3. La Enviada del Guardián

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Como a los humanos normales les resultaba sumamente extraño ver a tres personas con el cabello blanco, Ka Suo, Liu Mai y Shi se las arreglaron para que el color de sus cabelleras pasara a ser de un castaño oscuro muy corriente y sus ojos se tornasen oscuros. Sin embargo, había algo que preocupaba aún más a los dos mayores, pues Shi había enfermado de repente.

—Ven, me toca cargarlo —comentó Liu Mai, tomando al niño de la espalda de su hermano y tocándole la frente—. Está ardiendo.

—Debemos buscar a un sanador mágico lo más pronto posible —dijo Ka Suo, con la frente arrugada por la preocupación.

Apenas lograron dar con uno, el hombre examinó al niño y comentó, al notar la manera en la que se dirigían a él:

—Ustedes no son del Reino Mortal, ¿verdad? Nadie del Reino Mortal llamaría “sanador mágico” a un médico.

—¿Cómo está nuestro hermano? —indagó Ka Suo, sin darle importancia a la pregunta.

—He examinando a muchas personas a lo largo de mi vida, pero nunca he sentido un pulso como el de este jovencito. A veces es frío como el hielo y otras, candente como el fuego. Jóvenes, no hay nada que yo pueda hacer por su hermano —sentenció el médico.

—¿Qué podemos hacer? —inquirió Liu Mai en un tono desesperado.

—Tal vez si encuentran a Los Sanadores, ellos puedan hacer algo por el niño.

Apenas abandonaron el lugar, Ka Suo y Liu Mai sintieron que eran seguidos muy de cerca, por lo que, dejando a Shi en un lugar seguro, se prepararon para confrontar a esa persona. Al llegar a un sitio solitario, el aldeano que los seguía notó el filo de dos espadas empuñadas en forma de tijera acariciando su cuello.

—¿Por qué nos estás siguiendo? —preguntó la princesa, su voz era tan afilada y gélida como el mismo hielo.

—¿Eres espía de Hou Yi? —agregó Ka Suo.

—Esperen, esperen —replicó el hombre, casi sin atreverse a respirar debido al miedo que le invadió al sentir el filo de las armas en su cuello—. Yo solo quiero ayudarles. Oí lo que hablaban con el médico y sé dónde están Los Sanadores.

—Habla —Liu Mai retiró las espadas, pero no abandonó su tono.

—Se les ha visto recoger hierbas al pie de las montañas. Pero la consulta no será gratis.

—¿Cuánto costará? —indagó Ka Suo.

—50 taeles.

Liu Mai alzó una ceja en gesto confuso al escuchar esto; pero Ka Suo recordó las conversaciones que había tenido con la Enviada del Guardián mediante los búhos mensajeros acerca de las transacciones comerciales en el mundo mortal y respondió:

—Por favor, dame un día.

—¿Conseguirás 50 taeles en un día?

—Lo haré.

Mientras Shi reposaba en los brazos de su hermana, Ka Suo moldeaba el agua en forma de hermosas esculturas de hielo a las orillas de un río.

Ge, jiejie ¿crees que estos mortales compren nuestras esculturas de hielo? —cuestionó Shi con voz soñolienta, una vez que estuvieron en la plaza del mercado.

—Claro que sí. Son muy hermosas; ge se esforzó haciéndolas —respondió Liu Mai, acariciándole el rostro.

—Honorables mortales: aquí hay esculturas de hielo que nunca se derretirán. Vengan y échenles un vistazo —proclamó Ka Suo, llamando la atención de los pueblerinos que circulaban por allí.

La Princesa de Hielo entre redes de sueñosWhere stories live. Discover now