formulado su petición ante el Rey de Hielo.

—¿Cuál condición? —inquirió el monarca.

—No quiero que mi madre, ge y jiejie sepan acerca de esto.

—Déjame pensarlo un poco.

Sin embargo, ante la presión ejercida por sus consejeros, el soberano acabó por ceder a la petición del más joven de sus hijos. No obstante, ninguno podía prever que el Rey de Fuego hubiese llamado a Lian Ji para que fuese su aliada secreta en el mismo corazón de la Tribu de Hielo. Cansada de la manera en que la trataban a ella y a su hijo, la madre de Shi optó por tomar el camino de la traición, revelándole a Hou Yi las debilidades de los príncipes del Reino de Hielo, cuyas habilidades guerreras habían puesto en aprietos a las tropas invasoras.

Pero mientras todo esto ocurría, Ka Suo se encontraba intentando reparar la Capa de Hielo con sus poderes, acompañado de otros muchos integrantes de la Tribu de Hielo. Como se empeñase en proseguir con tan agotadora labor, Liu Mai fue a verlo, avisada por Shi, quien tenía la esperanza de que ella pudiese convencerlo de ir a descansar.

—Creí que Shi estaba exagerando cuando me pidió que te convenciera de ir a descansar —comentó con una sonrisa, aunque su capa se veía rasgada en varios lugares, manchada de sangre y traía la frente perlada por gruesas gotas de sudor—. Pero veo que tenía razón. Necesitas descansar, ge.

—Yo estaré bien —rebatió Ka Suo, sin abandonar su labor de reparación—. Como le dije a Shi, solo estoy hambriento. Tú sí que te ves extenuada, hermana.

—Estuve luchando en el frente de batalla hasta hace un rato. Vine directamente a verte por petición de Shi, y ni siquiera he tenido tiempo de darme un baño —Introdujo una mano entre los pliegues de su túnica y rebuscó hasta sacar un papel, que extendió en dirección a su hermano—. Compuse una nueva canción por el camino.

—Ya no tocas el piano tanto como antes —Ka Suo dejó finalmente su quehacer, impulsado por la curiosidad—. ¿Tocarás esta nueva canción?

—Supongo que he perdido la inspiración un poco —La princesa se encogió de hombros, desenrollando el papel en el que se veían letras en verso y una partitura para piano bajo estas—. Pero logré recobrarla para esta canción. Tiene un gran significado.

—¿De qué trata?

—Es un canto de victoria.

—Me gustaría mucho escucharlo.

Ambos hermanos avanzaron hasta ubicarse bajo un frondoso árbol de cerezo en flor, donde el perfumado viento comenzó a llenarse con la melódica y armoniosa voz de la princesa, que entonaba una canción tan dulce y regia que daba gusto oírla. Ka Suo la escuchaba extasiado, con los labios entreabiertos y las mejillas encendidas. Cuando la canción terminó, el príncipe aplaudió con verdadero orgullo.

—Es la canción más hermosa que haya escuchado jamás —admitió, con emoción colmando su voz—. Y mi querida hermana es la mejor cantante de todas.

La Princesa de Hielo entre redes de sueñosWhere stories live. Discover now